Fidelidad

Aun así se percibe su presencia. Ello se explica que los seres arquetípicos como él trascienden su existencia física para permanecer vivos en la obra forjada y de la que son un componente inseparable. Fidel interpretó la realidad cubana en un momento crucial de nuestra historia; dedujo el rumbo a seguir y lo emprendió de manera consecuente a los principios que lo inspiraron. Supo cuán difícil sería el camino, pero aceptó el reto, convencido de que los cimientos echados tenían como ingredientes la verdad y la justicia.

La etapa que correspondió a la guerra de liberación nacional contra la dictadura de Batista se entiende en los libros de historia de Cuba, pero llevarla a cabo en su momento fue un acontecimiento sumamente difícil. Requería, en primer término, la suma consciente y comprometida de todos los actores concurrentes en la lucha y, lo más espinoso, hacer la guerra contra un estatus apoyado desde afuera y con poderes de exterminio efectivos. A pesar de lo adverso y de la sangre que costara, la Revolución Cubana triunfó y llegó al poder. 

A partir de 1959 empezó – Fidel lo avizoró desde los primeros días del triunfo – lo que sería más difícil aún. Se iniciaba una etapa de transformaciones sustanciales profundas, abarcadora de todo el ser, pensar, sentir y hacer nacional. Había llegado el momento de lo que constituye en sí la Revolución, entendida como proceso de cambio radical de un orden por otro. En la nueva página del acontecer nacional fue esencial la presencia de Fidel como guía aglutinador de las fuerzas vivas y de las buenas voluntades que harían realidad el cambio social. 

Durante todas las décadas que han seguido al triunfo de enero del 59 y en medio tanto de logros como de adversidades, el factor común ha sido y es la dinámica transformadora para buscar, encontrar y aplicar cuanta transformación ha sido necesaria ante cada problema, imperfección o desafío. También en este aspecto el líder eterno de la Revolución desempeñó un rol decisivo; una y otra vez se puso de manifiesto el papel del hombre en la historia. 

Al preguntarnos qué caracteriza a una Revolución, verdadera como es la cubana, encontramos virtudes entre las que priman el sentido del deber y la circunstancia histórica; la firmeza de principios en base a los propósitos trazados; inconformidad y rebeldía; convicción de que cuanto se alcanza pudiera ser mejor; espíritu autocrítico; el vínculo directo con las masas y su sentir; el desinterés egoísta hacia lo material y superfluo; la capacidad de generar cuanto nuevo cambio sea necesario en bien del país y sus habitantes; firmeza de principios inquebrantable y a toda prueba, y un humanismo solidario que trasciende las fronteras nacionales. 

Las características mencionadas – sin duda hay más – sintetizan la esencia de la Revolución Cubana y también definen el ideario y el carácter que conocimos de Fidel, a quien vimos aplicarlo de modo íntegro y consecuente. 



Entendemos hoy – lo aprendimos con Fidel – que una Revolución no es un algo estático, ya terminado, que quita lo viejo y ocupa su lugar para esperar luego a envejecer también. Al contrario de eso es un proceso en continuo movimiento, como el agua que se agita para mantener su pureza vital; es también proceso que se auto-renueva a partir de sí, en total disonancia con tendencias acomodaticias que siempre acechan. Es, además, rebeldía e inconformidad efervescente ante la chapucería, la corrupción y el oportunismo de dondequiera que provengan.

Por eso se asevera que la Revolución es Fidel, y que  Fidel es la Revolución. Lo afirmado conduce a reconocer que Fidel, a través del legado de su pensamiento, acción y principios, sigue existiendo en la dinámica revolucionaria. 

A tenor con la visión de Fidel, hoy sabemos mejor que una Revolución se caracteriza por su capacidad de cambio – ascendente, progresivo y cualitativamente mejor – según el momento histórico, dado éste por la propia realidad nacional y por su vinculación con la del resto del mundo. Al respecto Fidel nos dotó de las herramientas indispensables para aplicar, según corresponda, los recursos y acciones apropiados de una ingeniería social, económica y política basados en principios esenciales y enfocados con visión de futuro. 

En este momento crucial para la nación cubana, el emotivo “Yo soy Fidel” que mayoritariamente clamamos al impactarnos por su partida física – inevitable para todo ser humano -, exige ir más allá de la mera consigna. Ser Fidel, hoy, no es imaginarse que si se hubiese vivido en 1953 o 1956 se habría participado junto a él en el asalto al Moncada o en la expedición del Granma, sueño legítimo para cualquiera que lo recuerde con admiración y respeto. 

Ser Fidel, hoy, no es imitarlo como él fue hace diez, quince, treinta, sesenta años porque la realidad de hoy no es la misma de entonces. Es, ante todo, mantenerse fieles a los principios que inspiraron su pensamiento, su decir y su acción. 

Ser Fidel, hoy, es convertirnos en actores protagónicos de las transformaciones que Cuba asume para actualizar su modelo económico y social en el actual proceso de ordenamiento. 

Hoy corresponde pensar y actuar a su estilo como él lo haría en una nueva circunstancia. Lejos de una imitación manida, tendiente a confusiones incoherentes, ingenuas o burdas, Fidel nos convoca a ser como él desde la realidad de hoy; a actuar de modo creativo y muchas veces distinto, como él mismo nos enseñó, porque cada desafío, cada nueva realidad es diferente a la anterior y exige a su vez soluciones proporcionalmente novedosas. 

A cuatro años de la partida física de Fidel, es la ocasión para recordarlo y seguirlo como fue en su dinámica revolucionaria, ponerla en práctica y hacer que continúe vivo en la obra gigantesca que nos legó. Ese es el más exacto sentido de Fidelidad.

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