Emilia Sánchez Herrera, primera asesora de programas dramáticos de la radio en Camagüey

Sucede que en los primeros años de la década del setenta ya el grupo dramático de Radio Cadena Agramonte, es una de las primeras emisoras del interior del país en crear y dar los pasos iniciales en la nada fácil pretensión de producir obras dramáticas de los más diversos géneros, desde originales históricos y de ficción hasta obras de la literatura universal. Es entonces cuando se hace más que evidente la necesidad de un puesto de trabajo de alto nivel profesional capaz de actuar entre el escritor y el equipo de realización.

En ese momento llega a la Ciudad de los Tinajones una joven, llena de sueños, que se gradúa de filóloga en la Universidad Central de Las Villas, hoy, Villaclara. Ella no conoce nada de la radio, tal vez, es la primera vez que penetra en una emisora. No puede decirse que se encamina hasta allí por vocación.

Sin embargo, a los pocos días se gana el cariño y sobre todo el respeto del resto del colectivo que forma un grupo de jóvenes entusiastas y talentosos de actores, técnicos, directores y sobretodo de escritores de innegable valía, reconocida después nacionalmente.

Son unos escasos cuatro años, suficientes para superar un trabajo colectivo, que ya era bueno, pero al que le falta ese halo cultural, que le permite proponerse llevar a la radio obras famosas llevadas al cine, como es el caso de Rocco y sus hermanos del italiano Visconti, entre otras no menos importantes.

Recuerdo que para ello le pide a su amigo, el siempre recordado José Antonio González, fundador del programa televisivo Historia del cine, que viaje a Camagüey, a ofrecer una conferencia sobre la película, antes de adaptarla al lenguaje radial. Y José Antonio con aquel carisma y conocimientos, ofrece en realidad una espléndida clase magistral.

Después Emilita acude a la Universidad de Camagüey, a cumplir con su verdadera vocación, la de enseñar, la que realiza con éxitos durante muchos años y además se inserta en el trabajo literario como editora y autora de obras de significativa valía.

Pero sin lugar a dudas, Emilia, lega a la radio la simiente de lo que debe ser un buen asesor, lo que sirve de base a todos los que después llegaron y han sabido colaborar para hacer del grupo dramático de la radio agramontina, una institución cultural modelo en el país, a la que los jóvenes de hoy tienen el deber de cuidar.

¿Para qué te sirve «la radio»? le pregunto a Emilia hace unos días, cuando tengo la gran alegría de encontrarme con ella, allá en el querido terruño, de calles tortuosas, grandes iglesias, donde hoy en perfecta armonía se conjuga la arquitectura, los grandes tinajones y los misterios del Puerto Príncipe que espera sus quinientos abriles, con la ciudad renovada del siglo veintiuno.

Emilita, que no ha dejado de ser la persona a quien se quiere desde los primeros momentos, sigue siendo la compañera, sensible, pero sobre todo sencilla, que encuentro en los pasillos de Cadena Agramante, cuando ambas éramos tan jóvenes. Ante mi pregunta, que por supuesto ella no espera, entrecierra los ojos, para decir:

< Recién graduada de Filología, habiendo sido alumna-ayudante de investigaciones en temas de etnología y folklore durante la carrera universitaria, desconociendo por completo la dinámica de un estudio de grabaciones, me preguntaba ¿qué podía hacer, de utilidad, en una emisora radial? Por otro lado, mi ciudad no ofrecía, entonces, ubicaciones laborales ideales, y ya era aceptable saber que existía en Radio Cadena Agramonte un grupo dramático que se nutría de la labor de muchos escritores locales, quienes escribían series de episodios ininterrumpidamente; acaso el mayor atractivo fuera, para mí, vincularme a un nuevo mecanismo de creación en algo que se hacía como jugando. En estos términos, inauguré la plaza de asesoría en esa emisora provincial cubana.

Durante la temporada en que estuve inmersa en tal labor, la impresión que me acompañó todo el tiempo fue la de haber entrado en una colmena, donde cada uno tenía su función específica y procuraba hacerla con eficiencia (actitud que entraba al novato por los poros e introducía patrones de conducta importantes), donde la competitividad jugaba un papel decisivo, pero cordial, donde el personal técnico o artístico conocía el objetivo común de su trabajo. No era gratuito el alto nivel que ostentaba, por aquellos años, «la radio» de Camagüey, por el cual se manifestara la atención contínua sobre ella de personalidades del medio difusor. Conocí, por ejemplo, a Iris Dávila, a Isabel Aída Rodríguez, a Odilia Romero, a José Soler Puig, cuando venían a compartir sus saberes con la gente joven que había encauzado su talento en el sentido de la actividad radial.

