La buena música cubana precisa estar más al alcance del público

Es de veras grandioso cuánto hacen creadores criollos, de diversas generaciones y de la mayoría de las vertientes, cada año, que de forma paradójica resulta desconocido para el gran público nacional, aun cuando por el contrario no lo sea para el extranjero al menos en lo relativo a determinados nombres o títulos imperdibles.

Funciona a todos los niveles, desde con músicos recién dados a conocer hasta con autores legendarios. Se comprueba cuando son invitados a espacios televisivos o radiales y aluden a recitales, éxitos, ecos que le resultan ajenos al espectador local no avanzado en la materia e incluso a veces hasta a este.

Nuestro país afronta valladares entorpecedores de sus mecanismos de producción y comercialización discográfica, más lo último, no contribuyentes al objetivo de socializar los álbumes con la agilidad necesaria y mediante los canales ortodoxos.

La directora de Producciones Colibrí, Marta Bonet, lo explicaría en cierto modo meses atrás cuando afirmó a los medios que “en los últimos tres años la descontinuada fabricación de discos de música en Cuba ha afectado la presencia física de títulos en las tiendas y en las manos del público en general. Hay mucha música e información en los máster de las empresas del disco en Cuba, sin embargo, la compleja situación económica del país dilata el tiempo entre la grabación de una obra y su salida al mercado. Hay fonogramas que han tardado años en aparecer en el formato de CD”.

Sin disentir en nada con Bonet, sí cabría apostillar que en otros casos, aun con el disco producido, luego dichas placas son ilocalizables en la red de tiendas especializadas del país, mucho menos en provincias. He hecho un muestreo de los últimos cinco Cubadiscos, con la lista por categorías de los premios del certamen. Resultan harto escasos los títulos distribuidos. Tanto estos, laureados —aunque ello no suponga la amplificación que le correspondería—, como decenas de discos igual de meritorios aun sin granjearse premio alguno se convierten en obras artísticas fantasmas dentro del rarísimo e inigualable sistema mercantil de dichos valores culturales cubanos.

Ciertas disqueras y determinados artistas, conocedores del fenómeno, así como del precio al público de los CD so caso de encontrarlos, entregan sus materiales a las emisoras de radio para su promoción directa, hecho que desde su punto de vista también les garantiza difusión, publicidad. De forma eventual los pasan en dichas plantas, aunque si el fonograma no entra dentro de los “estándares” de lo “asimilable por el gran público”, muchas veces pasa a ingresar la galería digital clausurada de los programadores.

Joaquín Borges-Triana, destacado crítico musical, expresaba en su sección de Discos del número enero-febrero de 2016 de El Caimán Barbudo, que “es verdaderamente lamentable que un trabajo como No quiero llanto, tributo a Los Compadres (Septeto Santiaguero y José Alberto El Canario, 2015) apenas haya sido programado por las emisoras radiales cubanas”. Aquí también cabría agregársele innumerables títulos de muchísimos cantantes o grupos.

En aras de paliar —a mi modo de ver solo eso, no me atrevería a emplear el verbo solucionar— la problemática y en pos de que esta música “secreta” circule, a instancias nacionales, son barajadas desde hace tiempo alternativas muy loables cuando uno las escucha pero que no logran concretarse de manera eficaz, expedita. Por ejemplo, ubicar los fonogramas en la red de bibliotecas públicas y en el sistema de enseñanza artística; aprovechar distintas vías de comunicación digital o vender los fonogramas en las tiendas en su versión digital, a precios mucho más bajos que el disco físico.

Algo habrá que hacerse, materializarse sería la palabra idónea, puesto que entre un mercado del disco incongruente con los salarios (para colmo, lacerado por las “pérdidas” de marras), la irregular difusión de los distintos géneros-autores en los medios y la consustancial desconexión de los sectores mayoritarios del público nacional con la ejecutoria de sus creadores, se crea el caldo de cultivo perfecto para que en la que es la Isla de la Música cada vez se escuche menos de su buena música, a ganancia de embaucadores y comerciantes, nunca a beneficio de la cultura del pueblo.

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