Iris Dávila Munné y su responsabilidad como madre

Recuerdo las veces que conversamos… La entrevista que me atreví a pedirle… Recuerdo su mirada picaresca y su sonrisa. ¿Qué privilegio el mío?, porque Iris no era dada a hablar de sí misma. Sin embargo aquella tarde me dijo: -voy a hacer una excepción. He aquí esa entrevista:

Más de cuatro décadas, después de comenzar a admirarla, he compartido gratas charlas, a veces enjundiosas, a veces ligeras, sobre diversos temas, con una inigualable narradora en la biblioteca hogareña que fue testigo de los frutos de su labor creadora. ¿Y cómo nació en mí esa admiración? Pues allá, distante, en mi casa de Camagüey, escuchando las radionovelas de esta sencilla mujer cuyo nombre, Iris Dávila, es dato imprescindible al repasar la forja de la cultura cubana y muy en particular de la radiodifusión en nuestro país.

Hoy la visito y le planteo algunas preguntas de carácter personal buscando detalles y precisiones. Sé que le desagrada hablar de sí misma, pero accede por complacerme.

¿Tiene buenos recuerdos de su niñez?

Buenos y malos como todo el mundo. Nací en Güines, la tierra de Mayabeque y allí viví gran trecho de mi juventud. No pasé hambre, pero el hambre imperaba a mí alrededor. Papá era dueño de un café de barrio donde trabajaba horas y horas de cada día detrás del mostrador y mamá se esmeraba en costuras y bordados para mujeres y niñas de la localidad. Luchaban juntos empeñados en que yo pudiera llegar a la Universidad.

¿Y llega?

Sí, casi milagrosamente. Matriculé Derecho y en definitiva obtuve el título de abogada en 1942. Fueron años de mucho esfuerzo. La asistencia diaria a la Universidad de La Habana no resultaba un paseo, aunque tampoco un calvario.

Varios estudiantes güineros salíamos del pueblo a las 6:00 de la mañana en ómnibus y regresábamos por la misma ruta al caer la tarde. Por las noches me encerraba en mi dormitorio a fijar los conocimientos recibidos en las aulas.

Durante esa época, ¿qué tiempo le dedica a la literatura?

El tiempo del entretenimiento y la diversión que nunca le falta a la gente joven. Siempre, desde pequeña, leí con avidez, principalmente poesía y narrativa. De ahí saqué, supongo, la manía de escribir ficciones. Tanto me gustaba ese tipo de lecturas que después de graduada en la Facultad de Derecho concurría a los cursos de verano de la Universidad de La Habana donde eminentes profesores impartían Literatura Castellana, Literatura Hispanoamericana, Psicología General, Psicología Social, a mi entender materias complementarias para la apreciación literaria.

¿Cuándo se aficiona a la radio?

Apenas llegó a mi barrio un receptor de aquellos primigenios, volé a escuchar los espacios que transmitían las obras cumbres del teatro español de los siglos de oro y posteriores. Las piezas antológicas de Lope de Vega y Calderón de la Barca, de Benavente y Echegaray interpretadas por voces excelentes me sedujeron. Luego, cuando se pudo, en mi casa compraron uno y entonces despertaron mi curiosidad juvenil las radionovelas por tratarse de una forma peculiar, inexistente hasta esa época, de hacer literatura artística.

¿Y enseguida comienza a escribir las suyas?

¿Enseguida? ¡Que vá! Aún no había acumulado suficiente atrevimiento, ni había visto un libreto de radionovela, ni pisado una emisora. Eso sucedió al cabo de cierto tiempo y a pasos lentos.

¿De qué modo sucede y por cuáles motivaciones llega a la radio?

Verás. Mi título de abogada se aburría en la pared de la saleta de mi casa. Sin familiares influyentes y sin posibilidad de instalar un bufete, calcula la situación. Tramité un par de divorcios y algún otro asunto de menor cuantía. Para colmo, iba descubriendo sobre la marcha mi pobre habilidad para moverme en el mundo de los pleitos y los tribunales. La motivación económica aguijoneaba y, por demás, la radio me atraía como un imán. A la sazón la emisora CMQ cambió de dueño y en la nueva empresa presidida por Goar Mestre corrían aires de renovación. Supe que podían surgir oportunidades. Yo continuaba viviendo en Güines y carecía de relaciones en el ámbito de la radiodifusión. Acudió en mi ayuda una buena dosis de osadía y sin contar con Dios ni con el Diablo, concebí un proyecto de programa, redacté el guión y lo envié por correo a la CMQ. Lo había titulado El placer de leer. Era muy sencillo. A partir de la breve introducción, un locutor leería fragmentos de obras de la novelística universal. Al inicio, en el centro y al final coloqué lo inevitable; mensajes comerciales de una librería imaginaria. De inmediato recibí una carta muy fina firmada por Gaspar Pumarejo, director de Programación.

