Una visita para ratificar

A la vez quisiera hacer algunos apuntes reflexivos que en nada ensombrecen lo dicho aún cuando en apariencia pueda constituir una contradicción. Trato de explicarme.

Es indudable: Mérida es una ciudad bella, atesora monumentos dignos de elogios; se aprecian orden, higiene comunal, hermosas construcciones; gastronomía excelente, tanto la que ofrecen restaurantes de lujo como los más humildes; autos suntuosos, en tal cantidad que llegan, en ocasiones, a causar embotellamientos; calles y avenidas bien pavimentadas; viviendas familiares con diseños arquitectónicos muy singulares; y no es posible dejar de mencionar las grandes -o mejor- gigantescas tiendas por departamentos, donde es posible comprar todo lo imaginable; y en fin, establecimientos comerciales de todo tipo que brindan servicios muy variados, incluyendo la venta del famoso taco mexicano.

Pero siento que no debe ser excluido de este apretado panorama el clásico vendedor de periódicos, el que limpia el parabrisas del auto aprovechando la luz roja del semáforo; el hombre impedido físico que quiere venderle cualquier baratija; un niño insistiendo para que le compre un pequeño librito con imágenes obscenas; un establecimiento que funciona en plena avenida para hombres que desean disfrutar de muchachas hermosas y utiliza como medio propagandístico carteles gigantes en su portada.

Dejo para el final mi llegada a una tienda propiedad de la cadena Soriana. En ella quedé impactado al contemplar un artefacto plástico de forma convexa con un dispositivo para depositar una moneda  que, al accionarlo,  desaparece en su interior, consecuencia de incesantes vueltas; a  su lado un cartel con el texto «para niños desamparados».

Confieso que no pude contenerme y exclamé en voz alta a mi hijo: «a los niños no se les echa monedas, se les ofrece pan, salud, escuela, porque ellos representan lo mejor de la humanidad. La gran batalla es para que no haya niños pobres. Esa sí es la solución que deben encarar los gobiernos».

Y pensé en mi propia familia integrada por hijos, nietos y biznietos, ninguno de los cuales es rico, status del que me alegro mucho, pero tampoco son pobres, según define la Organización de Naciones Unidas (ONU). Simplemente son dignos en una sociedad que les garantiza todo lo necesario para vivir dignamente.

Me siento muy orgulloso de ser amigo entrañable de José Martí y de Benito Juárez; ellos de algún modo siempre me han guiado con sus sabios pensamientos humanistas: de mi Héroe Nacional aprendí que: «Los pueblos, como las bestias, no son bellos cuando, bien trajeados y rollizos, sirven de cabalgadura al amo burlón, sino cuando de un vuelco altivo desensillan al amo«. Y de nuestro hermano mexicano Don Benito Juárez, uno de sus pensamientos que guían mis acciones, reza: «Entre los hombres, como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz«.

 

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