Todavía están frescas en la memoria del pueblo cubano las horrendas jornadas vividas tras el sabotaje a un avión cubano en pleno vuelo, el 6 de octubre de 1976.
A 41 años de aquel execrable suceso, el reclamo de justicia para las víctimas descansa en letra muerta, y su autor intelectual anda libre por las calles de Miami, exhibiendo como trofeo las vidas robadas a 76 personas inocentes.
Son los mismos terroristas que, por reconquistar lo que legítimamente les fue confiscado, son capaces de ver ensangrentada la patria que, lamentablemente, los vio nacer.
Claro, estoy hablando de centrales azucareros cuyos obreros se morían de hambre en el llamado «tiempo muerto», y sus dueños engordaban sus arcas; hablo de casinos en contubernio con personajes de la mafia yanqui, y todo un sinfín de negocios turbios donde, como siempre, el poder económico aplastaba a los pobres.
Como es conocido este tipejo junto a sus compinches terroristas aún vive cobijado por las autoridades yanquis. ¿Será que conoce mucho y no es conveniente que llegando al fin de sus días levante la tapita donde se ceban las cucarachas? ¿O será que todavía fragua planes, en coordinación con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de Estados Unidos, para continuar agrediendo a Cuba?
Vaya usted a saber. Por eso no lo devuelven a Cuba que oportunamente solicitó su extradición para ser juzgado y hasta esta fecha la única respuesta es el silencio; tienen terror de que el vejete hable lo que no conviene. Así son las cosas en el palacio de los derechos humanos y líderes de la democracia.
Allá por 1997 este monstruo fue el mismo que planificó un horrendo plan en coordinación con terroristas a sueldo, consistente en hacer detonar bombas en diversos lugares, fundamentalmente en hoteles, por supuesto con el propósito de crear incertidumbre y desconfianza en el turismo que arribara a Cuba.
De ese modo muchos de tales artefactos explotaron, produciendo cuantiosos daños materiales en los hoteles Copacabana, Comodoro, Meliá Cohíba, Tritón y otros.
En tal contexto no debo excluir dos hechos verdaderamente dolorosos: el joven italiano, alojado en el «Copacabana», baja de su habitación para compartir con unos amigos que han ido a visitarlo; una tremenda detonación se produce muy cerca de él y muere a consecuencia de una esquirla que le cortó una arteria en el cuello y murió al instante, solo tenía 32 años.
Otro hecho que de tanta crueldad no es posible calificar, fue la acción de colocar muchas de las bombas en lugares donde frecuentaban niños. Era -y lamentablemente aún es- la morbosidad que albergaban en sus mentes enfermas de odio que no les importa que murieran pequeños si de «derrocar a Castro se trataba».
En aquella época de los 90 del siglo pasado este hombre siniestro pronunció unas palabras que quedarían grabadas en la conciencia de los cubanos y cubanas y que no podrán ser olvidadas jamás.
Refiriéndose al joven italiano dijo la bestia: «había sido un caso fortuito, de esos que se denominan daños colaterales; ese italiano estaba sentado en el lugar equivocado, en el momento equivocado».
Confieso que no me ha sido posible encontrar las palabras adecuadas para calificar tanta villanía. Por favor, que nadie piense que son cosas del pasado.
Todavía se mantienen latentes de una u otra forma las ideas más tenebrosas encaminadas al objetivo supremo de poseer a esta isla rebelde y obstinada que nunca aprendió a inclinar el espinazo.
Es así, tienen dos caminos: o se conforman con nuestra existencia como la queremos, o traten de barrernos. Pero eso sí, en ese caso que no quede en pie ningún cubano. Ya saben por qué.