Sordos, ciegos y los otros

Pero vayamos al grano, intentando caracterizarlos: el sordo al que me refiero no es que padezca de un mal físico que le impida escuchar; es, sencillamente, que no quiere saber absolutamente nada de lo que sucede en su país ni en el de más allá; él necesita de su paz particular para seguir viviendo.

El ciego es un tipo verdaderamente cruel. Aquel no quiere oír, y este no quiere ver. No siente compasión y mucho menos lástima al ver imágenes de niños atormentados por el hambre que vagan, escuálidos y sombríos, por el mundo, intentando comprender por qué su inaudito calvario. Y qué decir de esas desdichadas mujeres que se ven mostradas como mercancía en sociedades opulentas a las que no se les permite un trabajo digno y el respeto que tanto merecen, dejándoles solo la alternativa que servir de criadas por  sueldos de miseria a un “gran señor”, más el riesgo de ser obligadas a la prostitución.

Ahora veamos al “Otros”: Es el jefe máximo o emperador, o digámoslo de otra forma, los gobiernos imperiales de Estados Unidos, rodeados de muchos lacayos donde se incluyen los ya señalados, por supuesto. Claro, tanto el sordo como el ciego se convierten en herramientas que apoyan los siniestros objetivos del presidente de turno, ocupado en causar sufrimiento al mundo en aras de mantener la supremacía que ya aprecia en declive. Definitivamente, los visualizo como la enorme cantidad de sirvientes que, en las películas los vemos sirviendo los más lujosos y exquisitos manjares para el gran señor y su plebe millonaria y corrupta, los que, como es costumbre en la alta burguesía, solo degustan un minúsculo platillo mientras millones de seres, por su culpa, sufren hambre.

Pero así está el mundo. Unos por ceguera, sordera o culpables directos, se unen para aumentar el mal a toda costa. A ninguno de esos eslabones de la siniestra cadena le importan los problemas del cambio climático, la hambruna brutal que padecen millones de seres, incluyendo por supuesto a niños; los millones que mueren en guerras de conquista; los asesinatos selectivos y golpes blandos ejecutados para destruir a gobiernos que no son afines a los dictados del norte; el injusto orden económico que rigen las leyes del mercado solo para beneficio de las minorías; los criminales bloqueos a naciones soberanas; el despojo de recursos financieros a los países denominados como “ejes del mal”; y en fin…otras atrocidades que no caben en estas cuartillas digitales.

Claro, con el abrazo de los potentados, los sordos y los ciegos, se cumple la fórmula perfecta para destruir el mundo. Se abren entonces una preguntas que causan verdadero pavor: ¿Qué sucederá si continúa el régimen de oprobio insistiendo en aplastar a todo el que no cumpla con los dictados imperiales?; si se mantienen las ansias imperiales de poseer recursos vitales de otras naciones, ¿cómo quedarán éstas?; ¿Decidirá el imperio aniquilar a grandes masas de poblaciones con el vano intento de evitar las revoluciones?; ¿Cómo piensan seguir explotando a pueblos exhaustos, cuando ya les sea imposible trabajar para los grandes capitalistas?

Es que, al final, a estos explotadores les sucede lo mismo que a aquellos que sufren de drogadicción. Son alucinógenos de un mundo que desean poseer,  pero imposible de lograrlo. Como insisten una y otra vez en el empeño, entonces morirán ellos también, ¡vaya usted a saber cómo! Debían prestar mayor atención a las palabras del gran intelectual Gabriel García Márquez, cuando afirmó que:

Los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto, solo habrán salvado la vida para morir después por el horror  de sus recuerdos”. (Refiriéndose a la idea terrible de una tercera conflagración mundial)

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