Que la limpieza de nuestro entorno nos salve también del ruido

Usualmente nos preocupa la higiene de las calles; lo que vemos más que lo que escuchamos. Pero bien que nos molesta la música a niveles ensordecedores; ese estruendo que se repite una y otra vez por alguien que no respeta el tiempo ajeno, ni siquiera el de descanso que a menudo se nos vuelve imposible.

¿Cuántas veces hemos estado en casa, un fin de semana, tratando de disfrutar un poco la tranquilidad hogareña y la fiesta de otros aparece de repente, cruza nuestras puertas y ventanas y se nos sienta al lado, sin previa invitación?

¿Cuántas veces mientras los niños deben hacer una tarea o a ti se te antoja leer un libro de esos que te han quedado pendientes, te lo impide la música, sin particularizar en géneros, que llega incluso sin saber si es esa o no la que prefieres?

El respeto, el que tantas veces pedimos, consiste también en no irrumpir en los espacios ajenos, en la casa del vecino o del que vive una cuadra después.

Tristemente, esta práctica de convivencia la usan también algunos centros recreativos y de toda índole, que desde su concepción tienen el deber de chequear los parámetros en que su sonido llegará más allá de sus límites y establecer las medidas necesarias para evitar que un sitio que surge para alegrar a muchos se convierta en tortura para otros.

En Camagüey, aunque sin todos los instrumentos y herramientas necesarias, se realizan estudios que han probado cuán lejos estamos de un comportamiento ciudadano responsable que evite la contaminación sonora.

No obstante, parece que las medidas aún no han sido suficientes y bien vale revisarlas, lo mismo en instalaciones estatales que del sector cuentapropista, pues todos merecemos un ambiente limpio de basura para los oídos, donde la música y el bullicio sean opcionales y el silencio una siempre posible alternativa.

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