La OEA, instrumento de la política exterior yanqui

No es ocioso recordar que hace una década la correlación de fuerzas en América Latina era otra. Estaban al frente de los destinos de sus países Hugo Chávez, en Venezuela; Rafael Correa, en Ecuador; Manuel Zelaya, en Honduras; Luis Inacio Lula da Silva, en Brasil; Cristina Fernández, en Argentina; Fernando Lugo, en Paraguay, así como Evo Morales, en Bolivia, y Daniel Ortega, en Nicaragua, que se mantienen hoy.

Al estadounidense Barak Obama, el mexicano Felipe Calderón y al colombiano Álvaro Uribe, no les quedó otra alternativa que sumarse al  consenso de Nuestra América favorable a la rectificación histórica hacia Cuba, como la calificaron varios de los cancilleres que asistieron a la trigésimo novena asamblea general de la OEA.

Cuba agradeció el gesto de los países de Nuestra América que impulsaron la iniciativa, pero reiteró su decisión de no reintegrarse a un organismo que ha cumplido el papel de servir como ministerio de colonias de Estados Unidos.

Fue un gesto valiente de pequeños países como Honduras, cuyo presidente Manuel Zelaya fue derrocado pocas semanas después por un golpe de estado apoyado por Washington.

Fidel Castro, en una de las reflexiones de la época, advirtió que es ingenuo creer que la buena voluntad de un presidente de Estados Unidos justifique la existencia de una institución como la OEA, que apoyó el neoliberalismo, el narcotráfico, y la existencia de las bases militares yanquis en nuestro continente.

La historia ha dado la razón a Cuba. La OEA es ahora, más que nunca, un instrumento de la política exterior del gobierno imperialista de los Estados Unidos, empeñado en los últimos tiempos en la restauración mediante métodos macartistas de la obsoleta Doctrina Monroe.

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