Y así, como sin darme cuenta, me enfrenté a la programación, la proyección, la revisión y la realización de «espacios» dramatizados que se repartían en novelas (histórica, cubana, universal), cuentos, teatros y programas unitarios de corte socio-cultural, pero también a un grupo de actores profesionales que estaba avalados por la experiencia en el trabajo teatral, a directores que definían sus perspectivas estéticas en el debate colectivo, a locutores que ampliaban la acción de su técnica cuando se involucraban como narradores en dramaturgias diversas y, sobre todo, a escritores que sabían escribir (lo cual pudiera parecer un retruécano, pero no lo es). Trabajé directamente, y en el mismo período, con ocho de ellos, cifra que hoy pudiera parecer excesiva; sin embargo, aprendí, con esa confrontación, el valor de la multiplicidad y la diferencia, una enseñanza difícil que me ha sido provechosa durante toda la vida.

A partir de la complicidad, ellos y yo trasladábamos a las ondas sonoras igualmente la egregia figura del Padre de la Patria, o un guión cinematográfico de Luccino Visconti, un teatro de Sófocles, una novela de Blasco Ibáñez o de Truman Capote, sin despreciar nuestro acontecer pasado y actual en estructura novelada. Y lo hacíamos convencidos de que el trabajo en equipo, el celo de todos porque el montaje fuera efectivo y hermoso, tendría una audiencia segura y agradecida (hecho que se corroboraba luego por procedimientos variados). He de declarar que fuimos felices, por aquellos años, expandiendo cultura al territorio (o tal vez sería más justo decir que devolvíamos, modificada por la época y la formación adquirida, una cultura que el territorio nos había dado).

En esas lides andaba cuando acertó a aparecer una legislación nacional que orientaba la evaluación obligatoria de aquellos escritores, la cual debí asumir desde la presidencia de una comisión. Confieso que ya, en ese momento, me sentía apta para labor tan delicada, porque no había sido baldío el acto de sumergirme en cada modo de trabajo, en el análisis de la acción de cada quien, en la atención a «eso» que pudiera ser denominado como especialización y estilo. Hoy me atrevo a afirmar que me llegó la adultez laboral por esos días, pues, con todas las obligaciones de esa tarea responsable, aprendí a evaluar al otro, a tocar (siquiera con la punta de los dedos) la objetividad y a ejercitar la comunicación desde la crítica y el razonamiento.

Cuando salí del sector radial, me fui hacia la docencia universitaria. En apariencia, cambiaba el oficio y variaba el auditorio, modificando, también, la edad entre los actuantes (antes yo fui la joven receptora, después fue al revés). No obstante, por aquella vivencia en «la radio» puse en práctica, después, la lección importante que quedó aprendida para siempre: la de accionar creativamente al sentirme involucrada en un producto bien hecho, con el beneficio placentero de participar en una obra respetable y la alegría de haber podido entrar, como una más, en aquel mundo de ilusiones.>>

Aunque su andar radial es breve. Emilia sienta las bases de lo que debe ser la aspiración máxima de un asesor de programas, fundamentalmente los dramáticos: el trabajo colectivo con el escritor y director: el conocimiento y análisis profundo de la obra, más si se trata de una adaptación de un original de la literatura universal, la selección del elenco artístico, aportando ideas, sin dejar de respetar, por supuesto, la decisión del director, entre otros aspectos.

Y siempre acude a mi memoria, el encuentro fugaz, pero enriquecedor con José Antonio González. Sin lugar a dudas aquel colectivo, incluyendo actores, actrices y técnicos, sale fortalecido en sus conocimientos literarios y decidido a llevar al lenguaje de la radio una obra difícil, como la italiana Rocco y sus hermanos, pero que ahora conocen profundamente.

Emilia, no obstante llegar sin proponérselo al medio radial, es un ejemplo que cala hondo en los profesionales que después llegan a suplir su trabajo, lo que por supuesto fortalece a un colectivo que arriba a sus cuarenta años de logros y de aportes sustanciales a la cultura del pueblo, a través de la radio.

Tal vez porque me marca en mis años iniciales en el medio, es que siempre defiendo la presencia de ese asesor, que Emilia, con sus dotes de educadora, nos enseña.

Ahora me encuentro con ella, por supuesto, ya no somos las jóvenes de los años setenta, pero el afecto recíproco se mantiene intacto. Ojalá que podemos vernos en breve, para continuar la agradable conversación en una bella tarde camagüeyana o por qué no, habanera.

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