Particularmente, me detengo en las Palabras a los intelectuales, pronunciadas por Fidel en junio de 1961, pues mucho se ha debatido y escrito sobre este discurso, que definió el camino de la política cultural de la Revolución.
A la luz de los acontecimientos más recientes, en especial todo lo ocurrido a partir de la normalización de las relaciones Cuba-Estados Unidos, las ideas del líder revolucionario expresadas en aquel memorable encuentro aún contienen lecturas y alertas muy vigentes.
Indudablemente, no puede discutirse la gran significación de ese diálogo de la máxima dirección del país con un núcleo representativo de artistas y escritores cubanos, preocupados y ocupados entonces y después en construir una política cultural que hiciera frente a los intentos colonizadores de Estados Unidos.
Sobre todo, la frase «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada», constituye la pauta que marcó la definición de cultura y arte al servicio del pueblo y del nuevo proceso social triunfante el primero de enero de 1959.
En una parte de su intervención Fidel señaló que «la Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura, cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un verdadero patrimonio del pueblo».
Ese principio se consolidó, pese a polémicas, incomprensiones y tabúes que con el tiempo fueron borrándose. Las realizaciones a favor del crecimiento espiritual del pueblo cubano son incontables y únicas en el mundo, que vio asombrado cómo una pequeña isla del Caribe, conquistó su ansiada libertad a pocas millas de su enemigo histórico para propiciarle espacios de realización espiritual a amplios sectores de la población.
Cuando se hace el análisis del escenario socio-cultural del país en 1961, salen a relucir hitos fundamentales, como la Campaña de Alfabetización, el fortalecimiento del Ballet Nacional de Cuba y la Biblioteca Nacional, la construcción del Teatro Nacional y la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la Casa de las Américas, la Orquesta Sinfónica, la Imprenta Nacional y luego el nacimiento de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
La visión extraordinaria de Fidel sobrepasó el concepto de la cultura para las masas, como complemento indispensable para preservar la independencia, la soberanía y la autodeterminación de un pueblo apegado a sus raíces, tradiciones, costumbres, que no son más que el reflejo intrínseco de una identidad verdaderamente nacional.
Nuestra isla es un abanico de razas, acrisoladas en un proceso de transculturación permanente y enriquecedor, pero que solo deriva en una esencia única: CUBANÍA.
Los desafíos que impone el nuevo escenario interno y externo, demandan aunar voluntades para revertir la penetración cultural y modelos consumistas enajenantes, que persiguen desmontar los valores espirituales y artísticos del pueblo cubano para traer de nuevo la ignorancia, la amnesia política e histórica y el consumo desmedido, tan consustanciales al american way of life.
La mayor de las Antillas ha resistido, y lo hace con el absoluto orgullo de sus raíces y de sus valores identitarios; no es solo azúcar, tabaco, ron y mulatas preciosas, sino un ente homogéneo de corazones y mentes latiendo al unísono por consolidar la cultura como escudo y espada de la nación.