El modelo democrático cubano

En las antiguas Grecia y Roma hubo un modelo democrático relativamente amplio, pero que excluía parte de la población confinada a la categoría de esclavos. Téngase presente que aquellas eran sociedades esclavistas y solamente los “hombres libres” tenían el derecho a opinar y decidir sobre las cuestiones políticas de las ciudades-estado. 

En el sistema feudal el ejercicio democrático se restringió al máximo debido a los surgimientos de los reinados; no fue hasta que formas incipientes de capitalismo obligaron a reyes y nobles a coexistir con formas primigenias de parlamentarismo. 

Luego llegó la Revolución Francesa, trascendental proceso que se desarrolló entre 1789 y 1799, portadora de la Declaración de los Derechos del Hombre y su hasta hoy inspirador lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”; enarbolado desde entonces por cuantos proyectos le siguieron. 

Tras la restauración monárquica, los reyes europeos se vieron obligados a coexistir con un parlamento que limitó sus antes omnímodos poderes; fuerzas políticas representativas de intereses económicos ocupaban los escaños, y aquellos poderes resultaron ser, en definitiva, los únicos y verdaderos decisores que democráticamente marcaban las pautas de la política, la economía y otros aspectos nacionales. 

La Revolución Inglesa fue menos cruenta; mantuvo la monarquía, pero instauró el parlamentarismo representado por dos fuerzas: los Tories (conservadores) y los Whig(liberales); ello dio lugar a lo que conocemos como Monarquía Constitucional. 

Las ideas de la Ilustración – inspiradas en el poder de la razón – y los Enciclopedistas, entre cuyos pensadores cimeros estuvieron Voltaire y Juan Jacobo Rousseau, fueron los grandes sostenes de una progresiva masificación, aunque relativa, del ideal democrático contenido en los principios proclamados. 

Cuando nuestras tierras de América se sacudieron el yugo colonial, aunque hubo un definido proyecto independentista el futuro republicano muchas veces quedó opacado por regionalismos y formas pretendidas de gobierno discrepantes entre sí en cuanto a la concesión de libertades democráticas; incluso, si la forma de gobierno sería republicana o se mantendría el modelo antiguo. 

En la época de José Martí, fundador del Partido Revolucionario Cubano, raíz natural del actual Partido Comunista de Cuba, el ideal republicano, democrático, de justicia social, integración latinoamericana y antimperialismo ya estaba felizmente perfilado, aunque se nos impuso con el intervencionismo de 1898 una recurva histórica que prolongó la lucha sesenta y un años más. 

Al paso de los siglos ya se puede hablar de democracia ateniense, democracia romana, democracia monárquico-parlamentaria, democracia burguesa y, con el triunfo de la Revolución Socialista de octubre en la Rusia zarista, la democracia socialista basada en el centralismo democrático, cuyo error fundamental radicó en que la balanza se inclinó más al centralismo. 

Democracia en Cuba 

En lo tocante a democracia como realidad interna, al pueblo cubano como nación nos ha tocado – proveyéndonos de más experiencia –, atravesar disímiles modelos, incluso desde el comienzo de nuestras luchas por la independencia. A veces por la formación de pensamiento de nuestros próceres y su posición socio-económica; en otras ocasiones impuestas desde afuera por las intervenciones, y coyunturalmente porque las circunstancias nos han llevado a aceptar y aplicar modelos que se aproximaran a los de países que en determinado momento establecieron lazos de colaboración profunda, e incluso respaldaron de manera efectiva nuestra voluntad de soberanía nacional. 

Soberanía nacional y democracia se parecen, aunque no son lo mismo. El éxito y la felicidad de los pueblos se alcanzan cuando ambas coexisten armónicamente, ya que entrambas, lejos de antagonizar, se garantiza la salud y estabilidad de cada país. Semejante engranaje armónico entre soberanía y democracia es, inequívocamente, lo esencial de la realidad cubana. 

Desde el triunfo de la Revolución en 1959 se completó nuestra independencia, al tiempo que inició un programa de transformación social inspirado en la socialización de la prosperidad y el bienestar de todo el pueblo. Para ello se instrumentaron beneficios sociales sin excepción, desde la Reforma Agraria, la Alfabetización, la socialización de los medios de producción; el acceso a la educación gratuita y obligatoria; la salud; el deporte, el derecho a un trabajo digno de acuerdo a la capacidad de cada cual; el libre acceso a todo el entorno natural, patrimonial y recreativo del país y el derecho de todos los cubanos a ocupar cargos públicos y administrativos, para aportar con sus talentos y energías al bien común. 

