Gerardo Abreu Fontán: inolvidable jefe clandestino

Fue el fatídico día 7 de febrero de 1958 en que por distintas emisoras radiales se conocía del hallazgo, casi a la entrada del llamado Palacio de Justicia, del cuerpo de un joven negro que después se supo que era el del valeroso capitán y jefe de las Brigadas Juveniles del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, detenido un día antes, el 6 de febrero, en una de las calles habaneras.

Si bien sus compañeros trataron de mover cielo y tierra para lograr su libertad, o en última instancia, evitar su asesinato, sus principales subordinados tenían la confianza plena de que jamás hablaría. Por ello, ninguno abandonó los lugares donde se encontraban. Frente a los interrogatorios y las torturas el jefe clandestino contestó con el silencio.

Cuando se quiere encontrar las razones por las cuales Fontán llegó a alcanzar la máxima autoridad y respeto de quienes lo conocieron de cerca, se debe acudir a sus pasos iniciales en la Juventud Ortodoxa,  y a sus vínculos fraternales y de identificación política e ideológica con Antonio (Ñico) López Fernández.

Conjuntamente trabajaron incansablemente en el reclutamiento de cientos de jóvenes habaneros que fueron conformando las Brigadas Juveniles del Movimiento.  Con la salida de Ñico López hacia México para integrarse a la expedición del Yate Granma, Fontán quedó al frente de las Brigadas.

Con un dinamismo ejemplar, optimismo y con absoluta compartimentación, logró la organización de las brigadas en el sector estudiantil, a la vez que intensificaba la recaudación de fondos y de armas para su envío a los combatientes del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, aumentando, de manera sistemática, la propaganda revolucionaria.

Fontán no se excluía de estar presente en las acciones que él orientaba realizar.  Siempre estuvo en la primera línea dando el mejor de los ejemplos. Así, sucedió, entre otras, en la noche de las 100 bombas y en la huelga por el asesinato de Frank País, en agosto de 1957.

En medio de una brutal represión policíaca y sin apenas recursos, recorría las calles habaneras haciendo contactos, dando orientaciones y organizando a una juventud que veía en él a un jefe excepcional que proyectaba una admirable disciplina, matizada con valores tan altos como la austeridad y la ética.

Ricardo Alarcón, uno de los combatientes más cercanos a Fontán y quien hubo de ser designado por éste al mando de la sección de las Brigadas Estudiantiles,  ha expuesto sobre su jefe:

llegó a ser para nosotros un mito.  Él, que no había avanzado en la enseñanza elemental dirigió a la jóvenes y estudiantes de la capital”.

Aquel joven negro y discriminado por la sociedad de entonces, nacido en Santa Clara el 24 de diciembre de 1931, desde su adolescencia trabajó como aprendiz de carpintero, vendedor de viandas, trabajador de una imprenta, locutor, poeta, declamador y organizador de grupos de aficionados de distintas manifestaciones artísticas.

A partir de 1951 sus inclinaciones artísticas lo llevaron a actuar en la emisora Radio Mambí, trabajando, además, en distintos clubes y cabarets, declamando versos afrocubanos, haciéndose llamar entonces, “Gerardo Marín, el alma del verso negro”.  Su vida cambiaría  a partir de los finales de 1956, en que inmerso en las tareas revolucionarias, estuvo presente en las reuniones que sostuvieron Faustino Pérez y Frank País, enviados por Fidel a la capital  a fin de organizar el Movimiento 26 de Julio, como hicieron en otras provincias.

Hombre de hablar pausado, de ademanes seguros, firmes y educados,  arriesgado y sin miedo alguno a sus represores, había burlado no pocas veces a los cuerpos policíacos. Combatiente de acciones arriesgadas demostró, además,  ser un inigualable organizador.

El 7 de febrero de 1958, Fontán libraba su más importante combate, el combate victorioso frente al martirio al que fue sometido.

 La reacción inmediata de la dirección del Movimiento 26 de julio en La Habana ante el asesinato de Fontán fue convocar a una huelga estudiantil que paralizó a todos los centros de enseñanza, incluidas las universidades y escuelas privadas ubicadas en el territorio de la capital, la que se extendió por espacio de dos meses.

Tres días después, un comando armado del 26 de julio asaltó el noticiero estelar de la CMQ televisión, que se trasmitía a las 8:OO de la noche denunciando del asesinato de Gerardo Abreu Fontán.

Sin lugar a dudas, tanto Fontán, como Frank País, José Antonio Echeverría, y otros que recorrieron iguales caminos, resultan ser patrimonio vivo para los jóvenes de hoy y de mañana, y fuentes nutricias por su ejemplo para un pueblo y una revolución que ha demostrado ser ejemplo continuador de nuestros héroes y mártires.

El entierro

El 7, hacía unos cuantos días que no se sabía de él. Mama, como llamábamos a mamá, pone la emisora Radio Reloj, como hacía habitualmente, y escucha la noticia. Va al Necrocomio y lo identifica. Permiten a la familia velarlo toda la noche. A eso de las cinco de la mañana empieza el despliegue de fuerzas policiales, aunque vestidos de civil estuvieron todo el tiempo allí. Los de la funeraria y agentes de civiles se llevan el cadáver para hacerle la autopsia. Prometen devolverlo alrededor de las once. El entierro sería a las tres.

“Nos fuimos hasta la casa a asearnos para volver luego a la funeraria. Estando allí escuchamos por radio que le estaban dando sepultura en esos momentos. Nos volvimos como locas. Acudimos a un vecino que tenía carro y nos llevó para el cementerio. Montones de policías allí no nos dejaban pasar. Somos los familiares, dijimos, pero  ellos que no y nosotros que sí. En eso venía de regreso un grupo de policías y con ellos el padrastro. Entonces nos dejaron pasar.

“A él se le había ocurrido ir por la mañana para el cementerio y se encontró entre los policías que estaban en la puerta para no dejar pasar a nadie, a uno que lo conocía de la infancia y le permitió entrar. Fue el único familiar presente cuando lo sepultaron, y marcó la tumba. Fuimos hasta allí, removimos la tierra y sobre ella extendimos el uniforme verde olivo que llevaba debajo de la saya de paradera, volvimos a echar la tierra encima, colocamos un palo y le pusimos un brazalete del MR-26-7.

 “A las tres de la tarde salimos con mi padrastro a recoger un cojín de flores y al regresar en la tumba ya había una cruz de madera con una inscripción: Gerardo, tus compañeros de lucha cumpliremos tus ideas. Posteriormente se le hizo un murito y fundió una plaquita con la misma dedicatoria.”

De mirada limpia y firme. Así debe de haberla fijado Fontán en sus torturadores cuando quisieron sacarle los nombres  de tantos combatientes perseguidos, y harto conocidos por él, como gritándoles aquella frase martiana

 

!LA MUERTE NO ES VERDAD CUANDO SE HA CUMPLIDO BIEN LA OBRA DE LA VIDA!

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