Las trumpezas de míster Trump

Como hombre de negocios, le ha ido bien, todo apunta a que su olfato en tal sentido es bueno y eso ha hecho de él un muy próspero magnate inmobiliario, mas en conducción política defrauda hasta a su propia gente.

Como del dicho al hecho hay un gran trecho, también lo hay de los negocios a la política, aunque en ésta misma exista el término negociación, y que muchas veces sean esos – los negocios – los que dicten la conveniencia de instrumentar determinadas posiciones en lo político, sobre todo cuando a guerras, golpes militares, magnicidios, estigmatizar personas y naciones, levantar muros y cercos económicos se refiera. Todo si se encamina al control de recursos naturales, mercados, zonas de influencia, proteccionismos, mercados para la venta de armamentos y, muy importante, áreas extraterritoriales donde poder probar su efectividad. Porque jugar a la guerra es parte del “business”.

A todo eso el mundo está acostumbrado, casi desde que se tiene uso de razón. Es conocido que donde prima la gran propiedad, toda decisión política se subordina a condicionamientos económico-estratégicos.

Lo más curioso de los meses que vienen corriendo desde enero del 2016 hasta la fecha, es que haya nacido una nueva modalidad en las ¡¿relaciones?! , en contra de los propios intereses geoestratégicos del gran vecino. Por torpeza propia, y muy malos consejos, el actual inquilino de la Casa Blanca no cesa de incursionar en un lenguaje tan anómalo, que puede ser calificado de que anda parecido al título de la vieja y conocida película protagonizada por Errol Flynn, “Contra todas las banderas”.

Desconcierta la confusión que genera su retórica, capaz de poner “out of order” a la brújula más sofisticada que pudiera haber. Hace pocos días Trump se pronunció de modo grosero, denigrante y despectivo contra Haití, El Salvador y países del continente africano, en un concupiscente afán discriminatorio de carácter étnico, por el color de la piel y por pertenecer al Sur, esta región del mundo gracias a cuyo despojo su país ha derrochado multimillonarias sumas. Trump parece ignorar que Estados Unidos es mayoritariamente un país de inmigrantes, y si autóctonos los hubiese allá, serían los Sioux, Cheyenes, Apaches y otras naciones amerindias que durante la conquista del Oeste fueron masacradas, despojadas de sus tierras y arrinconadas en estrechas reservaciones.

Arremeter contra África es negar el aporte de estadounidenses como Martin Luther King Jr. Es dar la espalda a los negros que hicieron florecer el suroeste hasta mediados del siglo XIX como fuerza esclava de las plantaciones, y negar a los muchos haitianos que combatieron por la independencia de las antiguas Trece Colonias.

Paradójicamente tan aberrante retórica embiste – de modo implícito – contra personalidades de la propia derecha republicana como Condoleezza Rice, Collin Powell y su predecesor Barack Obama, cuya ascendencia proviene del continente al que con saña adujo.

Mal aconsejado, no escarmienta. Las desatinadas acusaciones contra Cuba sobre supuestos ataques acústicos fueron echadas por tierra de manera contundente, tanto por científicos cubanos como de Estados Unidos y otros países. Para distraer la atención del ridículo se necesita algo nuevo, pero todo le sale cada vez peor.

Una cosa es el nacionalismo en buena lid; otras lamentablemente lo son la xenofobia y el racismo; menos allá donde todos son, en algún grado de consanguinidad, hijos e hijas de inmigrantes. Vivimos en un mundo globalizado – a veces para bien, a veces no tanto como se desearía – y por ello la patriotería a ultranza no funciona. Tras ella solo se ocultan mezquindad, discriminación y odio y una gran dosis de inopia intelectual.

La gran mayoría de los estadounidenses – sin importar su signo ideológico – no piensan como Trump; desean una buena relación con todo el mundo porque, en primer lugar, se adecua a los propios intereses de su país y a la influencia que una convivencia normal puede propiciar en diversos ámbitos.

Lo que acontece es el precio elevado a pagar cuando la incultura en maridaje con el odio se transforma en poder.

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