José Martí en el corazón palpitante de Cuba (I)

El hoy Héroe Nacional de la República de Cuba fundó en la emigración el Partido Revolucionario Cubano, en 1892, mediante un trabajo paciente e inteligente de carácter político y revolucionario sustentado en la unidad. Sería Martí el organizador de la contienda bélica que él llamara la Guerra Necesaria contra la dominación española en Cuba.

En tan corta e intensa vida no tuvo descanso alguno, había conocido desde la adolescencia el rigor de la prisión, el trabajo forzoso con el grillete en uno de sus pies, la larga emigración, la labor creativa como patriota lleno de ideas para lograr la independencia de su pueblo.
Sería precisamente en la emigración, y en especial en los Estados Unidos, donde se radicó por espacio de casi 15 años, y a cuyo territorio llegó el 3 de enero de 1880. Fue allí donde su pensamiento político hubo de radicalizarse.

En medio de sacrificios y limitaciones, fue forjando, la unidad revolucionaria entre los pinos viejos y los pinos nuevos – blancos, negros, criollos y emigrados, componentes de la nación -, para la guerra que se organizaba. Ese sería su gran mérito histórico, calificado por Máximo Gómez, en 1894, como la “… estupenda unificación y concordia de los elementos dispersos de fuera, que deben en un momento dado unirse con el elemento sano y dispuesto de dentro, para salvar a Cuba”.

Martí se fue convirtiendo en un gran ejemplo para todos en cuanto a su actuación como máximo dirigente revolucionario, con un flujo poderoso entre las masas. Además de un incansable político y virtuoso de la pluma, como periodista e intelectual íntegro, en lo que respecta a su vasta producción literaria, fue extraordinario haciendo la Revolución y escribiendo para ganar la vida, nunca hizo una obra banal.

Todo su obra y acción tuvo la mayor ética profesional. Leía, estudiaba y penetraba en la vida cultural, científica, social y política de otros pueblos acudiendo a la prensa de la época y sus contactos con personalidades de distintas latitudes que visitaban Estados Unidos, en especial Nueva York, a lo cual sumaba el conocimiento acumulado en sus previas estancias, unas cortas y otras largas, en México (1875-1877), Guatemala (1877 – 1878) Venezuela (1881), por escasos meses, y sus visitas a países del Caribe y Centro América. Sin lugar a dudas, su obra literaria lo convirtió en una figura mayor de la lengua castellana de la segunda mitad del siglo XIX.

Martí desarrolló hasta niveles incalculables su pensamiento político, su visión del mundo y sobre todo el peligro que representaba para Cuba los anhelos anexionistas de los gobiernos de ese país, y atacando política e ideológicamente a los que en Cuba ansiaban que su patria fuera una estrella más en la bandera del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”. Si bien fue respetuoso con el pueblo estadounidense, era cauto con sus dirigentes en el tiempo que vivió en dicha nación.

Cuánta vigencia tienen las apreciaciones de Martí sobre la realidad histórica, social y política de Estados Unidos, las que están recogidas magistralmente en sus “Escenas norteamericanas”. Como él escribía:

el Norte ha sido injusto y codicioso; ha pensado más en asegurar a unos pocos la fortuna que en crear un pueblo para el bien de todos….Aquí se encuentran los ricos de una parte y los desesperados de otra”.

Avanzando los planes organizativos para la guerra que se avecinaba fue categórico en cuanto a alertar acerca de la seguridad que tenían los patriotas cubanos en la tierra de Lincoln, al precisar: “Hoy más que nunca empieza a cerrarse este asilo inseguro, es indispensable conquistar la patria. Al sol y no a la nube. Al recuerdo único constante y no a los remedios pasajeros. A la autoridad del suelo en que se nace, y no a la agonía del destierro, ni a la tristeza de la limosna escasa, y a veces imposible. A la patria de una vez: ¡A la patria libre! “.

Vendrían días gloriosos y decisivos en que la conciencia patriótica se impuso superando contradicciones y actitudes personales, disidencias y conflictos en la conducción de la guerra. Debían quedar atrás las nefastas posiciones que dañaron la Guerra de los Diez Años, entre ellas, el regionalismo, que condujeron al Pacto del Zanjón. Nada podía estar por encima de ello, o sea, de la indispensable unidad.

En el ensayo Nuestra América supo identificar la de los pueblos de nuestra región y la que correspondía a Estados Unidos, alertando previsoriamente:

Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas. ¡Es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes”.

