Los que fundan y los que destruyen

Veamos los primeros con la visión del enemigo: son críticos permanentes del gran capital, siempre están alborotando en marchas de protesta contra gobiernos “democráticos”, critican constantemente a Estados Unidos, negándole su condición de “líderes en derechos humanos y democracia”; nunca reconocen el enorme sacrificio que ese país hace para ayudar a los países pobres, incluso a costa de sus intereses; tampoco reconocen que esa nación es la elegida por Dios para gobernar el mundo, y así se convierten en verdaderos comunistas carentes de puros sentimientos humanos.

Veamos ahora los mansos: pasan por el mundo como un aire contaminado; son insensibles al sufrimiento humano; prefieren la indiferencia al dolor; sustituyen el trabajo creador por la mansedumbre; sienten un placer enfermizo cuando se someten a la voluntad de cualquier amo, siempre que le reporte beneficio económico; si un pueblo vive en agonía por frecuentes bombardeos que ejecuta Estados Unidos, entonces a él no le importa porque no quiere interrumpir su sosiego interior; si el país del norte comete uno de sus grandes crímenes, entonces el manso, en el mejor de los casos, afirma que “está bien, por algo será”. En definitiva, es que no tiene principios, ni dignidad, ni decoro, ni sentimientos humanos, ni patria. “No me importa” es su religión; “Allá ellos” su frase preferida; y “Con los yanquis no se puede” es su convencimiento.

De estos últimos personajes se nutre el imperio voraz; ellos son principales contribuyentes porque mucho ayudan a mantener el infame status quo que protagoniza EE.UU. Para los grandes depredadores es una fórmula perfecta: si una persona honesta se informa, investiga, estudia causas y efectos de los males de esta humanidad se convierte, sin saberlo, en enemigo del imperio, ¿por qué?, porque está en condiciones de conocer los motivos que persigue el monstruo, y consecuentemente puede convertirse en un rebelde que luchará para derribar las grandes injusticias que cometen los gobiernos “elegidos” de Estados Unidos.

Muchos de esos mansos llegan a convertirse en verdaderos delincuentes capaces de pisotear la sagrada bandera cubana, y hasta ofender cualquier busto de nuestro amado José Martí, hollando su imagen.

Todo obedece a una vieja receta imperial de dividir para mantener la hegemonía y control sobre el mundo. Es tanta la importancia que conceden a esos mansos indignos, que les entregan muchos millones de dólares para mantenerlos, cantidades que, incluso, forman parte de su presupuesto nacional.

Esta práctica de dividir y crear grandes antagonismos en los pueblos no es nueva; constituye un arma poderosa para dar continuidad a su odioso sistema de injusticias, y destruir todo lo que huela a emancipación, libertad, e independencia de los pueblos.

Y, como elemento curioso, lanzar sus dardos venenosos sobre nuestra juventud por creerla, ¡que estupidez!, proclive a sumarse al podrido sistema imperial.

Pero, a estas alturas ya no engañan a nadie, y los pueblos, poco a poco, han aprendido a conocer los verdaderos objetivos disgregadores que persigue el imperio: crear fricciones entre grupos sociales; culpar a gobernantes de dificultades; promover querellas internas; incitar intereses personales por encima de lo social; crear derrotismo y desánimo; provocar el pánico; favorecer la subversión; e inducir a la deserción.

Cuando se cumplen todos o varios de los objetivos señalados, entonces ya están listos para atacar a la presa y sumir al pueblo en la condición de lacayo, o dígase igual de sumiso, dependiente y sin patria. ¡Tanta es la afrenta!

“El tigre regresa agazapado: No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima”. José Martí

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