Tita Elvira Cervera Batte: una estrella refulgente en la memoria radial

Llega al Progreso Cubano cuando era alumna de séptimo grado de la Escuela Primaria Superior, averiguando por un concurso radio-teatral y había un muchacho negro, que a ella le pareció casi adolescente, muy correcto. Cuando se dio cuenta de su desconcierto le dijo: «Ven, ven, que yo te llevo a ver a Carlos de la Uz.»

Carlos de la Uz administraba la emisora, un español muy amable, que además fue barítono. Le dio todos los datos que buscaba y por él supo el nombre de aquel muchacho: » El elegido que me ayudó a entrar a la radio era Barbarito Diez».

¿Y que objetivo tenía este concurso? Le pregunto.

» Luis Manuel y Martha Martínez Casado hacen este concurso para facilitar que las personas que tuvieran condiciones e interés se fueran incorporando a la radio, porque había una gran cantidad de actores foráneos y era necesario desarrollar el talento propio.

Carlos de la Uz me dice lo que tengo que hacer para inscribirme en el concurso y Luis Manuel Martínez Casado me pone en las manos un libreto que se llamaba El arca encantada. Era un drama que debía leer y estudiar porque con eso me iba a presentar. Con un personaje que se llamaba Liriola gané el primer premio.»

¿Este concurso desarrolla otras presentaciones?

«Sí, fueron varias y uno de los últimos programas era la eliminación de eliminaciones, donde se decidía quién ganaba. Gané y me hicieron cantidad de regalos. Había una peluquería entre aquellos anunciantes que me regaló un ondulado permanente.

Lo que se rió de mí aquella gente no tiene nombre, aquello fue el acabóse. ¡Ay!, una negra con permanente. Entonces dije: Soy una negrita de Santa Clara, que voy a ser actriz y voy a seguir luchando.

A pesar de querer ampliar el número de actores cubanos en la radio, a todos los incorporaron como profesionales menos a mí, no obstante haber ganado en el concurso. Tenía su explicación: era la única negra.»

Usted nace en Sagua La Grande, ¿cuándo llega a La Habana?

«Creo que fue alrededor de 1925. Primero, nos mudamos para el barrio de Jesús María y, más tarde, fuimos para El Pilar. Soy maestra y doctora en Pedagogía. En La Habana fui a la anexa a la Normal que era una escuela elemental. Cuando empecé allí ya mi papá me había enseñado a leer, las tablas y me pusieron en primer grado. Mi papá, aunque era albañil, era una persona muy culta.

Cuando llegaba de trabajar, se ponía el aceite para ir reblandeciendo la cal y a las tres hermanas nos ponía a leer la fábula, pero era una cosa medio moralista, para que infiriéramos en la moraleja. Eso fue lo que me aficionó a la lectura oral, que es lo que después me facilitó los triunfos que tuve en la radio.»

De los recuerdos del barrio, alguno en especial?

“Cerca de mi casa estaba la CMCJ, que tenía como figura central a Pablo Quevedo a quien yo veía todos los días al pasar. Yo me encaramaba en la ventana de mi casa para oírlo cantar. Lástima que no haya grabado nada.

En mi casa se compró a plazos un radio Philco, ya me gustaba el arte, pero mi relación era a través de las carpas de teatro. No se me olvida que en un solar yermo que había en Santa Rosa y San Joaquín, se montaban muchas de las carpas-teatros que pasaban por La Habana.

Allí conocí a Enrique Arredondo y a otras destacadas figuras. La radio amplió mi espectro de conocimientos porque no conocía ninguna otra cosa que lo que ocurría en Santa Rosa y san Joaquín.»

Después de sufrir la amarga experiencia en El Progreso Cubano, ¿cómo logra adueñarse de la radio?

