Carlos Manuel de Céspedes y la nación cubana

Es que lo acontecido aquella madrugada en el oriente cubano está más allá de la consumación de un hecho o acción patrióticos; es algo que se traduce como resultado de un antes, síntesis de un pensamiento que maduró durante los siglos que le precedieron, al tiempo que su circunstancia y proyección siguen influyendo sobre el quehacer nacional de nuestro país.

Correspondió a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, tomar sobre sus hombros el resumen de un pensamiento, sentimiento y convicción que aquel día cristalizaron como la realidad que nos acompaña hasta hoy. En 1868 prácticamente todas las antiguas colonias en la América continental, y buena parte de la insular, habían obtenido su independencia. Factores históricos y socio-económicos impidieron a Cuba, habiéndose estrenada el siglo XIX, unirse al concierto de naciones independientes. Cierto que desde hacía mucho los cubanos más adelantados pensaban ya en la emancipación como única y necesaria solución a nuestros males, pero hubo que esperar.

Cuando el grito independentista llegó a Cuba, la gesta emancipadora contó con una peculiaridad que, por sus propias razones históricas y socio-económicas, no acompañó a todas las campañas independentistas del resto de Nuestra América. Las ideas de la Ilustración habían calado en el pensamiento de los próceres y con ellas el republicanismo, pero siglos de sumisión y amoldamiento a la impronta de un estatus colonial todavía gravitaban en el proceso de constitución de las nuevas naciones.

Cuba se expresó como nación con la misma fuerza y sentimiento de las otras tierras hermanas, incorporando elementos que le dieron, además de su carácter independentista el revolucionario. Con La Demajagua iba de la mano de la independencia, también , la Revolución. Entre las características del movimiento cuenta, en primer lugar, su antiesclavismo; expresado con toda la liberalidad ética que le corresponde y a espaldas de cálculos o conjeturas de índole económica. Tengamos presente que muchos países independizados, verbigracia las Trece Colonias de la América del Norte, no erradicaron la esclavitud a pesar de que su Declaración de Independencia proclama que “todos los hombres nacen libres e iguales en derechos”. La gran nación del Norte hubo de esperar 89 años para, tras la Guerra de Secesión, abolir la esclavitud. Obviamente fueron presupuestos económicos del sistema capitalista los que pusieron límite al principio ético, debido a que la fuente económica (la plantación) dependía del trabajo esclavo.

En Cuba, a contrapelo de que en lo económico en 1868 la realidad era muy parecida, el carácter humanista-revolucionario de La Demajagua proclamó la abolición de la esclavitud: “Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo.” (*) Pronunciamiento del Padre de la Patria, no como dádiva generosa, sino como posición de principios.

Además de la abolición de la esclavitud, la Cuba naciente comprendió la importancia de su hermandad con las patrias hermanas de Latinoamérica, al tiempo del desdén del vecino del Norte que, habiendo sido colonia y proclamándose paladín de las libertades, era desde entonces, aliado a España, un obstáculo a nuestra independencia en lugar de, si no un catalizador, al menos simpatizante.

Lo demás es harto conocido: contradicciones, reveses, incomprensiones y no pocas ingratitudes personales dieron al traste con una campaña que tuvo que esperar 27 años para reiniciarse, esa vez bajo el liderazgo de José Martí y el Partido Revolucionario Cubano; para entonces el Apóstol tenía totalmente claros los propósitos independentista-revolucionarios de nuestra causa y cómo debería llevarse el curso de la futura República.

Fuimos tan fatales – otra vez – que en 1898 se nos arrebató la victoria en un momento cuando la metrópoli no podía más y el Ejército Libertador era la fuerza triunfante. Sin pedírnoslo, aprovechando una coyuntura favorable para apoderarse de Cuba, el vecino del Norte, aduciendo razones “humanitarias”, irrumpió en nuestro escenario, se apoderó de Cuba, echó a un lado a los libertadores y tras infructuosos intentos anexionistas nos impuso una república con muletas.

Nuevamente esperar. La Revolución del 30, que también nos fue arrebatada, hasta que el joven abogado Fidel Castro inició la etapa definitiva por la soberanía que culminó en enero de 1959. Por ello es tan necesario estudiar y re-estudiar nuestra historia; entender que desde 1868 a su ideal independentista estuvo unido el ideal revolucionario, y que la Revolución Cubana, cuya guerra de liberación concluyó en 1959 es la continuidad histórica de la del 68.

Desde el Grito en el ingenio «Demajagua» somos protagonistas de un proceso nacional-liberador eminentemente revolucionario. “¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868 . Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes.” (**)

La Revolución Cubana, más allá de etapas concretas, es una sola desde el 68 hasta hoy. Por ello independencia y revolución devienen componentes esenciales de nuestro ideal.

NOTAS: 

(*)Alocución de Céspedes en La Demajagua. (Fuente: ENCICLOPEDIA CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES, Museo Casa Natal Carlos Manuel de Céspedes, Bayamo, Cuba)

(**)Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el resumen de la Velada Conmemorativa de Los Cien Años de Lucha, efectuada en La Demajagua, Monumento Nacional, Manzanillo, Oriente, el 10 de Octubre de 1968. (DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO

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