Reconocida como la «flor más autóctona de la Revolución», Celia es símbolo de la sencillez, abnegación y patriotismo que caracteriza a la mujer cubana.
Nacida en 1920 en Media Luna, provincia de Granma, fue la primera mujer incorporada al Ejército Rebelde, y trabajó más de dos décadas al lado del líder de la Revolución cubana, Fidel Castro.
Ella era la combinación perfecta entre belleza y transparencia, intranquilidad y pasión, sensibilidad y valentía.
Celia fue más que mujer y revolucionaria, una flor, de esas que perduran, aún cuando acaba la primavera.
Expresaba lo autóctono por su criollez, su cubanía; siendo diputada del Parlamento, miembro del Consejo de Estado, del Comité Central del Partido, nunca dejó de comportarse con su gracia y acento campesinos, de gente de pueblo.
Organizó con los nombres de Norma, Aly, Carmen, Liliana o Caridad, la base de apoyo del incipiente movimiento guerrillero, creciendo ella misma con el vigor incontenible de esa fuerza y convirtiéndose en la sencilla e irremplazable Celia, con cuyo nombre la ha eternizado nuestro pueblo.
Celia fue, además, una destacada activista de la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista. Dirigente del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en la antigua provincia de Oriente organizó numerosas acciones contra la tiranía y sirvió de mensajera al Ejército Rebelde.
Fue la primera mujer en incorporarse a la lucha armada en la Sierra Maestra. Tuvo un papel destacado en la creación, en septiembre de 1958 del batallón femenino Mariana Grajales, que operaba en la zona de La Plata, como apoyo a la retaguardia guerrillera.
Luego del triunfo de la revolución en enero de 1959 no hubo obra social orientada por la máxima dirección del país a la que Celia no dedicara total entrega.
Su lealtad infinita al líder histórico de la revolución cubana, Fidel Castro, caracterizó a esta genuina cubana que lucía en su negro cabello la flor de la mariposa, símbolo de la pureza de los ideales independentistas.