Era La Habana de los años 50 con sus emisoras de radio del Paseo del Prado; la recién estrenada televisión en Mazón y San Miguel; los tranvías, la Rampa, el Jalisco Park en L y 23 (donde hoy se levanta majestuoso el Habana Libre) y los Casinos de Juego en los cabarets de la época con la mafia incorporada.
Ahora, después de «Irma» (2017) en una ciudad multiplicada con demandas muy superiores, llega la recuperación ante los cuantiosos daños que provocó el huracán en complicidad con el embravecido mar del norte, desafiado por el Malecón y burlado por la fuerza de las aguas.
Sin embargo, este fin de semana pese a los estragos, los uniformados volvieron a las calles ahora de colorido diferente, en un mar verde olivo de todas las graduaciones jerárquicas, con fuerzas y medios en una operación de combate para limpiar lo que derribaron los vientos.
Algunos impacientes no entendían la magnitud de los daños, ni llegaban a comprender que los árboles derribados, los circuitos eléctricos y poner de alta otros servicios que dependen de las plantas generadoras, requerían de tiempo.
Es admirable la organización alcanzada y la unidad que se logra bajo el mando único del Consejo de Defensa Nacional y sus estructuras territoriales.
Poco a poco pasamos a la normalidad, con carencias e insuficiencias, en un país que se distingue por la solidaridad y la confianza en su dirección.
Trabajadores de la Unión Eléctrica, de las telecomunicaciones, la construcción, la Salud Pública y de los Recursos Hidráulicos, entre otros, han trabajado y aún lo hacen para vencer cualquier manifestación de pesimismo.
Ya los bomberos no lanzan chorros de agua en Infanta y San Lázaro a los estudiantes que bajan de la escalinata universitaria. Hoy rescatan y salvan y se enfrentan a negligentes comportamientos individuales.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior como parte del pueblo combatiente está en las calles, por la vida, por Cuba.