El Gran Caribe: amenazas y oportunidades

El cónclave que acontece en Cuba tiene lugar en momentos de una profunda crisis global; el desequilibrio económico se acentúa, y los efectos del cambio climático tocan a los países subdesarrollados e insulares, así como a las pequeñas economías.

A ello se suma que los fundamentos de la integración latinoamericana y caribeña, la independencia, la democracia y la justicia social, se ven seriamente amenazados por una contraofensiva imperialista y de las fuerzas oligárquicas con el propósito de restaurar la ola neoliberal, cuyas consecuencias han sido y serán funestas para nuestros pueblos.

Si bien los avances sociales y económicos son innegables, el Caribe continúa siendo la parte del planeta con una desigual distribución de la riqueza. Ello demanda de acciones concretas mediante la consulta política, la concertación y la cooperación, que aparecen como pilares constitutivos de la AEC, y donde sobresalen también los postulados de la proclama de América Latina y del Caribe como Zona de Paz, firmada por los Jefes de Estado y de Gobiernos de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en enero de 2014.

El universo geográfico del Mar Caribe, con su impresionante arco de islas y archipiélagos, atesora enormes reservas para convertirse en una potencia emergente, tanto en el terreno de la economía, como en el cumplimiento de los principios establecidos por la Carta de las Naciones Unidas: asegurar la unidad, la concordia, la estabilidad y la paz.

Precisamente, uno de los temas medulares a debate en la Cumbre de La Habana gira en torno a la necesidad de potenciar las relaciones comerciales, el transporte y el turismo, esferas donde los países insulares pueden aportar mucho.

La crisis económica y financiera global ha provocado en los últimos años una caída en las fuentes de financiamiento para el desarrollo, tanto internas como externas. Por una parte, la región enfrenta una coyuntura fiscal mucho más ajustada y, por lo tanto, afronta dificultades para movilizar recursos internos.

En el frente externo, los flujos financieros privados y los flujos de remesas hacia América Latina y el Caribe se vieron severamente afectados y aún se desconoce cuándo habrán de recuperarse.

Asimismo, es posible que la participación de la región en los flujos totales de asistencia oficial para el desarrollo, que ya había mostrado una tendencia decreciente previa a la crisis, retroceda aún más.

De manera que el escenario postcrisis representa una magnífica oportunidad para intensificar los mecanismos de cooperación bilateral y triangular, o sea con otros mecanismos regionales.

Los expertos consideran que al menos en un futuro no muy lejano, el mundo se caracterizará por un mayor dinamismo de las economías emergentes en comparación con las desarrolladas, y en este marco deben reforzarse las relaciones entre las pequeñas economías del Caribe insular.

En este sentido, las naciones y bloques emergentes de mayor desarrollo relativo y dinamismo están llamados a potenciar su liderazgo en el sistema de cooperación internacional mediante la provisión de bienes públicos regionales y globales, la generación de fuentes tecnológicas y productivas propias, el fomento de la integración comercial y financiera y la sostenibilidad del medio ambiente, entre otras oportunidades que pueden resultar muy convenientes y mutuamente ventajosas.

Ante ese panorama, se impone más energía y voluntad política consecuente para mantener los esfuerzos comunes en aras de la supervivencia y la coexistencia pacífica entre los pueblos, y por ende preservar valores históricos, culturales, identitarios, democráticos y políticos que hacen del Gran Caribe un entorno privilegiado por su gran diversidad y riqueza.

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