Durante la primera mitad del siglo XIX se agudizaron las contradicciones entre los terratenientes cubanos y la metrópoli española. Para tratar de resolver los problemas económicos, políticos y sociales existentes se hicieron evidentes diferentes vías.
Hubo varias corrientes entre ellas una posible anexión de Cuba al territorio estadounidense y también la de lograr reformas por parte de España, aunque también se presentaron manifestaciones independentistas, cuyo máximo exponente fue el presbítero Félix Varela,
Hacia 1868 Cuba se encontraba ante una crisis sin solución bajo la dominación española. La existencia de la esclavitud en la industria azucarera se había convertido en un freno; además, la crisis económica mundial de 1857 y posteriormente la de 1866, habían hecho sentir con fuerza sus efectos en la economía de la colonia española al provocar la caída de los precios del azúcar.
En esa época, el gobierno español se encontraba en algunas aventuras bélicas con el objetivo de reconquistar territorios latinoamericanos y el costo de ellas recaía, en gran medida, sobre Cuba.
Las circunstancias de explotación económica en que España mantenía sumida a Cuba evidencian un agravamiento superior al habitual, que se hacía particularmente crítico en las zonas oriental y central, respectivamente, que con menos ingenios y un reducido número de esclavos, atravesaban por una situación crítica de endeudamiento y ruina de la mayoría de sus terratenientes. Varios de estos se convirtieron rápidamente en partidarios decididos de luchar contra España.
Otros sectores sociales como los profesionales, pequeños propietarios y trabajadores libres: artesanos y campesinos, eran más afectados por las condiciones de explotación colonial y discriminados por ser pobres, criollos y además, por el color de su piel.
Los esclavos africanos que hacia 1868 constituía la tercera parte de la población existente en Cuba, soportaba el mayor rigor y carecía de todos los derechos.
El sistema colonial español se había convertido en una insalvable traba para el desenvolvimiento de Cuba, pero todavía algunos cubanos albergaban la esperanza de que, ante esta realidad, España concediera algunas reformas, y así le fueron solicitadas ante la Junta de Información, en 1867. Pero esas gestiones fracasaron.
Particularmente entre 1867 y 1868 se fueron organizando en la parte oriental de Cuba movimientos conspirativos y se previó un posible alzamiento armado que en definitiva fue Carlos Manuel de Céspedes secundado por algo más de treinta patriotas los que lo hicieron realidad el 10 de octubre de 1868 en el la finca Demajagua de su propiedad.
Ese día Céspedes también llamó a sus esclavos y les concedió la libertad y al mismo tiempo los invitó a que lo secundaran en la lucha que emprendía a partir de ese instante. Varios lustros después, José Martí haría referencia al simbolismo de lo ocurrido en esa fecha del 10 de octubre.
Precisamente al hablar en el acto celebrado el 10 de octubre de 1887 en el Masonic Temple de Nueva York, afirmó: “Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!”.
También otra figura cimera de nuestra historia, el máximo líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro resaltaría la relevancia histórica de lo ocurrido el 10 de octubre de 1868 en la finca Demajagua, al hablar en este sitio el 10 de octubre de 1968 en el acto conmemorativo por el centenario del inicio de la guerra por la independencia de Cuba.
“¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes.”
Fidel también afirmó al referirse al papel desempeñado por Carlos Manuel de Céspedes: “No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer en la historia.”
Aseguró: “Fue Céspedes, sin discusión, entre los conspiradores de 1868 el más decidido a levantarse en armas.”
Igualmente Fidel destacó la relevancia de la decisión de Céspedes de darle la libertad a sus esclavos.
“Por eso lo que engrandece a Céspedes es no solo la decisión adoptada, firme y resuelta de levantarse en armas, sino el acto con que acompañó aquella decisión —que fue el primer acto después de la proclamación de la independencia—, que fue concederles la libertad a sus esclavos, a la vez que proclamar su criterio sobre la esclavitud, su disposición a la abolición de la esclavitud en nuestro país, aunque si bien condicionando en los primeros momentos aquellos pronunciamientos a la esperanza de poder captar el mayor apoyo posible entre el resto de los terratenientes cubanos.”
Durante casi diez años la guerra por la independencia se mantuvo a pesar de presentar contradicciones y otros problemas así como la caída de figuras claves como el propio Céspedes e Ignacio Agramonte. Un momento particularmente significativo de esa primera etapa de la lucha por la independencia de Cuba tuvo lugar el 15 de marzo de 1878 cuando Antonio Maceo realizó lo que en la historia ha sido recogido con el nombre de Protesta de Baraguá.
Maceo en un encuentro en Mangos de Baraguá con el general español Arsenio Martínez Campos patentizó que no aceptaba el denominado Pacto del Zanjón sin que se hubiese alcanzado la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud y ratificó su determinación de proseguir la lucha. Con respecto a ello señalaría José Martí exactamente en una carta que le envió a Antonio Maceo el 25 de mayo de 1893: “Precisamente tengo ahora ante mis ojos “La Protesta de Baraguá”, que es de lo más glorioso de nuestra historia.”
El líder histórico de la Revolución cubana, igualmente hizo referencia a ese gran acontecimiento que forma parte de la Guerra de los Diez Años en Cuba.
En el discurso pronunciado el 10 de octubre de 1968, expresó: “Y es en esos instantes —en el instante de la Paz del Zanjón, que puso fin a aquella heroica guerra— cuando emerge, con toda su fuerza y toda su extraordinaria talla, el personaje más representativo del pueblo, el personaje más representativo de Cuba en aquella guerra, venido de las filas más humildes del pueblo, que fue Antonio Maceo.”
Y en el discurso que pronunció el 15 de marzo de 1978 en Mangos de Baraguá, cuando se conmemoró el centenario de la Protesta de Baraguá, expresó:
Lo que sí puede afirmarse es que con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre, el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo; y que las banderas de la patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto.”
Aunque Antonio Maceo secundado por un grupo de patriotas se dispuso a mantener la guerra, no fue posible lograr eso en forma sostenida y por muchos días. Concluiría así la etapa inicial de la guerra por la independencia de Cuba.
Tras otro intento algo fallido, calificado como la Guerra Chiquita por su período de duración, en 1895 se reanudó la gesta independentista, ésta vez como fruto del intenso trabajo realizado durante años por José Martí. Él se sintió un continuador de la obra realizada por los que iniciaron y llevaron adelante la Guerra de los Diez Años.
Precisamente en reiteradas ocasiones él habló en los aniversarios de ese hecho histórico en los actos efectuados en la ciudad de Nueva York.
Una profunda reflexión acerca de la situación en Cuba y lo que debían hacer los cubanos para alcanzar su independencia fue expuesto por Martí en el discurso pronunciado el 10 de octubre de 1890, en el Hardman Hall de Nueva York, en el que enfatizó:
“Otros llegarán sin temor a la pira donde humean, como citando con la hecatombe, nuestros héroes; yo tiemblo avergonzado: tiemblo de admiración, de pesar y de impaciencia. Me parece que veo cruzar, pasando lista, una sombra colérica y sublime, la sombra de la estrella en el sombrero; y mi deber, mientras me queden pies, el deber de todos nosotros, mientras nos queden pies, es ponernos en pie, y decir: “¡Presente!”