Luis Calderín no sabe que es un héroe

Trabajadores, humildes padres de familia, descubrieron su corazón de soldado que despertó al estruendo de los criminales bombardeos mercenarios.
 
Así comienza la historia que me contó Luis Calderín Corrales, un textilero sencillo de Bauta, uno de los integrantes de aquella caravana hacia la muerte o la victoria.
 
“Fue un viaje desesperante, los aviones mercenarios nos lanzaron varias veces sus ráfagas de ametralladoras. Teníamos que descender y buscar donde cubrirnos, así transcurrió aquella marcha interminable. Cada vez que escuchábamos el ruido de un avión nos hacíamos la misma pregunta: ¿será de los nuestros o serán esos asesinos?
 
«Al fin llegamos al Central Australia, formamos un cerco y al poco rato un avión que llevaba la insignia cubana nos bombardeaba. Los muchachos de la artillería antiaérea lo derribaron. Fue a caer cerca de mí, contra una mata de aguacate. Pensé que era mi último momento, podía sentir el calor de las llamas de aquel aparato cargado de bombas. Mientras corría recordé las mujeres de mi vida, mis hijas pequeñas quedarían huérfanas, mi joven esposa viuda, mi madre inconsolable».
 
«Nada les faltaría, la Revolución les daría lo necesario, por eso estaba yo allí. Por suerte la explosión no me alcanzó. Al amanecer del día 19 el batallón 120 se trasladó a la costa, oíamos los tiros y la metralla».
 
«Nos quedamos 9 días custodiando la playa, sin bañarnos, sin quitarnos las botas, casi sin comer, en pie de guerra. La verdad, nosotros no hicimos nada, no combatimos cuerpo a cuerpo con aquellos traidores, ni matamos ningún mercenario”.
 
A este textilero modesto le parecen pocas las veces que le vio a la muerte su feo rostro. Luis Calderín no sabe que es un héroe.

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