El irremediable Trump

Nada de lo que afirmo es patetismo a ultranza. Tal es la vida que vivimos hoy. Otros niños  no tienen que sufrir tales desgracias, simplemente porque al nacer ya eran ricos; entonces iniciaron un espiral hasta llegar a la cúspide de los explotadores, fabricaron gigantescas torres, construyeron o compraron casinos y hasta una presidencia han ocupado.

Se preguntará porqué escribo lo anterior. Veamos.  La criatura que describí, viviendo en situación tan crítica, resulta caldo propicio para llegar a convertirse en un ser maligno, tanto que fácilmente ingresa en la macabra lista de los que, por ejemplo, los negros,  esperan en el corredor de la muerte en Estados Unidos a consecuencia de hasta una simple discusión con un policía blanco.

No importa para la cúspide poderosa, porque aquel hombre negro es, sencillamente, inferior, como en su tiempo fueron sus propios indios que masacraron por ambición y codicia de nuevas tierras que el blanco poderoso necesitaba y, obviamente también otros inferiores como latinos y afro norteamericanos.

En resumen, el capitalismo ciego y arrogante que pone al mundo al borde de la catástrofe, es el que produce estos partos anómalos, que desprecia a los que considera inferiores o, simplemente, porque quiere imponer al resto del mundo su sistema político basado en la injusticia.

Ya sabe, por supuesto, que no hablo de los que tuvieron la desgracia de ser pobres, sino de un presidente multimillonario que se llama Donald Trump.

Y ahora este señor de las cavernas, que increíblemente es el presidente de Estados Unidos  exige a Cuba y Venezuela -solo dos ejemplos- que cumplan con la democracia, las libertades y los derechos humanos, mientras que la nación que él preside ostenta el «honroso título» de ser la mayor usurpadora e incumplidora de todo lo bueno de este mundo, para lo cual utiliza  bombardeos selectivos o no, guerras no declaradas, desestabilización de gobiernos desobedientes a ellos, injerencia en asuntos internos de las naciones, bloqueos, sanciones a todo gobierno que se declare amigo de Cuba y nuestra hermana Venezuela.

La pregunta suena millones de veces: ¿con qué derecho, y con qué moral,  Estados Unidos «exige» reformas sustanciales  a todo gobierno que, simplemente, opta por un sistema distinto al yanqui donde sí se respeten los derechos humanos y la democracia, que no quieren robar recursos ajenos, ni injerencia en asuntos internos de otros países, ni quieren poseer armas de destrucción masiva, y muchos etc?

Lo curioso es que quien exige es el ejemplo más vivo de la antidemocracia, entre otras muchas razones por ser un presidente no electo por el voto popular.

Lo más indignante  de Donald Trump es que a nombre de los Estados Unidos comete atrocidades inimaginables: quiere incendiar un país porque no acepta sus condiciones, echa tierra donde antes pugnaban flores diplomáticas por crecer, arremete contra la ONU tal si fuera uno de sus siervos, insulta a los pueblos, amenaza ferozmente a los que no quieren aceptar sus condiciones.

Y para colmo afirma estar renovando el principio de soberanía; es decir, la soberanía de los pueblos debidamente establecida en la Carta de las Naciones Unidas se arrojará al basurero para ser suplantado tal principio por otro que él y sus secuaces elaboren en su despacho oval.

Este es el mismo hombre que le tira rollos de papel (a mi me pareció sanitario) a un grupo de puertorriqueños que claman por ayuda para paliar los enormes daños que causó el reciente ciclón, como una señal de desprecio a lo que llaman país libre asociado; el mismo que considera el mundo como una de sus fabulosas propiedades.  Ahora inventa el nombre de «país canalla» a todo el que no se le subordina.

Pero, a pesar de todo  no nos debe asaltar el pesimismo, porque ello ayuda a este hombrecito a aumentar su maldad.

Contrariamente, y como tantas veces dijo nuestro Fidel, «no debemos cejar en la denuncia». Estados Unidos envía fabulosos medios de destrucción para sojuzgar a muchos países; mientras Cuba y Venezuela, países democráticos y soberanos, mandan una buena parte de sus escasos recursos para ayudar  a países hermanos.

En otra ocasión le recomendé a Trump leer a nuestro José Martí. Algunos amigos me criticaron por aquello de «no arrojad margaritas a los cerdos» .Pero, no obstante, a riesgo de una nueva crítica le pido que lea el siguiente pensamiento: «La honra puede ser mancillada. La justicia puede ser vendida. Todo puede ser desgarrado. Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás»

 

 

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