«En 1939, la CMQ organiza un concurso similar y utilizan como animador al actor Otto Sirgo. Igualmente como los Martínez Casado tenían el interés de incrementar los nuevos talentos del patio. Lo dirigía Luis Aragón, que alquiló un tiempo en CMQ, con Propagandas Múltiples. Además de este concurso radio-teatral, sacan al aire la primera novela radial, conocida como de las Precios Fijos, bajo la dirección de Enriqueta Sierra.

Era un poco como vestirse de largo, Propagandas Múltiples agarró la más importante emisora de entonces, la CMQ de Monte y Prado, y un programa estelar La hora de los Precios Fijos. Luis Aragón hizo que el jurado, desde sus casas, emitiera los juicios, no veían a la gente, aunque en el estudio sí se producía un espectáculo con público.

Otra vez primeros lugares y al final cuando hubo que decidir quién era la que iba a ser contratada y hecha actriz profesional resulté ser yo. Significaba que la próxima novela iba a ser protagonizada por mí. Así pasé a la historia de la radio, como la primera persona que, a partir de un concurso, llega al drama radial.»

¿Recuerda la novela?

«La novela se tituló El hombre que yo maté. Si esto fue importante para mí, más lo fue la beca de estudios con Enriqueta Sierra por tres meses. Recuerdo que Enriqueta cuando me conoció me dijo: «Todo el tiempo que quiera venir a estudiar conmigo, tiene abierta la beca.». Una mujer muy generosa, de quien realmente yo tengo un entrañable recuerdo.»

¿Considera la novela radial de los Precios Fijos como un paso decisivo para el futuro del género en el país?

«Creo que sí. Fue la primera novela radial, género que enseguida se fue al techo. Empezaron a proliferar las novelas radiales. Me refiero a la novela radial como tal, de la que devino esta novela amorosa que nosotros estamos oyendo hoy en Radio Progreso. Antes se hizo Chan Li Po, pero no era una novela sino más bien una aventura.

En El hombre que yo maté era la madre del muchacho porque siempre he tenido la voz grave, lo que me permitió, aunque tenía dieciséis años, que hiciera la madre de un soldado. Carlos Irigoyen fue el coprotagónico conmigo»

¿Y que pasa cuando concluye su contrato de tres meses con la CMQ?

«En aquella época en CMQ, la más importante emisora de este país, cuando se acababa el programa pasaba unos sobrecitos que tenían dos piezas, así era como cobrábamos, un peso y cincuenta centavos o dos pesos y sin seguridad de cuántos papeles podías hacer al mes.

Ocurre que a medida que empieza la comercialización y comienza a incrementarse, ya no era sólo la CMQ la que señoreaba, aparece Cadena Azul. Los anunciantes alquilaban espacios y llevaban allí sus elencos, no hubo uno solo que me ofreciera un contrato.

A mí no me contrató nadie, me ejercité en la radio no por las pocas veces que me llamaban para hacer «bolos», sino porque existían pequeñas emisoras, y ahí es donde entra en mi vida Zulema Casals, una actriz de teatro, de radio y de televisión. Zulema tenía con su esposo la dramaturgia universal adaptada a la radio, yo no sé de qué origen era, pero Zulema la alquilaba en las estaciones pequeñas.

La CMQ tenía también una estacioncita que se llamaba La Onda Deportiva de la CMQ, allí estuve también con Zulema y con Bebo Egea, incluso con Eduardo Casado, un magnífico actor cubano. Hicimos cosas muy bellas, pero no teníamos patrocinadores.»

Elvira, ahora cuénteme de la Mil Diez. Porque usted forma parte del gran elenco.

«Me había graduado de maestra normalista, no tenía aula y aunque trabajaba con Zulema Casals, en la Onda Deportiva, no tenían como retribuirme el trabajo. Mi prima Zoila Cervera estaba casada con Jesús Menéndez y éste me llevó a ver a Ibrahím Urbino. Ya tenía un nombre, llegaba con cierto prestigio. Me contrataron y también lo hicieron con Amador Domínguez.»

Y tuvieron oportunidad de desarrollarse en las artes dramáticas?.

