Educar, vocación suprema de amor

Esa afirmación sigue calando en las conciencias y actuares de quienes hasta nuestros días abrazan la misión magisterial. Más que profesión u oficio, la dedicación a la enseñanza es todo un sacerdocio que se consagra en su secularidad.

El magisterio supremo es la aspiración de toda sociedad que rinda culto a la virtud. En esa misión se unen dos componentes indisolubles: la enseñanza del conocimiento – con todo el caudal que acumula del saber humano – y la inculcación de valores que constituyen modelos a seguir en el plano ético por toda sociedad que aspire al crecimiento humano.

Los maestros son comunicadores por excelencia. Tienen la responsabilidad de dar a conocer los contenidos del saber acumulados durante siglos. Les corresponde, además, la tarea de impartir la enseñanza como el potencial que genera un proceso de reflexión, análisis y valoración personal que calan en la conciencia social con poder transformante y renovador.

Este diciembre lo dedicamos, precisamente, a homenajear a esos seres admirables que un día tras otro asumen la inconmensurable responsabilidad de enseñar, educar y formar a nuestras hijas e hijos. Desde el pizarrón cuando da inicio esa tarea tan sensible y hermosa de enseñar a leer y escribir,  hasta los salones de conferencias, laboratorios y aulas magnas que son aposento del encomiable ejercicio del alto estudio; en ambos momentos, como alfa y omega de todo un quehacer, la proeza cotidiana del magisterio se nos muestra en toda su grandeza.

Enseñar, educar, formar ciudadanas y ciudadanos respetables y dignos, es labor de maestras y maestros, lo cual requiere del ineludible acompañamiento por parte de las figuras esenciales del hogar para que la obra sea completa. Si el maestro es mixtura de saberes compartidos, la familia es levadura.

Desde los primeros años del triunfo revolucionario de 1959 la educación – entiéndase como enseñanza y formación de ciudadanas y ciudadanos virtuosos – constituye un propósito cardinal. La independencia y libertad conquistadas hace seis décadas precisan de la educación para su continuidad histórica y consolidación. Mujeres y hombres con elevada cultura son la piedra angular de una Patria en continuidad revolucionaria.

Tenemos el orgullo de ser una sociedad que contó entre sus primeras batallas con la misión de enseñar a leer y a escribir a todo el pueblo, hasta declararnos territorio libre de analfabetismo; de universalizar la educación desde la primaria hasta el nivel universitario, y hacer de la difusión del conocimiento y la cultura una prioridad universal. Y por si fuese poco, esas experiencias maravillosas las trasmitimos con altruismo y desinterés a otros pueblos del mundo en programas como “Yo sí Puedo”.

Nos toca hoy honrar a todas y todos esos seres inigualables que desde su cotidianidad, como la savia al árbol nutren a las nuevas generaciones cubanas para que sean cada vez mejores. A ellas y ellos, una congratulación plena de afecto  y reconocimiento profundos a su labor.  Y así decir con nuestro eterno Fidel que

el magisterio más que una profesión, es en realidad una vocación(*), porque: “A todos nosotros, sin excepción, nos corresponde el papel de enseñar; a todos nosotros, sin excepción, nos corresponde el papel de maestros. La tarea más importante de todos nosotros es preparar el porvenir; nosotros somos, en esta hora de la patria, el puñado de semillas que se siembra en el surco de la Revolución para hacer el porvenir”.(**)

Nuestra felicitación y respeto a maestras y maestros de Cuba en el Día del Educador. De ellos con Martí decimos que “honrar, honra”.

 

Fuentes Consultadas:

  • (*)Discurso pronunciado en el acto de apertura del Primer Congreso Nacional de Maestros Rurales, efectuado en el teatro del Palacio de los Trabajadores, 27 de agosto de 1959
  • (**) Discurso pronunciado en la clausura del Primer Congreso de escritores y artistas, efectuada en el Teatro «Chaplin», 22 de agosto de 1961

 

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