¿Aceptándolo?

Rechazándolo, porque lo consideraban demasiado intelectual, pero agregaba que él y Goar Mestre tenían interés en hablar conmigo. Fui a la cita y me ofrecieron un doble trabajo: por las mañanas como abogada adjunta al Departamento Legal , especie de auxiliar, y por las tardes como redactora de textos comerciales. Acepté sin pensarlo dos veces. Ya era empleada de CMQ, una entidad en auge, ya pertenecía al medio. Confieso que ninguna de las dos tareas me entusiasmaba, pero las realizaba con facilidad y el éxito de mi audacia me infundía confianza en el porvenir.

Supongo que el salto a escribir radionovelas viene a continuación.

Espera. Hubo un paréntesis al que le atribuyo importancia decisiva. Llevaba unos dos años en la rutina legal y comercial cuando crearon el llamado Buró de Revisión y lo pusieron bajo mi jefatura a tiempo completo. El trabajo consistía en leer todos los programas dramatizados, incluidos los humorísticos, analizarlos desde el punto de vista literario y de contenido, rendir por escrito un informe mensual evaluativo y exponer de viva voz mis criterios al dueño de la emisora. Por el momento, al principio, tuve que acometer sola la tarea mientras escogían a una segunda persona capaz de compartir conmigo dichas responsabilidades. La elección de José Antonio Caíñas Sierra, entonces joven de diecinueve años, constituyó para mí un alivio y una satisfacción. Conocía de su talento, su tenacidad en los estudios, sus aspiraciones de mejoramiento colectivo, sus ideales políticos. En el Buró de Revisión consolidamos una entrañable amistad que duró hasta el término de su vida.

La emociona recordar esa etapa, lo noto.

Fue decisiva, te dije. Amplié considerablemente el círculo de mis relaciones, hice amigos de la calidad humana de Amaury Pérez García y Julito Lot, por ejemplo; contraje matrimonio, el único y definitivo; y aprendí a escribir radionovelas.

¿Aprendió?

Pues sí. Revisando y evaluando lo que escribían los demás, visitando las interioridades de la emisora, las cabinas, los estudios, observando de cerca la actuación de los artistas y narradores ante el micrófono, escuchando audiciones, unas veces por deber y otras veces por placer, entré en contacto directo con las modalidades técnicas del género y pude formarme una idea más concreta de la composición de los guiones.

Pero respecto al contenido usted introdujo temáticas novedosas, originales. Yo me acuerdo de «La vida es así», «Divorciadas» y «Por los caminos de la vida», tres espacios de CMQ que transmitían las radionovelas suyas y me acuerdo muy bien de las diferencias. Por cierto, no me explico cómo pudo hilvanar tantas historias interesantes, conmovedoras, capaces de irradiar valores éticos en un lenguaje natural exento de altisonancias y didactismos.

Y al unísono pariendo niños. Tres. Abandonaba la máquina de escribir para salir hacia la clínica y a la semana ya estaba tecleando de nuevo. Claro, me acompañaban condiciones favorables, entre ellas, mi salud a prueba de bombas y la organización del hogar y la familia.

También crea para la televisión ¿Considera usted que la experiencia que adquiere en la radio le facilita desarrollar dramatizaciones televisivas con igual éxito?

Por supuesto. Sobre todo, porque el diálogo es fundamental en ambos medios y aunque exigen tratamiento distinto, el hecho de entrenarse en el manejo de un instrumento elocutivo, dirigido exclusivamente al sentido del oído, proporciona destreza a la hora de combinarlo con los recursos expresivos de la imagen visual.

Bien, pasemos, digamos, a una incidental. Poco antes del triunfo revolucionario de 1959, una frase suya se hizo célebre en la isla entera. «Hay que tener fe que todo llega» ¿Qué historia había detrás? ¿Cómo surge?