«Amador Domínguez era un negro típico, lo que supone un blanco, consciente o inconscientemente prejuicioso, que debe ser un negro. Hablaba como un negro filosófico, un negro manso. Hicieron un programa tremendo, un vernáculo con todas las implicaciones prejuiciosas del caso, con su cadenón, marginalismo. Eso lo hacía en un estudio público Amador Domínguez.

Después quitaron el programa y Félix Pita Rodríguez le escribió un personaje muy bello a este hombre que, además, él hizo muy bien porque era un magnífico actor. La isla de las tormentas fue una novela galardonada nacionalmente en aquella época. El personaje se llamaba Caloga, tenía tantos años que era casi vegetal. Él era monosilábico, sus cosas las decía el narrador. Amador era un magnífico actor que después trabajó con Garrido y Piñero haciendo un negro filosófico que decía:»Que linda es la educación. Así es como me gusta que sea todo el mundo.»

Aunque el tránsito fue breve y no tuvo la oportunidad de exteriorizar todo lo grande y bueno de un talento, más allá de la risa, el llanto y el color, su nombre queda apresado en la Mil Diez.

«Yo no tenía ninguna de esas características de Amador y me acababa de graduar en la Escuela Normal. Era la locutora de La hora del Partido Socialista Popular. Contrataron como actrices a Raquel Revuelta, a Marta Casañas y a Antonia Valdés. No es que yo no hubiera hecho trabajos artísticos, pero tan mínimos que no dejaban huellas.

Sin embargo, Eduardo Casado sí fue una gente que me valoró y me estimuló muchísimo. Me ubicó en la Mil Diez de narradora en un programa a partir de las obras de Maupassant y de Somerset Maugham. Eran bellísimas narraciones escritas por Félix Pita Rodríguez, que sí le daban a uno oportunidad de lucirse.

He pensado que el problema de la discriminación racial a veces es inconsciente. En mi caso, tal vez esperaban una negrita que pareciera una negrita, y a pesar de que yo conjugaba bien los verbos y pronunciaba correctamente, nadie se inspiró en mí para desarrollarme como actriz, aunque mis condiciones quedaron demostradas.»

¿Por qué sale de Mil Diez en 1945, para dedicarse al magisterio.?

«Crusellas se interesa por Bellita Borges como locutora. Bellita era una de las primeras actrices de la emisora, que además identificaba la Mil Diez. Buscando la voz sustituta prueban a todas las primeras actrices y me seleccionan a mí en un principio. Al final, fue Mercedes Pérez la escogida. Me fui a trabajar como maestra a Batabanó y me moví de allí por riguroso concurso de oposición a un aula en Regla.»

¿Cuándo regresa a la radio?

«A principios de 1950, regresé a mis orígenes en Radio Progreso y el escritor Francisco Machado Montes de Oca me propuso, y me aceptaron, para un espacio dramatizado como parte de la pareja romántica. Estuve casi diez años como actriz en Radio Progreso, en aquel programa.

Lo hice con dos grandes actores, Raúl Selis y Guillermo de Cún. Era un espacio que se llamaba Ésta es tu vida, escrito por Inés Rodena, que fue una magnífica escritora. Los libretos de Delia Fiallo los protagonizaba Juanita Caldevilla y los de Inés Rodena los protagonizaba yo Y cosa curiosa todas mis novelas tenían nombre de mujer: María Lola, Alina Betancourt, Niurka, La Morita. Marcos Behmaras que escribía Actualidad mundial, trajo a una señora desconocida a hacerle una entrevista. Era la María Lola que yo iba a interpretar, porque era sobre su vida que Inés Rodena había escrito. Esa persona era Eloísa Álvarez Guedes.

Pero ¿qué pasó en Ésta es tu vida? Tuvimos un rating, ocurrió también con Juanita Caldevilla, cuya pareja era Tino Acosta, un galán muy bueno de Radio Progreso.

