Cuando el 20 de octubre de 1868 se fundieron en un haz, la música, la poesía, el ansia libertaria y el clamor popular, la cultura cubana alcanzó su eclosión definitiva, y desde allá hasta nuestros días, ha tendido las redes que nos distinguen y sostienen como pueblo.
Cada cubano digno lleva dentro de sí, un pedazo de Cuba, incluso en las lejanías. Como dijera el sabio cubano Fernando Ortiz: “no basta para la cubanidad integral tener en Cuba la cuna, la nación, la vida y el porte; aún falta tener la conciencia (…) de ser cubano y la voluntad de quererlo ser”.
La creación espiritual de ese ser cubano, asumida como bandera, la integran por derecho propio sus letras y sus ritmos, sus proverbios y sus platos, sus danzas y sus pensamientos. Yerran aquellos que interpretan la cultura solamente como la producción artística, aunque esta, induablemente, la integre.
La comunicación como parte esencial de la cultura
A veces no se repara lo suficiente, en que la propia capacidad de comunicación a través de la lengua, es parte capital de esa cultura. Hacer común la experiencia, la huella de muchas generaciones y la continua reproducción simbólica y material de estos tiempos, constituye la sustancia misma de los medios de comunicación, sin los cuales ya no es posible concebir la civilización humana.
Algunos suelen olvidar el aporte irrenunciable de la radio a su gente, desde lo épico, desde lo íntimo, desde lo lúdico, desde lo cotidiano.
La paralización de un país con El derecho de nacer, el aldabonazo de Chibás, la alocución de José Antonio Echeverría, el medio siglo de Alegrías de Sobremesa; así como la radio clandestina y rebelde desde la Sierra Maestra, su permanencia ante azotes extraordinarios como los huracanes y las epidemias, los buenos días del centenar de emisoras cubanas a lo largo y ancho del archipiélago… son hitos que demuestran que tras los micrófonos se ha gestado parte de la historia y la cultura cubanas.
Una mirada atenta, desde dentro y desde fuera, permite zanjar el debate ―cuasi absurdo― de si la radio es un arte o meramente un canal, como si se pudiera hacer radio por la mera condición técnica, obviando la dramaturgia de una puesta, bien sea esta noticiosa, bien musical o dramática.
Quítesele a la radio, las voces, las intenciones, los efectos. Quítesele la capacidad evocativa de un sonido. Quítesele el testimonio y la memoria. Quítesele la música y la imaginación. Quítesele a la gente fiel que la ama, y habrá naufragado no solo la radio misma, sino parte de lo más valioso de nuestro ser como nación.
Que no se olviden en el recuento de este octubre, los cien años de permanencia de la radio cubana. Y su gallarda fidelidad, ese ser grande desde la modestia, digna de todos los encomios.
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