Céspedes, su paso a la inmortalidad en San Lorenzo

Tenía el encargo de incursionar por caminos ocultos evadiendo las postas de los patriotas, guiados probablemente por un traidor para irrumpir por sorpresa en  la prefectura mambisa de San Lorenzo, donde libraron un único y desigual combate en el que murió el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, quien se defendió en solitario con su revólver.

En los archivos ibéricos obra el  reporte del comandante Sabas Marín al Capitán general  sobre la  operación, pero  notifica  que le envía las armas ocupadas y \»los papeles con el Capitán Ayudante Don Francisco Flores, quien le puede informar reservadamente de todo” (…), lo cual va en contra de la práctica habitual de los informes  de los jefes peninsulares a la superioridad  donde  solían incluir  porm escrito detalles y acontecimientos de las acciones.

Este hecho, así como las  circunstancias de la muerte de Céspedes en San Lorenzo,  donde fue  obligado a permanecer casi sin protección y con la negativa de su salida al exterior después de ser sustituido el 27 de octubre de 1873,  constituyen enigmas aún sin aclarar totalmente.

El primer presidente de la República en Armas tenía enemigos en las propias filas de la insurrección, quienes atizaban el fraccionalismo y las estériles conspiraciones, enarbolando presuntos métodos autoritarios del jefe mambí, divisiones que trás  la caída en combate de Ignacio Agramonte (1873) y Céspedes 12 meses después, desembocarían en  la paz del Zanjón en 1878.

Al reflexionar sobre esos acontecimientos, le escribió a su esposa Ana de Quesada el 21 de noviembre de 1873 : “En cuanto a mi deposición, he hecho lo que debía hacer. Me he inmolado ante el altar de mi Patria en el templo de la ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba. Mi conciencia está muy tranquila y espera el fallo de la Historia”.

A fines de enero de 1874, se instaló en el referido campamento, sin  escolta y esperando el permiso del gobierno para salir para el exterior por las razones que explica en su solicitud donde escribe : “mi presencia en el país puede servir de pretexto a ambiciones, ser origen quizás de desagrados que yo quiero evitar a toda costa; es por esto, en modo alguno por las privaciones que tuviera que experimentar, ni por temor a peligros procedentes del enemigo, que deseo pasar al extranjero.”

Mientras estuvo en la zona, enseñó a escribir y  a  leer  a algunos moradores, jugó al ajedrez y visitó con asiduidad a los campesinos del entorno  que lo invitaron a su humilde mesa de forma sistemática.

El 24 de febrero recibió la negativa del gobierno de acceder a su solicitud de permiso para viajar fuera de fronteras. Su suerte estaba echada. El propio 27 de febrero declinó una invitación para almorzar de un amigo de los alrededores por sentirse indispuesto y permaneció en el lugar en compañía de su amiga Francisca Rodríguez, cuando  una niña les advirtió que había soldados españoles  en los alrededores.

Su hijo Carlos, que lo acompañaba, estaba fuera del campamento, así como José Lacret Morlot, su amigo y prefecto del lugar.

Céspedes se dirigió hacia un farallón, pero resultó alcanzado por los proyectiles enemigos  y cayó por  la furnia.

Hay investigadores que especulan si ante la imposibilidad de burlar a los tropas coloniales, se dio muerte con su revólver o si en realidad fue alcanzado por el fuego de los hispanos.

En el referido reporte de la acción escrito por el   jefe del Batallón de San Quintin  se afirma: “El capitán de la 5ª Compañía don Andrés Alonso y el Sargento 2º Felipe González Ferrer con cinco soldados fueron los que dieron muerte al referido Céspedes, el cual disparó un tiro de revólver al Capitán y otro a dicho Sargento y sin embargo de mis voces de date prisionero no fue posible se entregara…”

Así fue el paso definitivo a la inmortalidad del Padre de la Patria, de quien diría José Martí:  ”Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro.”

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