Madres: «Únicas e irrepetibles»

Las madres son confidentes, consejeras, cómplices, aliadas, y no en balde en cuestiones de justicia -en relación con la posible culpabilidad de sus descendientes- no son tenidas en cuenta, porque jamás les fallan a los hijos. Son seres especiales que no saben decir NO ante un pedido, aunque este sea un órgano vital del cuerpo como pudiera ser un riñón o una parte del hígado.

Son seres especiales que no llegan de otras galaxias, ni de otros mundos; personas inigualables que están siempre ahí para servir de sostén físico, emocional; para hacer lo que otros no son capaces; para alegrar nuestras vidas y regalarnos la mejor de las sonrisas.

“Buenos”, “bellos”, “inteligentes”, “bondadosos” son epítetos preferidos para catalogar a los hijos. No se trata de una mirada superficial, ni siquiera engañosa. Hay que adentrarse en el sentimiento profundo de las mujeres para comprender que tras nueve meses de embarazo y un parto, cualquiera que sean las circunstancias y las particularidades de cada quien, se establece una relación umbilical, estrecha, sanguínea, desde el propio alumbramiento que no desaparece jamás mientras hay vida.

No quiero dejar a un lado en estas líneas a quienes por disímiles motivos no han podido disfrutar de la fortuna natural que implica ser madre. Ahí están -por alguna razón- las que crían o se ocupan de los hijos de otros (adoptados o no), sobrinos, o descendientes de sus parejas, y lo hacen como si fueran propios. Para ellas mi respeto.

Por todo eso, porque son únicas e irrepetibles, porque nos alumbran el camino desde que abrimos los ojos y con sus experiencias nos previenen de muchas cosas, los hijos siempre estarán en deuda o, mejor dicho, nos deberán respeto. También consideración, ayuda, comprensión, tolerancia, estas no son palabras exclusivas para un día como hoy, porque madres somos todos los días y las 24 horas, aunque estemos fatigadas, cansadas y agobiadas.

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