Huracán Irma: Sinfonía de resarcimientos

Hay que estar en la piel del que lo perdió todo, o aunque sea una toalla, o un álbum con fotos de familia -que no es poco-, para entender cuán poco funciona eso de intentar algo parecido a una prosa lírica, poética o como quiera llamársele, para hablar de lo que fue Irma y de lo que hoy sigue siendo.

Por eso, como las palabras funcionan poco en estos casos, y menos las almibaradas o lacrimosas, mejor hacerle espacio de preferencia a los sonidos.

Porque nada más decretarse la fase recuperativa a las 8:00 p.m. de este domingo, como si se tratara de una orquesta que espera por la señal del director, empezó el ronroneo de las motosierras.

Luego, el lunes amaneció entre golpeteos de martillos, machetes; el rascar de tridentes, escobas, y otra vez las motosierras, los serruchos…

Motores de camiones, grupos electrógenos pariendo electricidad entre casi rugidos, chasquidos de metal entrechocando, y el vocerío… el vocerío es la floritura de esta composición musical: lo mismo el gruero preguntando desde arriba, que aquel subido al poste hablándole al colega que quedó junto a la escalera, que el muchacho del piso ocho llamando a la madre para que le baje dos cubos para subir agua o le tire un pulóver.

Nada más alejarse Irma con sus desmanes, Cuba se sacudió del maltrecho espinazo los ramajes caídos, las pencas, los escombros, pedruscos lanzados por el mar, las angustias, miedos, las pérdidas, las lágrimas… y empezó a hacerse oír.

Primero bajito, como cuando uno despierta de una pesadilla demasiado oscura; luego, con más potencia. Ahora, Cuba suena, grita, vocifera, llama, pregunta mientras empieza a reconstruirse, lenta como terco elefante lastimado.

Y en medio de esta sinfonía de resarcimientos, Cuba se seca las gotas de sudor con la camiseta sucia y, de vez en cuando, también murmura por lo bajo, como hablando consigo misma: «¿Quién, quién coño dijo que no puedo?». Luego sigue trabajando.

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