En esta oportunidad, quisiera retomar un hecho, que al parecer permanece «sepultado» por la opinión pública mundial: la captura y muerte del líder de la red Al Qaeda, Osama bin Laden, y sobre las cuales aún existen muchas dudas.
Debo confesarlo públicamente: cierta o no, la operación desplegada por un comando de élite navy seals del Ejército norteamericano me dejó un amargo sabor a escepticismo.
Las noticias sobre la ejecución del terrorista de origen árabe ocuparon los primeros titulares en los espacios noticiosos del mundo entero, y por supuesto, que los cubanos no escapamos al debate de un tema que durante mucho tiempo, rozó las fronteras de la especulación y la realidad.
El deceso del líder de Al Qaeda suscitó un impacto mediático solo comparable con los atentados a las torres del Word Trade Center, de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, -cuya autoría le fue atribuida-, y donde perdieron la vida más de tres mil personas.
Sin dudas que el «largo y silencioso peregrinar» de bin Laden, entre escondites y disfraces, constituyó un ardid propagandístico para desviar la atención de los medios y, por consiguiente, equilibrar la percepción crítica de los públicos consumidores acerca de los acontecimientos que afectan al planeta.
Claro está, que el beneficio final será para los poderosos.
Dígase con esto que no se descarta la posibilidad de que el operativo llevado a cabo por el Pentágono vino como anillo al dedo para restarle trascendencia, en aquel entonces, a la barbarie cometida contra el pueblo libio, en particular el asesinato del hijo menor y tres nietos del General Muamar El Ghaddafi por las tropas norteamericanas y la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Otra arista se relaciona con la ventaja que indudablemente le reportaría al presidente Barack Obama esa victoria en sus anhelos de lograr una segunda oportunidad para ocupar la Casa Blanca.
Se sabe que a Obama no le iba muy bien en su gestión debido al empuje del Partido Republicano, la difícil situación económica y varias guerras.
A ello se agrega que los índices de aprobación del mandatario norteamericano estaban por debajo de los 40 puntos porcentuales.
Desde luego que la captura y muerte de bin Laden, le vino como anillo al dedo al jefe de la Casa Blanca.
El éxito de esa «acción» le permitió a Obama volver a ocupar la silla presidencial, aprovechando que los republicanos no tenían un candidato claro y estaban desunidos.
Lógicamente, el efecto del fallecimiento de bin Laden para los norteamericanos se tradujo en que el terrorismo no era el tema principal en el país, sino la economía, y si resultaba en más ataques contra Estados Unidos, puso a Obama en el centro de atención para los votantes.
Esto lo ayudó a reforzar su imagen como alguien «enérgico en la persecución de los intereses del país», pero que usa la fuerza sólo como la opción final, comentaron los expertos.
Aunque no debe olvidarse que para la potencia más poderosa del planeta, el público no era la única preocupación asociada con ese operativo, porque las relaciones de los yanquis con el mundo islámico tenían una alta prioridad para sus intereses económicos y de seguridad.
Así las cosas, hoy el mundo continúa a la expectativa con un nuevo presidente norteamericano llamado Donald Trump, y que ya está dando mucho de qué hablar. Pero ya ese será un asunto para comentar en otra oportunidad.
Por un lado está por verse cómo será el cierre definitivo del telón acerca de la «muerte» del cabecilla de Al Qaeda, y por otro flota en el aire una interrogante, ¿será ahora diferente la realidad para los millones de seres humanos que habitamos la Tierra con la nueva configuración de la geopolítica mundial?.