Valientes

Claro…, hasta que conoció que la traicionaba, lo que no la condujo a dejar de amarlo inmediatamente (¡no son tan fáciles esas cosas!), pero sí a alejarse de él de manera absoluta y definitiva.

Y ello implicó que nunca más lo viera ni permitiera que le hablaran de él, de modo que, siendo así, y habiendo pasado más de diez años desde entonces, volvamos al periodismo.

Le habían encomendado que preparara y publicara una historia de vida, la historia de uno de los médicos que se arriesgaba cada día cuidando a los enfermos de la epidemia. Sería un trabajo difícil, pero muy interesante. Todo un reto, como a ella le gustaba. No podría hablar con él directamente, sino que lo harían a través de una pared de cristal y empleando sus teléfonos móviles.

Primero indagó con los compañeros del galeno. Todos refirieron maravillas de él. Era un ejemplo de profesionalidad, de altruismo, de comportamiento ético, de entrega incondicional a su trabajo. Habló incluso con algunos pacientes, que igualmente se mostraron muy agradecidos. Hasta que finalmente fue al encuentro del doctor mismo.

Y allí estaba él, totalmente cubierto con el correspondiente atuendo sanitario, sin un solo milímetro de su piel expuesto, divisándosele tan solo los ojos detrás de las gafas de protección. Mas, para ella, resultaba suficiente: conocía de sobras esa mirada, esos gestos, ese andar. Lo sabía de memoria, a pesar de que hubiera querido no conocerlo nunca. Ni la ropa, ni el cristal, ni los diez años transcurridos, podían esconderlo.

Su primer impulso fue el de marcharse; había prometido no volver a hablar con él, ni de él. ¿Cómo iba a escribir resaltando las virtudes de alguien a quien le guardaba tanto rencor? ¿Cómo catalogar de “salvador de vidas” al hombre que acabó con la suya?

Pero su pasión por el periodismo se impuso. Realizó su trabajo y lo hizo bien. Contó la historia del médico, y destacó las proezas del “salvador de vidas”. Lo grabó con su voz emocionada y lo apuntaló con la canción de moda de los Buena Fe. No importa que alguna vez él se hubiera comportado como un cobarde; ahora había razones de sobras para llamarlo valiente.

 

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