Los 96 felices de Rosita Fornés

En algún momento de mi infancia quedé cautivado por una mujer bella y rubia, que salía una vez a la semana en la pequeña pantalla. Interpretaba canciones, comedias y dramas y lo hacía como princesa, duquesa, vampiresa, viuda sensual, chica ye ye (hasta bailando mozambique) alegre dolly, cleopatra, se rodeaba de bailarines, se cambiaba varias veces de vestuario y parecía que todos los reflectores del mundo coincidían sobre su figura.

La cámara se enamoraba de su rostro y cuerpo. Y ella aceptaba el galanteo. Yo siempre escuchaba los mismos comentarios de mi abuela desde la cocina sobre los años de la artista: Lazarito, la edad de Rosita viene de un tiempo muy lejos. ¿Qué importancia podía tener para un niño el tiempo, si eso es lo que más le sobra?

En una Escuela al Campo en la que no teníamos aparato de televisión, atravesaba una noche cada semana un extenso terreno sembrado de papas hasta el campamento más cercano donde había una caja de las ilusiones para ver el programa de Rosita por el Canal 6. No iba solo por la oscura guardarraya. Me las arreglaba para arrastrar conmigo a algunos de los jugadores de béisbol.

Mi abuela se equivocaba cuando decía que la edad de la estrella venía de muy lejos: No, abuela, Rosita Fornés viene de una esa zona en la cual las cronologías desaparecen, el glamour se reafirma, lo mítico trasciende, el personaje se fabula (derecho democrático de sus admiradores), y la memoria de una generación pasa a la siguiente.

Hace unas noches presencié en el programa La danza eterna una emisión tributo a su larga carrera artística: fragmentos de películas, kinescopios, videos de sus programas y de sus grandes recitales. Aunque mi emoción no puede ser la misma de un adolescente, me reafirmé en la admiración. No encontré un solo gesto fuera de lugar en las actuaciones reunidas de la artista a través del tiempo.

No es el elogio que merece cuando repetimos que su mérito descansa en la diversidad de géneros que interpretó. Que era una artista completa. Es verdad. Pero hubo otras figuras con esas características que no trascendieron. Se desvanecieron en las secciones de farándula de las revistas.

Creo que los valores de Rosita Fornés se sustentan en lo adecuada que estaba en cada papel y en esa magia indescifrable que la acercó a la perfección.

En el video de su interpretación de «Un nuevo amanecer», que puede visionarse en YouTube, observas la elegancia con la que le da la espalda a la cámara para alejarse escoltada por dos filas de percusionistas hasta perderse en el fondo del set luego de una lección de gestos decantados, mientras juega con una boa blanca que, más que una prenda de vestir , parece un animal rendido a su sensualidad. No exagero. Hay un vasto material visual reunido como testimonio.

La Fornés trascendió porque el público la premió con su fervor durante toda su vida que este 11 de febrero arriba a los 96 años de edad.

Al ver las numerosas fotos que sus admiradores publican en las redes sociales, imagino los paisajes que están detrás: la Corte Suprema del Arte, la Guerra Mundial, el Tivolí del DF, mimada por el lente del mexicano Herrera, actuaciones fílmicas en Churubusco, posando para Armand, Barcelona, la Guerra Fría, el platillo volador en la Ciudad Deportiva , conquista Moscú y toda la Europa Oriental , los estudios del Focsa , el teatro Amadeo Roldán, su interpretación de “Es mi hombre” en el «Mella» mostrando sus muslos gloriosos contra la gravedad sostenida por el chino Castellanos, a una edad en que ese movimiento constituía una hazaña…

Y por último, aquella revista memorable en el 2008 en el Anfiteatro de La Habana en la que quizás fue la última de sus presentaciones con ritualidad de gran vedette.

Cuando finalizó el programa homenaje de La danza eterna, pensé en el niño que una noche descubrió un programa de televisión donde las cortinas se descorrían como en los teatros y se oían voces en off que cantaban : «¿Qué hora es? Es hora de comenzar… » Y aparecía deslumbrante la reina del show.

Sentí que volvía a mi casa de Luyanó y que luego bajaba a la esquina para contarles a mis amigos noticias inventadas sobre aquella estrella en una época donde no se privilegiaban el glamour, las plumas, las lentejuelas, ni mucho menos los cambios constantes de vestidos. Volví a escuchar las frases que le gritaban sus fanáticos desde las plateas y a la salida de los espectáculos. Algunos con delirio. No hay nada raro en esa vuelta.

La palabra nostalgia en su origen griego fue nóstos, es decir, regreso al hogar. Rosita Fornés había regresado a la casa de las emociones. Ella ha sobrevivido a la nostalgia.

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