A fines de 1957 el pueblo cubano estaba en pie de guerra contra la tiranía de Batista. Quien más quien menos vivía con el cerebro puesto en las batallas del llano y la Sierra. Mis neuronas y mi sensibilidad escapaban de la máquina de escribir. Me sentía tensa, inmersa en la efervescencia general. Por lo tanto, decidí cambiar de actividad por un tiempo, lo gestioné y me ofrecieron una plaza de asesora de radio y televisión en la agencia publicitaria Siboney. Trabajaban allí en esos períodos amigos de mi mayor aprecio, José Antonio Caíñas Sierra, Marcos Behmaras, Manolo Carballido Rey, Eduardo Saborit, y bajo cuerda funcionaba una célula del Movimiento 26 de Julio, a la cual ellos pertenecían en calidad de miembros o colaboradores.

En cuanto acepté el puesto de asesora uní mis afanes a los suyos y tuve oportunidad de cumplir algunas tareítas clandestinas. A poco, la jefatura del Departamento de Menciones Comerciales quedó vacía por la ausencia transitoria de quien la desempañaba y la dirección de la empresa me asignó esa responsabilidad. Instalada en tal posición enseguida me asaltó la idea, el chispazo, de colar en un anuncio común y corriente del jabón Rina un par de frases, al parecer inocentes, con la intención de enviar un mensaje de esperanza al pueblo que esperaba ansioso la derrota de la tiranía por el Ejército Rebelde. Así surgieron: «Hay que tener fe que todo llega» y «Recuerde que la fe mueve montañas», la primera situada al inicio del comercial y la segunda en el cierre. Eduardo Saborit, compositor musical de acendrada cubanía y Alicia García de la Cerda, especialista en Publicidad, fueron mis cómplices en la jugarreta.

Puestos de acuerdo y ya perfilado el texto, entramos Saborit y yo a la oficina de uno de los ejecutivos de la agencia; Gustavo Cuba, para solicitarle la necesaria autorización. Le argumentamos ajustándonos a la verdad, vaciló, se rascó la cabeza, habló de riesgos, pero a la postre autorizó. En aquel momento de caos en el país simpatizaba con Fidel y los valientes de la Sierra Maestra. Acto seguido, Saborit escribió la música, en extremo sugerente, que serviría de apertura y fondo al texto. La locución estuvo a cargo de Consuelo Vidal, y la grabación la dirigió Alicia García de la Cerda.

Consuelito, amiga mía de ayer y de hoy, se convirtió en la estrella del comercial pues interpretó las susodichas frases de maravilla. Su esposo, Amaury Pérez García, padecía las angustias del exilio, un motivo más para que el público enterado captara la intencionalidad del mensaje y lo propagara. Estuvo en pantalla casi nada, muy poco, porque la cúpula gobernante, a través del jefe de policía, el sanguinario Esteban Ventura Novo, ordenó de manera drástica y amenazante desaparecerlo del aire. Ya no importaba. Muy próximo enero de 1959, el Ejército Rebelde avanzaba de Oriente a Occidente con pasos de gigante.

Viene hacia nosotras, portando dos tazas de café, Cristina, la menor de sus nietas, graciosísima, alumna del primer curso de secundaria básica. Al minuto, la entrevista cambia de rumbo y sujeto. Surgen tópicos escolares y referencias a los hermanos y primos. La abuela sonríe, disfruta. Los retoños marchan bien, por veredas de sana educación. Se evidencia el influjo del ambiente familiar. Cristina recoge las tazas vacías y regresa a la cocina. Yo insisto en mis indagaciones.

Que yo sepa, después del triunfo revolucionario de 1959, laboró usted sucesivamente en la entidad Publicitarias Intervenidas, en el Ministerio de Industrias, bajo la dirigencia del Comandante Ernesto Che Guevara y en el Consejo Nacional de Cultura. ¿Por qué permanece un tiempo largo alejada de la radio?

