Derechos humanos: ¿utopía o realidad? (+Audio)

Lamentablemente, después de todas estas décadas, sus postulados todavía son un sueño irrealizable, pues se le ha negado a la humanidad el derecho a vivir en paz y prosperidad.

Sesenta y ocho años atrás la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Su aprobación fue posible solo tras la victoria de las fuerzas progresistas sobre el fascismo y constituyó, sin duda, un éxito de los pueblos en la lucha por el reconocimiento de sus derechos.

Pese a las limitaciones resultantes del momento en que se proclamó, la Declaración marcó un hito y sirvió de inspiración y estímulo al ulterior desarrollo y codificación de los derechos humanos, tanto de las personas como de los pueblos.

En 1948, al aprobarse la Declaración, ya había comenzado la llamada Guerra Fría. Prácticamente la mitad de los actuales Estados miembros de las Naciones Unidas estaban sometidos al dominio colonial o eran simplemente neocolonias.

Fue la época del surgimiento del oprobioso régimen del apartheid en Sudáfrica, a cuya derrota contribuyeron los combatientes cubanos décadas después.

Aunque el propio preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, proclamada en 1945, identificó entre sus propósitos el respeto al principio de la libre determinación de los pueblos, no fue hasta la década de 1960 que la Asamblea General de la ONU proclamó ese principio como un derecho.

A lo largo de los años, la batalla de muchos países en desarrollo y de las fuerzas progresistas en el mundo industrializado permitió la posterior reivindicación y reconocimiento de otros derechos inalienables de los pueblos, en particular, de sus derechos a la paz y al desarrollo.

La Revolución Cubana, que triunfó en 1959, ha defendido en sus postulados esta materia, no solo respetando los derechos humanos de sus ciudadanos, sino de toda la humanidad.

Memorable resultó el discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York, en octubre de 1979:

«No he venido aquí como profeta de la revolución; no he venido a pedir o desear que el mundo se convulsione violentamente. Hemos venido a hablar de paz y colaboración entre los pueblos, y hemos venido a advertir que si no resolvemos pacífica y sabiamente las injusticias y desigualdades actuales el futuro será apocalíptico (APLAUSOS).

El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos y en el holocausto morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo (APLAUSOS).

Digamos adiós a las armas y consagrémonos civilizadamente a los problemas más agobiantes de nuestra era. Esa es la responsabilidad y el deber más sagrado de todos los estadistas del mundo. Esa es, además, la premisa indispensable de la supervivencia humana».

Varias décadas después, en pleno siglo XXI, ¿acaso los más de 800 millones de hambrientos en el mundo, los mil 200 millones que viven en extrema pobreza, o los 774 millones de analfabetos sabrán que el 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos?

¿Acaso los más de 30 mil niños que mueren cada día en el llamado Tercer Mundo por enfermedades curables y los otros 325 millones que no asisten a la escuela, conocerán el significado de «derechos humanos»?

Los postulados de la Declaración Universal sobre esta materia siguen siendo una quimera.

Las naciones pobres sufren el egoísmo, la injusticia, las pretensiones de dominación, la inequidad, el derroche y el consumismo desmesurado de una minoría insensible; frente al desamparo, el hambre y la desnutrición, el analfabetismo y las enfermedades para millones de personas a quienes se les condena a vivir en la desesperanza y la pobreza.

Entretanto, Cuba sigue comprometida con una genuina cooperación internacional sustentada en la indivisibilidad de los derechos humanos, la no selectividad y la no politización.

El gobierno cubano ha reiterado que la nación continuará respaldando la lucha por establecer un orden internacional más justo, democrático y equitativo que elimine los obstáculos a los esfuerzos nacionales para la realización de todos los derechos humanos.

Manipulada y tergiversada por las transnacionales de la información, la realidad de Cuba ha podido sortear escollos para mostrar su obra y los desafíos de la nación, azotada por un férreo bloqueo impuesto desde Washington, una política que viola los principios del Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas.

Lo cierto es que Cuba seguirá ratificando su compromiso con la defensa de los derechos humanos de su pueblo y de otras naciones del mundo.

Escuche el reporte en audio de la periodista Angélica Paredes López, de Radio Rebelde:

 

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