A Fidel, el mejor de nuestros campeones

No se olvida su oportunidad como Cuevas, Cheíto Rodríguez, Muñoz, Casanova, Linares…Kindelán…Sus lanzamientos rectos fueron tan veloces como los de Huelga, Vinent, Changa, Lazo, Rogelio y Pérez Pérez.

Corrió con Figuerola, Miguelina, Juantorena y Ana Fidelia. Saltó con Sotomayor y remató con Mireya. Pegó tan fuerte como Stevenson y Savón, y esquivó los peores golpes al estilo de Correa y Adolfo Horta. Nadó junto a Falcón, y encestó como Ruperto y Urgellés las canastas más asombrosas.

En el casillero de la vida enjundiosa de Fidel hay tantos récords como los trescientos cuarenta laureles ganados por sus discípulos a la sombra del olimpo luego del triunfo de enero.

En la proeza olímpica de Mijaín; en la policromía áurea de Driulis; en la sonrisa dorada de Idalys; en los lauros de Yipsi; en la voluntad de Yunidis…, de Omara; y en las alturas de Yarisley. En cada uno de sus arrojos y regocijos, aflora siempre su empuje optimista.

En las porfías y conquistas atléticas de África, Asia, América Latina, Europa y Oceanía, perdurarán las huellas de su capacidad altruista.

Un boxeador se ciñe el cetro; un corredor acaricia la presea; una gimnasta alza el premio; una ciclista exhibe el pergamino; un profesor reverencia en silencio por las bondades de su naturaleza solidaria.

Cómo olvidar que nunca escatimó tiempo para interesarse por Ana Fidelia, cuando la tormenta santiaguera contendía con la muerte al acecho de su menor descuido. «Ana Fidelia no va a morir…Ella y yo acabamos de pactarlo», aseguraba, cuando la temeridad del fuego vulneraba el cuerpo de la célebre corredora.

¡Y no murió! Poco tiempo después -cuando aún el dolor hostigaba su existencia-, Ana Fidelia Quirot regresaba a las pistas para inflarnos el orgullo de ser como Fidel: Impenitentes, incansables, atrevidos ¡Tanto caló el halo de su influjo en la estirpe de la atleta oriental!

En el tablero de su vida los trebejos devinieron enigmas con precisión milimétrica, en sus jugadas maestras al mejor estilo capablanquiano. Pieza a pieza sembró lo que parecía quimérico, y en cada movimiento puso el extra de los magnos triunfadores.

Hizo que germinara la simiente que tanto abonó en la finitud de sus ensueños de hacedor constante. «Venimos decididos a impulsar el deporte a toda costa, llevarlo tan lejos como sea posible…», advertía poco después de la alborada triunfante. ¡Y lo cumplió! De extremo a extremo, el deporte se irguió en el más impensado trecho del irredento caimán.

En sus noventa de vida palpitante descuellan asombrosos récords -no solo de palabras y fantásticos sueños-, sino de faena perdurable, de obstinado andar, de marcas definitivas, de encanto olímpico y universal. ¡Mucho también de maestría táctica y de eficaz estrategia!

No hay milagros en los éxitos deportivos de Cuba. ¡No! Son realidades tangibles por la suma de la prodigiosa gesta y su vertical compostura de incansable gladiador en batallas cruciales.

¡Fidel! ¡Fidel! ¡No te has ido, Fidel! Sigues aquí, allí, allá…en todas partes; mirando y advirtiendo. ¡Hasta siempre, campeón!

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