Crusellas se interesó por el espacio porque tenía un rating de primera, lo compró y nos desmochó a los dos. Eso no fue por un problema racial. Me desmochó a mí, pero a Guillermo de Cún, mi pareja, que era blanco, también, y trajo a Raquel Revuelta y a Manolo Coego. Así es el capitalismo, mueve a la gente como peones.

Sacaron a Juanita Caldevilla, que siempre fue una magnífica actriz, y a Tino Acosta y pusieron a Julio Capote y a Leila Fraga.

Realmente nosotros no teníamos patrocinadores, las emisoras no podían desperdiciar un patrocinador por defender el derecho del actor o de la actriz, o sea no creo que haya habido ni culpa ni culpable. Era el sistema. Después de diez años haciendo ese espacio, nos botaron. Yo acababa de dar a luz y estaba en la clínica en ese momento. Fue un mazazo tremendo».

¿Y concluye su contrato con Radio Progreso?

«No, seguí trabajando en la emisora, protagonizando El drama real de la una, que escribía Machado Montes de Oca, y también un espacio que tenía un rating tremendo que era Estampas criollas, cuyo autor era Leovigildo Díaz de la Nuez. En ese momento estaba casada con Enrique Alzugaray, que fue un actor negro muy bueno.»

Jocosamente me ha comentado otras veces que hubo una época que usted se la pasó «entre bandidos». ¿Por qué?

«Eso fue cuando hacía Arroyito, en la Onda Deportiva de CMQ; Manuel García, en RHC Cadena Azul y había otra serie con un bandido, en CMQ, donde también trabajaba.

Enero de 1959 la encuentra en Radio Progreso. ¿Hay algún cambio en su actividad artística?

«Estaba protagonizando lo que no habían comprado todavía, pero sabiendo que lo íbamos a perder, porque cuando lo compraran ponían a su gente y nos botaban a nosotros y no creo que eso haya sido problema racial, en lo absoluto, porque, como ya te dije, los otros actores blancos que había allí cayeron igual que yo.

Llega la Revolución y todo el mundo se llena de esperanza, ya no ocurrían esos problemas. Raúl Selis, Moraima Osa y yo nos pusimos a trabajar en la superación cultural de la gente de Radio Progreso y empezamos a introducir gran cantidad de programas educacionales. Nos volcamos en eso, hasta que llegó Estudio, trabajo y fusil, un programa de CMQ que entroncó con la Alfabetización. Me fui para la televisión a recorrer la isla haciendo la divulgación del uso de la cartilla.»

En 1988 Oscar Luis López graba El derecho de nacer y entre el formidable elenco escoge a Elvira Cervera.

«Para mí fue muy gracioso y, sobre todo, muy lleno de remembranzas, porque lo que me puso Caignet en la mano, fue una poesía. Lo único que me ofreció El derecho de nacer, en 1948, fue un papel que solamente duró un día. Por eso me hizo tanta gracia cuando me llamaron a protagonizarlo, al cabo de cuarenta años.

Muchas veces, de forma inconsciente, se piensa que el negro ni odia, ni envidia, ni aspira, ni es avaricioso, lo único que es: «mi su amo no me meta en el cepo», o es marginal, o se aprecia en función de un negrismo que también es prejuicioso porque, en definitiva, marginal es cualquiera. La radio, en aquel momento, tenía la misma visión contra la que hemos tenido que luchar mucho: el negro mutilado como ser humano».

De su autobiografía extraigo este párrafo dedicado a su condición de fundadora de la televisión en Cuba.

«Fui fundadora de la televisión porque Moreno Fraginals, el autor de El ingenio, escribió un libreto sobre una negra africana y era una cosa bonita la nostalgia de ella sobre su tierra natal. Fue Gaspar Arias quien me llamó a hacer ese trabajo en un programa titulado Humo del recuerdo y Justo Rodríguez Santos hizo La vida de Baudelaire, con Bebo Egea y como Baudelaire tuvo una amante negra me buscaron a mí.

