Monstruo insaciable: Reflexionando

Y es así desde aquel año de 1776 cuando se iniciaba una loca carrera por la supremacía, sin importar naciones, culturas, intereses, derechos. Claro, ayer era la escopeta que utilizaba pólvora para imponer su voluntad, hoy son los drones, el napalm y el arma nuclear con el mismo fin.

Pero, en mi opinión, aquellas y estas nuevas armas son, esencialmente, hijas de un pensamiento retrógrado e injusto por su propia naturaleza, es decir, el mayor peligro de la humanidad: «somos los elegidos para gobernar, y el resto del mundo tiene que asumir el papel de subordinados».

Y lo más llamativo e insultante es comprobar cómo grandes jerarcas del Imperio, pasando por figuras prominentes y hasta personajillos inescrupulosos, se autoproclaman en sus discursos como defensores de los derechos humanos y la democracia, al mismo tiempo que destruyen naciones por mezquinos intereses económicos regenteados por su fabulosa industria bélica que les da vida y adoran como a un Dios supremo.

Todo ello explica claramente por qué no tiene éxito ninguna propuesta encaminada a disminuir el presupuesto militar para «la defensa» (¿defenderse de quiénes?, pregunto yo). Simplemente porque atentaría contra la esencia del poder imperial, sustentado, precisamente, en el gran complejo militar, algo así como la savia que los nutre.

El Pentágono es como un macabro ser con las fauces abiertas para exigir más y más millones para la guerra. A estas alturas nadie sabe hasta dónde podrá llegar en su afán.

Vea algunos datos que casi resultan increíbles: «Solo Estados Unidos gasta cada año en armamentos más de 200 dólares por cada uno de los habitantes de la Tierra», mientras tanto, otra información da cuenta que cerca de mil millones de humanos sufren hambre.

Pero hay más: los países ricos, por supuesto con Estados Unidos a la cabeza, invierten más en gastos militares que en ayuda a países subdesarrollados; y además, consumen el 80 por ciento de los recursos del planeta esquilmados al 20 por ciento de la población restante que debe vivir en penurias constantes, por obra y gracia del gran poder económico.

En definitiva, para los pobres de esta tierra sufrimiento, destrucción y hasta la muerte. Para el Imperio sus armas y riquezas, más el placer morboso que les produce ser el amo absoluto.

Pero llegará un día en que las grandes injusticias de este mundo sucumbirán ante el arrollador paso de los pueblos, y no será por acuerdos internacionales de los acaudalados en salones suntuosos, ni por pálidas declaraciones de aquellos que prefieren el yugo vergonzoso; se producirá, eso sí, en nombre del decoro y la dignidad de los seres humanos.

«Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones», José Martí.

 

Agosto/2016          

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