Pandemia y otros males asociados

Y en medio de tanto dolor ante nosotros, otra pandemia tan letal como aquella que no tiene vacuna: la injusticia criminal de un mundo dividido en ricos y pobres.  La élite rica enfrentando la enfermedad con lujos y prebendas, y los pobres viviendo en agonía intentando salvarse pero sin poder enfrentar la miseria de su existencia.

No se trata de patetismo a ultranza o un estúpido melodrama; es una realidad a ojos vista. El propio director  general de la OMS ha declarado que “el mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico respecto a la distribución equitativa de las vacunas. El precio de este frasco se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres, advirtió. Y en un lenguaje más directo calificó de egoísmo de los países ricos y farmacéuticas ante la distribución de las vacunas, informando que 49 países de ingresos altos y medios ya recibieron unos 39 millones de dosis, a diferencia de los países de bajos recursos que tuvieron acceso a una cantidad absolutamente ridícula.

Incluso una organización internacional, la Global Justice Now, ha señalado que los países ricos se están asegurando dosis suficientes para abastecer tres veces a su población, mientras que los pobres sólo podrán vacunar a uno de cada diez personas en el año 2021.

En medio del lodazal se erigen, cínicos y prepotentes, figuras deshumanizadas como un Trump, y un Bolsonaro haciendo gala de un evidente fascismo, sometiendo a sus pueblos al tormento de ver crecer las cifras de muertos, como consecuencia también del desprecio, la carencia total de sentimientos humanos, la ineptitud, y sobre todo, un egoísmo brutal que los hace tan asesinos como la propia pandemia.

Piensan que lo primero es salvar miles de millones de dólares, y después, solo después, combatir la enfermedad. Un único ejemplo de maldad está demostrado por el militar payaso Bolsonaro: en 10 días de enero pasado murieron 78 personas por falta de oxígeno en las unidades de terapia intensiva y otros mil murieron como consecuencia del colapso hospitalario en estados como Sao Paulo, Rio de Janeiro y Minas Gerais.

Los hechos están a la vista. Esta Pandemia ha puesto sobre la mesa verdades incuestionables. El mundo rico es protagonista de la barbarie, ha demostrado su incapacidad para combatir el mal con su consabida y macabra fórmula de la desigualdad y el egoísmo; mientras que los países pobres luchan con tesón por lo contrario, poniendo como objetivo supremo salvar al pueblo.

Compruébese con Cuba, país con serias dificultades económicas consecuencia de un despiadado bloqueo yanqui y, sin embargo, logra un lugar preferente en el manejo de la pandemia y ya cuenta con cuatro candidatos de vacunas, incluyendo uno que  se encuentra en fase tres de ensayo clínico.

Nada de lo dicho es fruto del gran poder económico de la Isla rebelde y, mucho menos, del desprecio al pueblo. Es, sobre todo, porque estamos recogiendo la cosecha del impetuoso desarrollo de sus instituciones científicas y un sistema de salud considerado de los mejores del mundo; y ello contra vientos del norte empeñados en que renunciemos a nuestro decoro como nación soberana.

Si el egoísmo persiste en seguir condenando a la humanidad al sufrimiento, en la misma medida la fuerza de los pobres continuará en la lucha para condenarlo y suplantarlo. No hay otro camino.

Un 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, nuestro Fidel afirmaba: “…hablo en nombre de los niños que en el mundo no tienen un pedazo de pan; hablo en nombre de los enfermos que no tienen medicinas; hablo en nombre a los que se les ha negado el derecho a la vida y la dignidad humana.”

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