Son las dos únicas oportunidades en las cuales trabajé siendo una mujer joven, a pesar de que cuando la televisión apareció, en 1950, tenía 27 años. Siempre he dicho que el prejuicio de los realizadores de la televisión cubana fue no aceptarnos en tanto que jóvenes.

La primera sorprendida de ser fundadora de la televisión fui yo, porque es tan fortuito como la presencia de Rodrigo de Triana en el palo mayor de la nave de Colón. Sucede que le tocó estar ese día y de buenas a primeras alguien gritó: ¡Tierra!. Eso lo instaló en la posteridad.»

Elvira Cervera deja su huella también en el teatro y en el cine cubanos.

«Trabajé en la película En tres y dos, en un papel importante con Rolando Díaz; en Tesoro, una coproducción venezolana. En Tierra Índigo, en un papel importante también. Trabajé en Habanera y en una que provisionalmente se llamaba La rumberita y que es, igualmente, una coproducción. Hice una cosa de pasada en Cumbite.»

Su obra mayor en el teatro se produce a partir de los años cincuenta. ¿No es así?

«De esa época recuerdo haber trabajado en obras importantes, como Antes del desayuno, de Eugene O´Neill y Las cosas suceden, de Bernard Shaw. También recuerdo la obra El relevo, escrita por Félix Pita Rodríguez y dirigida por Paco Alfonso.

En el teatro lírico siempre he hecho La Chepilla. También trabajé en María la O, y en Cecilia Valdés, que estaban dirigidas musicalmente por Gonzalo Roig y artísticamente por Miguel de Grandy; y, Lola Cruz con la dirección artística de Adolfo Luis. También hice Tambores, de Carlos Felipe, en el teatro Martí.

Después de más medio siglo aún hoy mantiene, con la frescura de entonces, los recuerdos porque la Mil Diez queda allí en lo más íntimo de su corazón a pesar de la nostalgia por no haber tenido la oportunidad de desarrollar con mayor intensidad aquella voz profunda, rica en matices, con la plenitud de las emociones.

«El ambiente de la Mil Diez era sin dudas agradable. Ahí conocí a figuras de las que había oído hablar o había leído algo en los periódicos: Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez, Nicolás Guillén, Mirta Aguirre y César Vilar.

Entre los músicos y cantantes recuerdo a Enrique González Mántici, Félix Guerrero, Adolfo Guzmán, Pérez Prado, Elena Burke.

Alfredo Perojo, magnífico actor, siempre protestando por la arbitraria puntuación de Onelio Jorge Cardoso y éste exclamando sentencioso: –Los Onelios escribimos las ideas, los puntos y las comas los ponen los Perojos.–

Estuve cerca de gente realmente valiosa. Amplié mis lecturas orientadas por alguien digno como Pepe Tabío. Conocí a una valiosísima actriz, además de magnífica persona, Antonia Valdés. Eduardo Casado un entrañable amigo, está también entre mis recuerdos de entonces.

En la nómina artística de Mil Diez figuraba lo más valioso del país en aquel momento y fueron muchas las personalidades de otros países que actuaron en ella o la visitaron. Mil Diez tenía una programación dramática interesante, como la laureada novela La isla de las tormentas, de Félix Pita Rodríguez, gran intelectual cubano; pasaba un programa de entrevistas extraordinarias, escritas por Honorio Muñoz, en el que el entrevistado podía ser el viento del Mato Grosso informando sobre la legendaria vida de El Caballero de la Esperanza, un viejo luchador de Brasil.»

Hace más de setenta años, Tita Elvira Cervera Batte entra del brazo de Barbarito Diez en la morada de los dioses del arte. No imagina entonces aquel joven los valores artísticos que atesora la muchachita negra, pero, sobre todo, la férrea voluntad para imponerse y consagrarse en la mejor actuación de su vida, la lucha por lograr un cambio de actitud que permita valorar a un artista por lo que es y admitir, sin prejuicios, su ascenso a la categoría de estrella, sin importar el color de la piel.

 

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