Una monumental deuda editorial

La radiodifusión cubana abarca dos etapas: la comercial y la de servicio público.

La primera surge desde el 22 de agosto de 1922, cuando comienza la difusión radial en nuestro país y se extiende al audiovisual desde el 24 de octubre de 1950, cuando se le suma la de televisión.  

La segunda, desde 1960, revela otro momento histórico con objetivos diferenciados, disímiles procesos, actividades, disciplinas, manifestaciones, sucesos, prácticas y modos de hacer de gran diversidad y complejidad, pero es parte de la misma historia.

El triunfo de la Revolución transmutó los objetivos mediáticos privados comerciales en estatales de servicio público, gestores de contenidos orientados a formar, informar,  educar y ofrecer superación espiritual-cultural a todas las audiencias.

Con la suspensión de los mensajes comerciales en la programación de las plantas radiales-televisivas y en las publicaciones impresas, se desarticuló la preponderancia de la publicidad y del mercadeo en una Industria Cultural que giraba alrededor de los medios de comunicación.

La transformación radical del entramado socio-cultural cubano se propuso algo tan  esencial como instaurar el sistema económico-social socialista y por ello, reconvirtió  viejas prácticas y creó otras adecuadas a las nuevas necesidades, paradigmas, modos de hacer y esencias de la sociedad.    

En medio de una transformación tan raigal, emergió una percepción teórica-ideológica reduccionista que minimizó, ignoró o anuló ―por considerarlo inoperante para la nueva sociedad― las disciplinas relacionadas con la comunicación, la producción y la mayoría de los modos de hacer radiales-televisivas comerciales; e incluso devaluó junto a su enfoque cultural la importancia histórica del período 1902-1959, dando a la  denominación “La República” un matiz peyorativo.

Entre las secuelas más lamentables de la satanización de “lo mercantil”, se encuentran la desaparición de los archivos de las empresas mediáticas y publicitarias de relevancia nacional e internacional que atesoraban la significativa gestión cubana en estos ámbitos y un acervo importante de la historia de la comunicación y de la cultura de Cuba, las Américas e Iberoamérica.

Lo mismo sucedió con miles de pies de kinescopios fílmicos, fototecas, discotecas, etc., portadores de la memoria de nuestra radiodifusión y que constituían una valiosa fuente de programación.   

Esta visión devastó nuestras fuentes primarias, congeló por varios decenios la investigación mediática desde la perspectiva histórica-cultural y, por demás, desestimuló la formación de investigadores especializados en este patrimonio.  

Felizmente esa etapa quedó atrás con políticas que instauraron una visión incluyente de la historia. Mucho influyó en ello la formación política-ideológica y la cultura general latente en más de un millón de graduados universitarios y cientos de diplomados, maestros en ciencias y doctores; la rigurosa red de enseñanza artística; uno de los sistemas de radio-televisión de servicio público más potentes en habla hispana y las disímiles instituciones, estructuras y actividades culturales sufragadas por el Estado.
 
La perspectiva actual revaloriza nuestra historia anterior a 1959 como una zona importante del patrimonio de la nación cubana y de Iberoamérica.

La investigación, una de las prácticas más generalizadas de la sociedad contemporánea, es una herramienta invaluable para conocer el quehacer humano y rescatar las tradiciones de nuestra cultura mediática y de nuestra identidad nacional.

El descomunal proyecto cultural de la Revolución durante 56 años, en su tránsito de la utopía a la realidad concreta, potencia cada día una multiplicidad de horizontes cuantitativos y cualitativos superiores.

Sin embargo, la investigación histórica mediática debe salvar aún múltiples escollos:    

– La preservación y restauración patrimonial estatal nacional es magna en su rescate de inmuebles, colecciones, obras de arte, entorno arquitectónico y el patrimonio tangible o intangible de la nación; pero, salvo algunas acciones aisladas, el frágil reservorio de la radiodifusión parece olvidado.   

– Nuestra rica historia mediática solo se halla de manera dispersa en las colecciones de las publicaciones de la época existentes en bibliotecas, en su mayoría incompletas por el deterioro del tiempo o el vandalismo.