Los encuentros con Antonio Maceo, en Costa Rica y con Máximo Gómez en República Dominicana – quien había aceptado por Martí el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, el 15 de septiembre de 1892 -, conformaban la estrategia martiana para la lucha por la independencia. En ese contexto se produjo el fracaso de las expediciones que conformaban el plan de la Fernandina.

Martí como Delegado del Partido Revolucionario Cubano tenía una prueba que parecía imposible de resolver, sobre todo por los acontecimientos revolucionarios que se precipitaban. Sobreponiéndose a esa situación y llamando a todos, en especial a los tabaqueros que trabajaban en los talleres en el sur de la Florida a un sacrificio mayor. La causa cubana no contaría jamás, en su lucha por la independencia con el apoyo material de Estados Unidos. Por el contrario, daba cabida a espías españoles y facilitaba informaciones sobre los movimientos de los patriotas cubanos en su territorio.

Avanzaron los días y el 1ro. de abril de 1895 Antonio Maceo, Flor Crombet ( jefe de la expedición ) y José Maceo, junto a otros expedicionarios, 23 en total, llegaban a territorio oriental de Cuba, en la goleta Honor, al desembarcar en la desembocadura del Río Duaba, cerca de la ciudad de Baracoa.


En Video «Duaba la Odisea del Honor». Serie histórica transmitida por la Televisión Cubana


Tocaría a Martí, junto a Gómez, arribar a Playitas de Cajobabo, en el extremo sur de la antigua provincia de Oriente, el día 11 de abril de 1895, cuando ya había firmado con Gómez, en República Dominicana, el Manifiesto de Montecristi, el 25 de marzo de 1895. Formaban parte de la tripulación del bote en que viajaban, además, el general Francisco Borrero (Paquito), el coronel Ángel Guerra, Marcos del Rosario y César Salas.

Sus cartas al dominicano Don Federico Henríquez y Carvajal y al mexicano Manuel Mercado, entrañables amigos, previendo lo que le podía acontecer en la lucha como un mambí más en la manigua cubana oteaban la posibilidad de su desaparición física en los campos de la guerra.

Con grado de mayor general del Ejército Libertador, escribe a Mercado un día antes de su caída en Dos Ríos,

…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber- puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

Y es que Martí, y es otro de sus méritos históricos, fue el primero de los revolucionarios de América Latina que vio profundamente el fenómeno imperialista que comenzaba a finales del siglo XIX en estas tierras de América, haciendo todo lo que pudo, y debió hacer, a través de sus ideas, para contener con la lucha común el avance de ese imperialismo.

Martí no solo moriría de cara al sol sino que culminaría su vida complementando su deseo, como había dicho, de pegarse “allí al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora…”

Con la muerte de Martí, Maceo y otros jefes de gran valor y autoridad y la oportunista intervención de Estados Unidos en una guerra prácticamente ganada por las fuerzas mambisas, las garras imperialistas comenzarían a penetrar con mayor intensidad, en la mayor de las Antillas, después de que sus hijos habían luchado por espacio de tres décadas por su libertad.

Quedaba inconcluso, entre otros, el sueño acariciado por Martí de lograr la independencia para Cuba y junto a esta la de Puerto Rico, “las dos tierras que son precisamente, indispensables para la seguridad, independencia y carácter definitivo para la familia hispanoamericana en el continente, donde los vecinos de habla inglesa codician la clave de las Antillas para cerrar en ellas todo el Norte por el istmo y apretar luego con todo ese peso por el sur”.

Vendrían seis décadas de humillación y subordinación. Estados Unidos con sus pretensiones hegemónicas empezaría por imponer la Enmienda Platt y a un presidente que desde años atrás no dejó de pensar en una anexión de Cuba, mientras que otros gobiernos entreguistas cubanos, que sucedieron al de aquél se caracterizaron por su sometimiento y entrega de los intereses económicos más importantes de la nación.

A pesar de lo que acontecía en la escena nacional el ideario político de Martí seguía latiendo en los sectores más progresistas del pueblo cubano, cuyas ideas de Martí recogían y continuaban las de Simón Bolívar y otros próceres de la lucha hispanoamericana por la independencia. La Revolución que soñaba Martí había quedado trunca, pospuesta. Se debía esperar por otros tiempos para que se convirtiera en una realidad definitiva.

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