La ONU y sus desventuras

Después de más de siete décadas la situación actual del mundo es verdaderamente caótica; en vez de aliviarse los gravísimos problemas se han acrecentado vertiginosamente, porque así lo han querido el gran poder económico del mundo presidido por Estados Unidos y sus secuaces más allegados.

Leo en nuestra prensa informaciones escalofriantes dando cuenta, por ejemplo, que el cambio climático (según el Banco Mundial) afecta mucho más a los países pobres; denunciando también que los conflictos armados han dejado, al menos, unos 500 millones de personas en situación crítica, sobre todo en África, Irak, Siria o Libia.

La propia ONU afirma que el hambre ha aumentado de manera brusca, citando la alarmante cifra de 815 millones de seres humanos que la padecen. Por supuesto, todo ello en medio de otros muy graves problemas que el hombre sufre a causa del terrorismo (también de estado), las enfermedades, el narcotráfico, en fin una verdadera catástrofe que nos pone al borde de la desaparición de la especie humana, aunque algunos incrédulos –que quieren serlo- afirmen lo contrario.

¿Y qué está sucediendo en la ONU? Mientras este cuadro alarmante sucede, la organización, a lo sumo, llama a la cordura y la conversación entre las partes beligerantes;  emite resoluciones de condena a países que no agradan a Estados Unidos (por supuesto los del tercer mundo) y, para colmo su Consejo de Seguridad, representado por los poderosos, es una muestra inequívoca de anti democracia, porque  persiste el odioso derecho al veto que también, claro está,  disfrutan los grandes jerarcas.

Por tanto, su Asamblea General, representada por todos los países del orbe es partidaria, por ejemplo, de eliminar el bloqueo que Estados Unidos mantiene contra Cuba; sin embargo, no existe ningún mecanismo que materialice tan justa aspiración. Naturalmente, jamás las Naciones Unidas ha emitido resolución de condena a Estados Unidos por los crímenes de guerra que sufre el mundo, por las usurpaciones, por la injerencia en asuntos internos de los países y muchos desmanes más conocidos por todos.

Y ahora se aparece este señor –ya no se cómo llamarle- presidente de Estados Unidos, presentando en la ONU una denominada “Declaración Política”,  redactada en Washington, sin que antes mediara consulta previa con los 193 países miembros de la Organización. Es algo así como sentirse el dueño omnipotente que le trae a sus súbditos un documento para simplemente  ser aprobado y, además, agradecerlo al emperador.

No es posible, o mejor decir, insoportable para los pueblos, que el poder económico rija los destinos de este mundo. Inadmisible también que la soberbia de un típico guapo de barrio asista a la ONU para hablar de borrar de la faz de la tierra a Corea del Norte, un país “canalla” o “eje del mal” como acostumbran  decir.

¿Con qué derecho? ¿Quién o quiénes lo designaron para trazar pautas a las naciones? El poder no equivale a la razón, pero el decoro de los pueblos sí.

Si Trump adopta una decisión funesta para el mundo sufrirá amargamente haber pertenecido  al selecto club de los malos.

El escritor Eduardo Galeano, en un mensaje a la ONU hace algún tiempo advirtió que las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír, y callar.

 

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