– La otra fuente alternativa, los archivos de los protagonistas de una generación en extinción que, al fallecer, no siempre encuentran herederos o instituciones que aquilaten el valor patrimonial de los documentos en su poder, que deberían salvarse para el futuro, pero que en muchas ocasiones se pierden.  

– Poseemos un capital humano cualificado de valor incalculable, pero los sucesivos periplos por nuestras librerías y ferias revelan generalmente la saturación de títulos referidos a poesía, narrativa y áreas muy específicas de la historia de Cuba. La realización de ensayos históricos y el rescate de la historia mediática es ardua, prolongada y anónima, pero en muchas ocasiones sus contados resultados duermen por años en nuestras editoriales sin publicarse.

– Proliferan los autores de superficiales historias de vida y de anécdotas, pero escasean las investigaciones teóricas–históricas serias y acuciosas que sistematicen sus regularidades, continuidades, rupturas y aportes.

– Tampoco estas investigaciones son favorecidas por las tarifas que se le aplican en nuestras editoriales o en los soportes digitales del ciberespacio.  

Al triunfo de la Revolución el país carecía de una industria editorial sólida y ese ámbito era dominado por una vasta red de publicaciones periódicas mediáticas.

Las nuevas políticas abrieron los horizontes a la educación, la superación cultural de todos los cubanos y, progresivamente, forjaron un ámbito editorial cualitativamente superior: la Imprenta Nacional de Cuba (1959) y la Editora Nacional (1962) fueron el  preámbulo del Instituto del Libro, entidad que concentró durante décadas esta gestión en la nación.

En los últimos veinticinco años este universo se ha amplificado y diversificado con los nuevos sellos editoriales fundados en todas las provincias y, finalmente, en numerosos  institutos subordinados al Estado, organizaciones de masas y entidades donde se insertan como una alternativa importante; pero no todas tienen los mismos recursos, ni en todos estos escenarios existe un entorno o ambiente óptimo para su consolidación y evolución.  

Conscientes de la importancia histórica y la trascendencia comunicativa-cultural de nuestra radio y televisión, por muchos años numerosos especialistas y funcionarios del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) trabajamos arduamente para lograr una plataforma de pensamiento donde pudiéramos teorizar sobre nuestros modelos comunicativos, tendencias artísticas y prácticas, rendir tributo a nuestras figuras y, en suma, hacer nuestra historia.

Sabíamos que después de tantos años de ausencia, este análisis comunicativo, cultural e histórico era vital en la identificación de la memoria de múltiples procesos, rutinas,  producciones y conocer el aporte de tantos hombres y mujeres que desde el siglo XX dedicaron sus vidas a ambas actividades.

En el ICRT se inauguraron los Portales Web de la televisión y la radio, además de múltiples plantas que difundieron su programación audiovisual. La revista digital En Vivo, devino preámbulo de su versión en plegable vendido en los estanquillos y de la Editorial impresa En Vivo, que desde 2011 publica sus primeros títulos y cada año enriquece su catálogo.

No obstante, la falta de recursos múltiples, finanzas e incluso de visión estratégica,  retarda el saldo de la deuda acumulada con el pensamiento y la historia de la radiodifusión. Incluso, no faltan los miopes que subvaloran esta actividad y la minimizan por no considerarla nuestra actividad básica.   

Por ello anhelo que se sigan derrumbando las paredes de los feudos y que esta zona tan importante de la cultura cubana también sea de interés del resto de las editoriales, entre otras, la de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Tuvimos que esperar décadas para que en nuestro entramado simbólico, ideológico y social revalorizáramos el valor cultural de la comunicación, de los sistemas mediáticos y diéramos continuidad histórica a las pesquisas sociológicas-psicológicas aplicadas a una vasta urdimbre de relaciones empresariales, organizacionales, institucionales e ideológicas-políticas, incluidas las de los medios de comunicación electrónicos.

Esperemos que no suceda lo mismo en el campo investigativo y en la publicación de la historia de la radiodifusión cubana.

Autor