Musicalización: Paradigmas en el dramatizado radial cubano (II)

Su empleo, durante los últimos setenta años, ha sido tan intenso que ha conformado un modelo identitario predominante, una concepción parcializada de la musicalización, una parálisis paradigmática asentada en la poética del dramatizado radial cubano.

Escudados en la incapacidad financiera, a través de la historia, hemos sido meros reproductores del producto de otro intelecto, la mímesis de paradigmas foráneos. La musicalización, en su práctica habitual, se ha dedicado a las funciones primarias que se le suponen: conjugar elementos básicos, músicas y sonidos, para implicar emocionalmente a la audiencia y contribuir a su ubicación en tiempo y espacio. ¿Pero qué música predomina? ¿Qué conceptos prevalecen? ¿Qué sonoridad nos identifica?

Una especialidad que parte y se desarrolla en lo empírico esconde muchas veces las concepciones que sustentan su accionar. Los conceptos tras la musicalización de los dramatizados de radio no parten de un manifiesto, de un sustento teórico directo. La musicalización es una de las artes aplicadas de la realización mediática y, como tal, está directamente asociada con el producto de la industria cultural contemporánea. Es por ello que se le nombra, a veces, como diseño sonoro. Diseño: palabra que implica la pre elaboración de una idea. En el caso de una especialidad que asume todos los sonidos como notas musicales prestas a la creación, dicha pre elaboración, sugiere la existencia de una conceptualización.

Los oficios reproducen habilidades, saberes específicos de una generación a otra con poca variación. Musicalizar no es sólo un oficio. Reproducir los modelos predominantes de la industria, no es crear. Diseñar una banda sonora que emule la sonoridad de una película, serie o videojuego de Hollywood sólo denota sensibilidad. La creación auténtica invoca las leyes de la dialéctica.  

Musicalizar puede ser un arte, por ende puede revolucionar, al menos puede pretenderlo. Sin embargo, los logros en ese ese sentido quedan perdidos en lo excepcional, en el recuerdo impreciso, en memorias vagas.

Se ha reflexionado de manera insuficiente; se ha debatido poco y publicado menos, acerca de los paradigmas estéticos que establecen los marcos creativos de la musicalización radial, y, específicamente, de la musicalización de los dramatizados radiales.

Poco se ha discursado acerca de la notable influencia de muchos guionistas, asesores y directores en la sonoridad de los espacios. Estos especialistas actúan como freno o impulso de la creación al establecer la propuesta formal y el contenido antes que la obra llegue al musicalizador. Muchas veces las acotaciones son tan precisas que demuestran que la musicalización es asunto de varios.

Varios especialistas implica varias concepciones, por lo tanto, en el proceso de creación podemos asistir a un enfrentamiento de pasivos y activos, una confrontación de paradigmas en el entorno de la radiodifusión en Cuba. Esta confrontación subyace en muchas de las problemáticas actuales:

Tradición vs renovación, parálisis paradigmática vs innovación, son beligerancias que condicionan la evolución de los dramatizados de radio y sus especialidades.

Durante las décadas de los años 70 y 80 del pasado siglo se asistió a las experiencias creativas más significativas de los dramatizados en Cuba. La libertad formal de los nuevos guionistas, así como la preponderancia de los nuevos contenidos abordados (temáticas nacionales) condicionaron la necesidad de una sonoridad que se pareciera más a aquellos tiempos, a la música y sonidos nacionales.

Con la visita de los especialistas a los lugares a escenificar, la inclusión de la música popular y otras sonoridades comenzó a fracturarse el paradigma impuesto, heredado.

La música de los hermanos Vitier, por ejemplo, se erigió como nuevo paradigma. Su efectividad se sustentó en el reconocimiento de las más importantes vertientes musicales de la nacionalidad cubana: la española y africana; además de cierta irreverencia relacionada con el jazz, los conceptos de la música contemporánea y la melodía de los «clásicos». Utilizando otros formatos de la Orquesta Sinfónica y aderezándolas con peculiar virtuosismo instrumental, estas composiciones poseen una personalidad tan singular que establecieron un tono y una forma musical que constituyó referente por la manera de expresar lo identitario.

Pero fue sólo una fractura. La especialidad, históricamente dependiente de las bandas sonoras de películas y de la música llamada «clásica», necesitó más la creación de nuestros músicos, de la grabación de nuestros sonidos, de la participación consciente y culta, de nuestros especialistas. Necesitó… Necesita.

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