Arístides Viera: un héroe de la Patria

Quien llegó a hacer uno de los principales capitanes del Movimiento 26 de Julio en La Habana, se caracterizó por su arrojo, valentía, sólida formación marxista y defensor a ultranza de la justicia social. 

Era admirado por quienes formaban parte de distintas células clandestinas que veían en él un ejemplo a seguir, y temido y odiado por los cuerpos policíacos.

Capaz de salir a «cazar», como él decía, en pleno día, a torturadores y asesinos como una manera más de hacer justicia revolucionaria, sobresalió por mantener una firme postura unitaria con otras organizaciones que participaban en la lucha contra la tiranía.

Con Juan Manuel Márquez -una de las figuras políticas más progresistas de Marianao, y quien llegaría a ser el segundo jefe de la expedición del yate Granma, en 1956-, mantuvo estrechas relaciones.

En momentos cruciales siempre ocupó un lugar de vanguardia.  Estando en prisión en el Castillo del Príncipe, por tercera vez, su conducta le hizo ganar en los meses de prisión un merecido respeto y es que se destacaba como revolucionario aglutinador y carismático, era partidario de elevar los conocimientos de sus compañeros en prisión para lo cual consideraba indispensable leer y estudiar, lo cual practicaba en los círculos de estudio y conversatorios que ofrecía.

Fue de los primeros en llamar a la huelga de hambre iniciada el 16 de julio de 1957 y que se extendió por 16 días en respaldo a los presos políticos que sufrían maltrato en el presidio de Isla de Pinos, uniéndose en ello a otros jefes clandestinos, también en prisión, como fueron Faustino Pérez, Sergio González «El Curita», Ángel «Machaco» Ameijeiras, Rogito Perea y Bernardino García «Motica», entre otros.

Al salir de la prisión con libertad provisional, Arístides vivió los días más intensos de su vida clandestina en medio de una feroz persecución de los principales jefes policíacos, en especial del asesino Esteban Ventura.

En esas circunstancias su dinamismo y autoprotección lo llevaba a cambiar  de un lugar para otro. Así, estableció fuertes vínculos con Oscar Lucero Moya (Héctor) quien había llegado a La Habana después de participar en el ajusticiamiento del coronel Cowley Gallegos, asesino de los expedicionarios del «Corynthia» y de las Pascuas Sangrientas, en Holguín.

Entre Lucero y Arístides se estableció una fuerte empatía por las coincidencias en las ideas revolucionarias. Juntos elaboraron planes para ejecutar a Esteban Ventura y para la huelga general del 9 de abril de 1958.

Llegó el fatídico día del 20 de marzo de 1958 cuando Arístides conoció la noticia de los asesinatos de Sergio González (El Curita); Bernardino García (Motica) y de  Juan Borrell, quienes habían sido apresados y bestialmente torturados, y sus cuerpos sin vida arrojados en el Reparto Altahabana.

La reacción de Arístides fue inmediata, decidiendo salir desde donde se hallaba el Reparto Sevillano a realizar una acción armada como respuesta de lo sucedido.

De allí partió junto a tres combatientes: Rogito Perea, Pedro Gutiérrez y Elpidio Aguilar. Atacaron una perseguidora sobre la 5ta. Avenida y calle 42.

A gran velocidad el auto manejado por Arístides avanzó, y chocó contra un muro frente al parque de diversiones Coney Island Park.

Los clandestinos trataron de buscar protección ante la avalancha de plomo, a la vez que ripostaban con sus armas. 

Arístides, herido de bala en una de sus piernas y con escasa movilidad, tomó la decisión de cubrir la retirada de sus compañeros para que salvaran sus vidas. 

A duras penas llegó a un terreno situado en 5ta. Avenida y 114, donde la hierba tenía cierta altura, siendo localizado por los represores que concentraron sobre él un gran volumen de fuego, respondiendo con su ametralladora y por último con su pistola. 

Allí combatió hasta la última bala, en que herido de muerte, los genízaros -aún temerosos-, se fueron acercando a su cuerpo haciéndole numerosos disparos.

Al realizarse la autopsia del cadáver de Arístides se apreciaron cerca de 50 impactos de bala, resaltando en el escrito del forense que Arístides «…adoptó distintas posiciones durante el tiroteo ocurrido, pero siempre más bien manteniendo el plano anterior frente a los agresores», lo cual indica que combatió de frente sin dar las espaldas a sus enemigos.

De los que acompañaron a Arístides, y muy próximo a él, Elpidio Aguilar fue asesinado después de combatir por largo rato en que quedó sin municiones.

Rogelio Perea «Rogito» y Pedro Gutiérrez, después de romper el cerco policíaco, morirían posteriormente junto a Ángel «Machaco» Ameijeiras frente a fuerzas de la tiranía en Goicuría 523, esquina O´Farrill, en la Víbora, el 8 de noviembre de 1958, después de librar uno de los combates más importantes de los realizados en La Habana por los grupos clandestinos, y donde únicamente quedó con vida la combatiente Norma Porras, herida de bala y en estado de gestación.

Nacido el 26 de abril de 1926 dejaba de existir de manera heroica Arístides Viera, quien fuera un alumno consecuente con las ideas de José Martí y de Fidel, a quien reconocía como jefe supremo de la Revolución.

Arístides fue un revolucionario del todo preocupante para los represores de la dictadura, en especial para el Buró de Investigaciones y el Buró Represivo de Actividades Comunistas (BRAC). 

Se convirtió en una leyenda viva con la cualidad de aparecer y desaparecer. Muchos fueron los atentados en que participó, entre otros, contra el Comandante Diéguez, supervisor de las tres estaciones de policía de Marianao, una de las cuales, la 17, fue víctima de los disparos del propio Arístides.

A lo anterior se suman el ataque realizado al Comandante Medina, segundo jefe del Buró de Investigaciones, y al hermano del Jefe de la Policía, entonces Rafael Salas Cañizares. Debe agregarse la participación activa de Viera en la noche de las 100 bombas, el 8 de noviembre de 1957, y la voladura de los transformadores del Hipódromo de Marianao.

Valorar a Arístides estableciendo un real balance de su intensa vida y de su heroico final no resulta un ejercicio simple. Quizás, lo más atinado lo expresó el Comandante Faustino Pérez, entonces Jefe del Movimiento 26 de Julio en La Habana y su entrañable compañero de cárcel, quien lo definió como el combatiente que «pasó por la vida y por la lucha como una llama encendida y cayó en el seno de la Patria como una semilla de fuego».

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