Chile, América Latina y las Grandes Alamedas

Hasta la fecha Chile había sido un país estable en lo que al apego constitucional se refiere. Poco a poco y coexistiendo con esa estabilidad relativa, las fuerzas progresistas avanzaban en conquistas para el bien común. El triunfo de la Unidad Popular constituyó un acontecimiento  inédito  donde una fuerza de la izquierda se constituía en gobierno por la vía electoral. ¿Qué sucedió, entonces?

La realidad chilena debe analizarse desde varias aristas. De un lado la Guerra Fría, una etapa que después de la Segunda Guerra Mundial hacía para los poderes del capitalismo mundial que todo cuanto oliera a socialismo se asumiera como una amenaza contra el sistema encabezado por Estados Unidos. De otro lado, el ejemplo de Cuba en América Latina se hacía demasiado incómodo tanto para el imperialismo como para la oligarquía chilena. Aceptar la llegada de un proyecto de naturaleza progresista a través de las urnas hacía temer que el ejemplo se extendiera como ola expansiva hacia otros países del continente.

Una de las primeras medidas del gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende fue la nacionalización de las minas de cobre. En gesto de legítima soberanía Chile rescataba su principal fuente de riqueza económica, y con ella la posibilidad de emprender proyectos de amplio beneficio social.

El derrocamiento del presidente Allende se convirtió en prioridad uno para el entonces inquilino de la Casa Blanca Richard Nixon, profeso enemigo de todo paso emancipador en lo que las administraciones yanquis han considerado su patio trasero. Nixon contaba con el apoyo de la oligarquía chilena, tontos útiles que prefirieron una patria ensangrentada antes que un proyecto fundado en la justicia social y con cabida para todos.

Para alcanzar su propósito, el imperialismo yanqui apeló a sus manidos métodos desestabilizadores. Con buena parte de los medios de comunicación en manos privadas, se desató una campaña dentro de la opinión pública interna de Chile basada en lo que hoy conocemos como “flake news”. El objetivo número uno fue la desinformación, aprovechando el control de los medios. El pueblo chileno empezó a ser bombardeado con un spray noticioso adulterado para provocarle confusión y facilitar el camino a la inestabilidad política.

Grandes transnacionales estadounidenses se sumaron a la preparación del golpe, en primer lugar el gigante telefónico ITT. Tras esta y otras corporaciones se hallaban los “think-tanks” del “grupo de Chicago” con sus recetas de libre mercado. Para los llamados “Chicago Boys” sería la oportunidad de ensayar su doctrina neoliberal. Chile era entonces el lugar ideal para establecer su laboratorio. Era entonces preciso llevar al país sudamericano a una situación límite en el plano económico para luego aplicarle una terapia de shock.

Aquel 11 de septiembre fue el día escogido por la bota castrense para bañar en sangre a todo un país que, entregado a su lucha, vio desplomarse un sueño bajo aviones, tanques y balas que arremetían de modo indiscriminado, dando paso a una masacre impar donde la tortura y el asesinato impune se pusieron a la orden del día. Con el experimento neoliberal en marcha creció paralela la desigualdad social a límites nunca antes vistos.

La dictadura de Pinochet duró hasta 1988, pero los daños infligidos en el alma nacional de Chile llegan hasta estos días. El pueblo chileno aún tiene mucho que andar, tanto como otras naciones latinoamericanas.

Para los tiempos actuales las tácticas y estrategias imperialistas y de las oligarquías nacionales, no difieren de aquellas que asesinaron el sueño del pueblo chileno.

Las “flake news”, medidas coercitivas y las intentonas golpistas continúan presentes en la agenda. Un ejemplo lo es la campaña desestabilizadora contra el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y su presidente, el compañero Nicolás Maduro Moros. La actual administración de Estados Unidos se aferra a una política beligerante donde el bloqueo económico, las campañas desestabilizadoras concomitantes con la oposición interna y las pretensiones golpistas ocupan una categoría predominante.

El único camino para frustrar todo empeño imperialista pasa por la integración económica y política de los pueblos latinoamericanos y caribeños, el desarrollo de la complementariedad comercial y medidas de justicia social que alcancen a los más pobres entre los pobres. Es a la integración a lo que más temen los poderes hegemónicos del imperialismo yanqui; una América Latina unida, jamás será vencida.

Recordamos hoy aquel día triste para la historia de una América humillada y sufrida, que desde hace mucho decidió emprender un camino emancipador. Aún queda por andar, más el tiempo está del lado de los más pobres. Las grandes alamedas se abren para el pueblo chileno, claman también por convertirse en senderos por donde transite, triunfal, Nuestra América nueva.

 

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