Y se abrieron las puertas del Presidio Modelo

Según afirmara el historiador pinero Roberto Unger a la colega Caridad Carrobello, en el primer grupo que abandonó la prisión estaban Pepe Suárez, Jesús Montané, Pedro Miret y Ciro Redondo, entre otros.

Casi media hora después Fidel, Raúl, Almeida, Armando Mestre y  otros compañeros, maletas en mano, saludaban a la multitud que les esperaba a la salida de la cárcel. Los artemiseños Ramiro Valdés, José Ponce y Julito Díaz González venían en el tercer grupo. Cuentan que el hijo de Montané burló el cerco de los guardias, lo que fue aprovechado por las heroínas del Moncada, Melba Hernández y Haydée Santamaría y el resto de los congregados para abrazar a los combatientes. Todos juntos se dirigieron a Nueva Gerona.

Almeida y sus familiares aceptaron la invitación de Francisca Eduviges Herrera, en el barrio de Sierra Caballos, quien les ofreció su casa. Ciro Redondo y otros asaltantes se trasladaron a la finca El Abra para rendir homenaje a Martí.

Fidel y varios revolucionarios se dirigieron al café Nuevo Virginia y luego hacia la casa de Montané, quien era oriundo de la capital del territorio. En el hotel Isla de Pinos, horas más tarde, el líder de los moncadistas ofreció una conferencia de prensa, en la que reiteró su decisión de continuar la lucha contra el régimen.

En el muelle donde estaba atracado el barco donde partirían hacia Batabanó, los excarcelados entonaron el Himno del 26 de Julio. Zarparon cerca de las 10 de la noche. Durante el trayecto marítimo y luego, en tren a La Habana, el líder de la Revolución consultó con varios de sus compañeros qué nombre adoptaría la organización con la que llevaría a cabo su estrategia revolucionaria y propuso que la denominación definitiva debía someterse a la aprobación de todos los combatientes.

Centenares de personas aguardaban a los recién liberados en la terminal de ferrocarriles de La Habana. Cerca de las ocho de la mañana entró el tren de Batabanó. El periodista Enrique de la Osa relataría después: “Todavía estaba en marcha el tren cuando fue prácticamente asaltado. A Fidel Castro lo sacaron por la ventanilla y lo pasearon en hombros. Un grupo de madres que habían perdido a sus hijos en los sucesos de Santiago de Cuba, desplegaron una bandera cubana y rompieron a cantar el Himno Nacional. Cientos de voces las acompañaron”.

Dentro de la multitud estaba la dirección revolucionaria de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), encabezada por José Antonio Echeverría, quien ostentaba un yeso en el brazo izquierdo, evidencia de su último enfrentamiento con la policía. La FEU andaba organizando un homenaje a los presos recién excarcelados y le extendió una invitación a Fidel, quien por supuesto aceptó, para que asumiera el resumen del acto.

El Jefe de los moncadistas era asediado en plena terminal por la prensa. “¿Piensa quedarse en Cuba?”,  le preguntó un reportero. “Sí, pienso quedarme en Cuba, luchando a visera descubierta. Combatiendo al gobierno, señalando sus errores, denunciando sus lacras, desenmascarando gangsters, porristas y ladrones”.

Aunque estaba consciente de que en la Cuba de entonces no había otro camino que el del 68 y el del 95, Fidel comprendía la necesidad de convencer aún al pueblo de que no existía posibilidad de otra opción. “Los cubanos amamos la paz pero más amamos la libertad”, puntualizaría ante los reporteros. “Estamos por una solución democrática, el único que se ha opuesto a soluciones pacíficas es el régimen”.

Pronto se hizo evidente la certeza de sus palabras.

Leer más

Presidio que nunca fue modelo

Autor