Cuestión de circunstancias y, quizás, de mi temperamento. El dinamismo de la Revolución y mi vitalidad armonizaron ante las urgencias del momento. Había muchos empleos viejos y nuevos por cubrir y por diversos motivos me enrolaban. A la radiodifusión volví en 1966, aunque no a escribir dramatizaciones sino a otros menesteres. En esa época fui miembro del Consejo de la Radio Nacional, asesora de la dirección de CMQ y profesora de Teoría y Composición Literarias en los cursos organizados por el ICR con vista a preparar escritores para los medios. Sólo en una ocasión, al quedar a la deriva un espacio de Radio Progreso ocupé la silla de la máquina de escribir y resolví el problema escribiendo el serial La vida siempre empieza.

Lindo título, uno más en la extensa lista de sus producciones. Aún resuenan en mis oídos «Ustedes los jóvenes», «La grandeza de los pobres», «Amor comprado», «Historia de tres mujeres», «Cuando sobra el dinero»… Y bien, de su trayectoria en lo que pudiéramos llamar: la otra literatura, la que se escribe para ser publicada en periódicos, revistas, libros, ¿quisiera hablarme con algún detenimiento?

De niña escribí cuentos, pasajes históricos y leyendas que de tarde en tarde mamá enviaba a distintos órganos de prensa y los publicaban en las tituladas páginas infantiles. Siendo estudiante universitaria colaboré en el suplemento dominical del periódico «El país». Fue mi etapa de los poemas en prosa y la narrativa color de rosa, y también de artículos con pretensiones más serias, por ejemplo sobre delincuencia juvenil y tribunales de menores. De la revista Vanidades guardo páginas amarillentas donde aparece un escrito que refleja mis preocupaciones de antaño acerca de la función femenina en la sociedad. En Vanidades circulaban cómodamente mis colaboraciones. Conservo, asimismo, algo de lo publicado en Bohemia, allá por 1957, creo. Al periodismo profesional que me gustaba y me gusta muchísimo por su influjo directo, constante, inmediato, en las grandes mayorías, le dediqué siete u ocho años de la década del setenta. Integraba la nómina de la revista Mujeres y de allí salí para la Editorial Arte y Literatura a realizar tareas de evaluación y divulgación de libros editados y por editar. El recorrido esta casi completo.

Casi, pero faltan las crónicas costumbristas, los cuentos para niños contenidos en el lindo cuaderno En un submarino de cristal y las siete narraciones del libro Intimidades recién publicado ¿cuándo lo escribe?

En horas de descanso mental. Nunca fueron el fruto de un empeño tenaz, de un trabajo sistemático. Eran para mí el oasis, algo así como una escapada, una aventura esporádica, una manera de solazarme jugando con las ideas y las palabras. Por lo general, apenas terminados iban a parar a las gavetas de mi escritorio y allí quedaban durante años sin ver la luz del sol, hasta que gente amiga se afanaba por leerlos y exponerlos al conocimiento público.

De todo cuanto ha hecho en la vida, ¿qué considera lo más complejo, lo más intelectual, lo más importante?

Rotunda y sonriente responde en el acto.

Mis responsabilidades de madre.

Nadie como ella para atesorar las más altas condecoraciones que otorga el país, entre ellas, LA ORDEN ANA BETANCOURT, LA ORDEN ALEJO CARPENTIER, EL PREMIO NACIONAL DE RADIO POR LA OBRA DE LA VIDA Y LA CONDICIÓN DE ARTISTA DE MÉRITO DE LA RADIO Y LA TELEVISIÓN CUBANAS.

 

Autor

  • Josefa Bracero Torres

    Josefa Bracero Torres [Camagüey. 1942]. Multipremiada investigadora, locutora, periodista, realizadora e historiadora de la Radio Cubana. Licenciada en Periodismo. Primer expediente 1974-1979. Locutora de primer nivel. Jefe de Información y Directora provincial de Radio y TV y de Radio Cadena Agramonte, [1969 y 1985]. Vicepresidenta del ICRT [1985 y 2004]. Entre los reconocimientos que posee se encuentran: Cuadro destacado del Estado, Orden Ana Betancourt, Distinción por la Cultura Nacional, Premios Nacionales de Radio y Actuar por la obra de la vida, Artista de Merito de la Radio y la TV, Hija Ilustre de la provincia de Camagüey. Premiada en Festivales Nacionales de Radio, 26 de Julio y Caracol, y por la Caribeann Broacasdting Awards. Tiene 12 libros publicados, sobre la historia de la Radio y la Televisión, así como el libro TULA, escrito en honor a la ilustre principeña en su el año de su bicentenario.