Identidad cubana: la forja perpetua (II) La hazaña esclava

El Poeta Nacional, Nicolás Guillén,  lo resumió así: «Vine en un barco negrero / Me trajeron. / Caña y látigo el ingenio / Sol de hierro. / Sudor como caramelo / Pie en el cepo (…) ¡Que largo sueño violento! / Duro sueño»

La España de entonces no hizo una selección de «culturas», sino de fuerza bruta. A Cuba -y a otras tierras de América- llegaron individuos de las más diversas etnias y posiciones sociales: guerreros, agricultores, personajes principales… que hablaban diferentes lenguas.

Esa «carga humana» multiétnica, plurilingüe y pluricultural, se integró con el tiempo en un solo corpus en  barracas, plantaciones, casa señoriales,  e incluso en los palenques.

La interinfluencia entre culturas africanas y el completamiento de las experiencias de unos con otros, fueron unificando a los africanos traídos a la fuerza a Cuba.

La conversión de ese conglomerado humano diferente, sencillamente en «negros» fue el primer proceso de cubanización, considera una estudiosa como la doctora Marta Cordiés Jackson, directora del Centro Cultural Africano Fernando Ortiz.

Las riquezas de América mucho deben a la sangre y a los brazos de los esclavos africanos y sus descendientes. Los africanos aportaron todo un cosmos danzario-musical, culinario, religioso y espiritual que es hoy parte imprescindible de nuestra identidad .

Lo «negro» no se reduce a elementos muy visibles -tantas veces esquematizados- como el tambor, «el trapo rojo» o las manifestaciones religiosas. Su aporte se halla por doquier:

Lo «negro» se toca en la reverencia y el respeto hacia padres y abuelos, en el resumen de la experiencia encontrada en la oralidad de los proverbios; en el gusto por el color y la luz, en el vestir y las artes plásticas; en la rebeldía y la filosofía de la vida, en la sensualidad y la fuerza. De ahí parte el rico mestizaje de la cultura cubana.

El aporte cultural africano puede considerarse una hazaña. Fue logrado a contrapelo de una posición social ínfima, desde el clandestinaje y el desprecio. Y ese canto, nada lo pudo detener.

 

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