Es que cuesta mucho trabajo aceptar una realidad increíblemente injusta y tenebrosa: menores que sufren el castigo por ser, precisamente, niños en muchos países, incluyendo aquellos que se autoproclaman defensores de los derechos humanos y, al mismo tiempo, combaten a los que sí lo son. ¿Debemos habituarnos a constatar que nuestros pequeños de este mundo sean incorporados como carne de cañón en tareas que los deshumanizan? Debía escucharse como respuesta el grito de un NO como muestra de nuestro profundo dolor, no como un lamento sino como un llamado urgente contra tanto derroche de villanía.
El mundo lo conoce pero son muy pálidas aún las acciones para evitar la injusticia. Hay llamados a la conciencia, denuncias y débiles acciones que en la práctica son solo epidérmicas porque no se combate el mal que produce la afrenta.
Veamos: niños incorporados al ejército, como sucede en Colombia, sirviendo de víctimas y victimarios al mismo tiempo; utilizados en campos minados y así evitar la muerte de soldados; dedicados en gran parte del mundo a la prostitución, el robo y cualquier tarea que los denigre; trabajar interminables horas en labores peligrosas a cambio de pocas monedas, porque así lo requiere y exige el gran señor dueño de la mina o la fábrica. Y obviamente, no conocen lo que es una escuela, ni un médico o un simple juguete; solo deben llegar, un día tras otro al camastro donde duermen y esperar el inminente peligro de un tipejo que pretenda violarlo.
Quien se atreva a decir que no es verdad hay que gritarle al rostro que es un infame, como infame son los gobiernos llamados democráticos y amigos incondicionales del imperio, todos culpables directos. ¿No es cierto que miles de estos infantes viven entre el fango? ¿No es cierto que se mueven en los grandes basureros buscando algo de valor? ¿No es cierto que niñas andan en calles para servir de prostitutas? Y lo más curioso de todo este horror es que hay gobiernos cínicos que enarbolan un crecimiento del PIB (con beneficio solo para los opulentos) mientras su enorme población pobre es cada vez más pobre y donde surgen, lamentablemente, nuestros pequeños que sufren tanto horror.
Hay dos preguntas adicionales que resultan el centro del grave problema descrito: ¿los gobiernos causantes de tanto horror estarían dispuestos a revertir la situación de los niños pobres de este mundo? ¿Sus millonarios y clases ricas serán capaces de ceder un tanto de sus abultadas bolsas para mejorarles la vida? He ahí la gigantesca sombra que se cierne sobre la humanidad. Es por ello que, una vez más, afirmo que hoy como nunca antes debemos seguir soñando en un mundo más justo, pero eso sí, sin dejar de luchar. Lo contrario es marchar mansamente hacia el abismo. No es hora de ambigüedad, sosiego, y apatía. Es de combate sin tregua, para ganarle la partida al capitalismo, el gran opresor.
Un 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos, en un vibrante discurso nuestro querido Fidel Castro afirmaba:
…hablo en nombre de los niños que en el mundo no tienen un pedazo de pan; hablo en nombre de los enfermos que no tienen medicinas; hablo en nombre a los que se les ha negado el derecho a la vida y la dignidad humana.”.