Indiferencia y mansedumbre. Aliados del capitalismo

«La primera noche se acercan y roban una flor de nuestro jardín / Y no decimos nada / La segunda noche ya no se esconden: pisotean las flores, nos matan al perro, y no decimos nada / Hasta que un día, el más enclenque de ellos entra solo en nuestra casa, nos roba la luz y, conociendo nuestro miedo, nos arranca la voz de la garganta / Y ya no podemos decir nada».

Inmediatamente que leí el poema, y por asociación, recordé a un gran amigo, viejo luchador revolucionario, cuando me dijo: «el gran objetivo del imperio es explotar hasta que los explotados queden sin una sola posibilidad de resarcir su vida y así se mantienen como amos y señores del mundo».

Es decir, el hombre del poema no hacía nada, no se defendía del atropello hasta que un día ya no existía la mínima posibilidad de luchar porque le arrancaron la voz de la garganta.

Es una gran lección. Si usted se resigna a creer que «ya todo está escrito sobre la faz de la tierra», o que «para que el mundo sea mundo tienen que existir ricos y pobres», entonces estará aceptando la verdad perversa que debe seguir siendo siervo.

De tal modo empezará a ver como algo natural que, por ejemplo, Estados Unidos tiene el derecho de invadir, atropellar, robar, y hasta dejar prácticamente inexistente un país entero a consecuencia de sus bombas; aceptará como válido que en el mundo mueran muchos millones de criaturas inocentes que ni siquiera se han asomado a la vida, consecuencia de enfermedades curables, o ametrallados, y hasta por servir de soldados, prostituirse y trabajar como esclavos en lugares peligrosos.

Y hay mucho más: deberá acostumbrarse a no poder leer ni escribir; ver morir a un ser querido por enfermedad curable; callarse ante el amo salvaje; y trabajar como bestia por salario ridículo, entre otras desgracias.

También le parecerá irreal contemplar a un mundo indiferente integrado por muchos gobiernos que no quieren comprometerse para no molestar intereses económicos; organizaciones de derechos humanos que solo emiten pálidas resoluciones un tanto edulcoradas para no llamar por su nombre a los verdaderos asesinos; y hasta la Organización de Naciones Unidas llamando a la paz y la cordura, y, por supuesto, todos aquellos que insisten en no ver, ni oír, y mucho menos sentir, convirtiéndose así en un copartícipe en su condición de apolítico.

Y todo lo mencionado es, precisamente, lo que requiere, imprescindiblemente, el gran capital de nuestro mundo.

Es decir, si se mantiene en la ignorancia y la apatía estará contribuyendo con el mismo que lo explota y le impide vivir con dignidad.

Pero si se rebela y lucha contra tanta maldad, aquel lo tratará hasta de matar, pero usted habrá escalado un peldaño más en la lucha por una humanidad más justa, porque como dijo Albert Einsten:

Estoy absolutamente convencido de que ninguna riqueza del mundo puede ayudar a que progrese la humanidad. El mundo necesita paz permanente y buena voluntad perdurable”.

Y redactando estas líneas viene a mi mente nuestro Fidel, en aquella ocasión que, pronunciando su discurso donde mencionaba tantos males de la humanidad, hizo un ademán con su brazo recorriendo aquella gran estancia, y preguntó: para qué sirve entonces las Naciones Unidas?».

Por tanto, creo que llegó la hora: o luchamos todos por un mundo más justo, o morimos viviendo en la indignidad, que es peor que la fosa eterna.

«Los pueblos que se cansan de defenderse llegan a halar, como las bestias, el carro de sus amos»,  José Martí.

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