La inmigración. Ha tomado tal fuerza que ya resulta inconcebible y, lamentablemente, todo parece indicar que no se detendrá este fenómeno que tanto atenta contra el valor de la vida y la dignidad humana, porque su criminalización está llegando a límites que son, sencillamente, intolerables.
Seres infelices son masacrados, perseguidos, expulsados; separaciones forzosas de padres e hijos, y estos últimos hasta enjaulados tal si fueran animales peligrosos. Todo ello es algo así como el sustento ideológico aberrante de quiénes apalean a estos seres en las calles, de los que piden documentos de identidad principalmente a los de piel mestiza o negra. Eso es capitalismo ciego y salvaje con su actual ingrediente principal fascista. Y esa es la maquinaria de terror y muerte del gobierno de EE.UU. atribuyendo sus causas a los países del sur, es decir, a los propios pueblos víctimas de tales desgracias.
La génesis de tanto atropello está muy clara: es la miseria, el hambre, la extrema pobreza, la falta de oportunidades sobre todo para la juventud, la situación caótica en que se encuentran los servicios de salud y educación, los altos niveles de delincuencia y extrema violencia (otro factor detonante).
Todo ello es consecuencia directa de gobiernos corruptos que han entregado su país a los grandes intereses económicos, principalmente yanquis, con el obvio menosprecio a sus pueblos, y también, por supuesto, a las presiones, abusos y amenazas que han ejercido los poderosos con sus tristemente célebres “convenios de reciprocidad”. Es decir, esto se resume en una fórmula perversa: todo para el gran capital, y alguna pequeña limosna para los desposeídos de siempre.
Algo tan curioso como cierto es lo que, en cierta ocasión, afirmó Daniel Ortega, presidente de Nicaragua: “Muchos emigrantes centroamericanos que son deportados a El Salvador, Guatemala y Honduras crecieron y se convirtieron en delincuentes en Estados Unidos, a causa de la cultura de violencia que impera en ese país”. Claro, el mismo país de Al Capone, donde un policía blanco mata a un negro en plena calle por simples sospechas y no pasa nada o casi nada.
Definitivamente, el problema que da origen a tanta maldad es la marginación que enfrentan millones en su propio país. Véase las informaciones y datos que aportaba la 63 Conferencia anual de la ONU con organismos no gubernamentales: hicieron un llamamiento para gastar menos en guerras y más en salvar las vidas de mil millones de personas mal nutridas que hay en el mundo.
Referían que “es inaceptable que tantos niños y adultos en naciones pobres continúen sufriendo enfermedades, minusvalías y muertes prematuras por causas evitables, que 340 mil mujeres embarazadas fallecen todos los años de causas relacionadas con la gestación; y millones de niños no llegan a cumplir los 5 años de edad”.
Al respecto, téngase en cuenta que la Conferencia mencionada se celebró en el año 2010, así que no resulta difícil imaginar la situación actual. Y a pesar de todo esto ahora se nos presenta este señor Trump con su acostumbrada guapería egocéntrica y dueño del mundo a querer dar una vuelta más a la tuerca del sufrimiento para erigirse en el próximo presidente de Estados Unidos.
En otras palabras: las bestias depredadoras hacen lo mismo, jamás llenan sus fauces y sienten un hambre atroz de todo lo ajeno. Es la esencia del gran capitalismo y no otra. Cuando se conoce esta verdad se comprende más el significado de la lucha tenaz del Ché, de Fidel y tantos otros por un mundo mejor y más justo.
“Unos están en el mundo para minar; y para edificar están otros”. José Martí