Uno de los aspectos que con fuerza arremeten los detractores del Socialismo cubano es la existencia de un solo Partido. Algunos con mala intención; otros por desconocimiento de la naturaleza del Partido Comunista de Cuba, el cual no es una fuerza electoral al estilo de la democracia burguesa, representativa. No es la organización de un sector socio-económico-político de la nación limitado sino de toda ella, y de su voluntad soberana de continuar siendo un país independiente y libre que amplía y profundiza los beneficios ciudadanos en su conjunto. 

El Partido Comunista de Cuba es una organización incluyente a la que pertenecen cubanas y cubanos con modos diversos de pensar, creer y de hacer, inspirados desde su pluralidad en el ideal de una sociedad que cada día satisfaga más y mejor las crecientes necesidades materiales y espirituales de la ciudadanía – sin excepciones –  al tiempo que propicia relaciones de respeto y amistad con toda la comunidad mundial. 

Son aspiraciones que se hacen realidad mediante el intercambio solidario y la complementariedad en múltiples aspectos como la investigación y el intercambio académico, científico y educativo; la salud; el perfeccionamiento agroindustrial y de servicios públicos, y la salvaguarda y conservación del medioambiente. Todo ello basado en el respeto mutuo a los proyectos sociales que cada pueblo decida implementar para sí, como legítimamente exigimos en nuestro propio caso. 

Cuba no exporta su modelo democrático; ello no forma parte de su programa como nación. Pero ante el mundo y ante sí misma sentimos orgullo de nuestro modelo mientras somos conscientes de su mejoramiento y perfectibilidad; algo que nunca será un todo acabado porque sabemos que las realidades propias y de convivencia planetaria son cambiantes y en su dinámica reclaman actualizaciones sin que ello signifique renunciar a los principios más sagrados por los que hemos luchado durante siglo y medio. 

Nuestra democracia parte de una dialéctica con luz larga. Con Fidel aprendimos a rectificar y a cambiar todo lo que deba ser cambiado, tal como nuestro líder eterno lo enunció en el Concepto de Revolución. 

Proyecto de Constitución, democracia genuina 

Un ejemplo entre muchos del ejercicio democrático pleno en la sociedad cubana lo es, sin duda, la discusión del Proyecto de Constitución. Caso inédito en el mundo, cada cubana y cubano – incluyendo quienes residen fuera de Cuba – ejercen con plena libertad su derecho a legislar sobre nuestra futura Carta Magna. Contamos con Organizaciones No Gubernamentales, la Central de Trabajadores de Cuba y colectivos estudiantiles y obreros que se reúnen para que cada uno, sin necesarias unanimidades, aporten ideas para que tengamos cada vez una Cuba mejor, siempre más Socialista, lo que significa más incluyente y democrática y con beneficios materiales y espirituales distribuidos con un elevado sentido de universalidad y justicia. 

La democracia cubana es participativa, representativa y ampliamente popular. Tanto los delegados de circunscripción como delegados a miembros de las Asambleas Provinciales y Nacional del Poder Popular, son nominados por el pueblo. El modelo democrático cubano es autosuficiente dado su amplia base popular que es la decisora de todo el acontecer del país. Esa naturaleza universal de nuestro modelo democrático se basa en el poder del pueblo y no de grupos de poder que respondan a intereses sectarios o particulares. 

De ese modo funciona la democracia cubana. Es la de un país que trabaja incesantemente por un Socialismo próspero y sostenible, que sea continuadamente capaz de garantizar el bienestar de su pueblo “con todos y para el bien de todos”, fiel al precepto martiano. 

Este es el modelo democrático cubano, el nuestro, el que a nadie le hemos pedido prestado, y desde el cual respetamos el que cada país decida soberanamente, poniendo en claro – como condición – que de igual manera se respete al nuestro. 

Universal, incluyente, culto, civilizado, diverso, participativo, esencialmente humanista y solidario, basado en la voluntad libre de todos y cada uno de nosotros. Así somos

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