Las voces infinitas

Por mucho tiempo he escuchado la frase de que la radio se va. Yo estoy en las antípodas. Las voces de la radio se nos quedan sonando dentro, como una campana. A trazos, aparecen los tonos, las frases identificativas, las ingeniosidades…

Quién no recuerda a Eduardo Rosillo con su eufórico anuncio: ¡Alegríaaas de Sobremesa! Él era el pórtico, la anunciación, el faro de lo que a continuación venía, los grandes que corporizaban las ideas de Luberta. Esas voces que sonaron durante medio siglo, son parte inextinguible de nuestra memoria como nación.

Cada vez que escuchaba a la experimentada locutora Kenia María González en Radio Siboney, pensaba en qué sería de esa cabina y de esos programas, cuando ella decidiera marcharse. Escribí para ella durante algunos años, pensando en sus modismos, en sus sutilezas. La veo ahora mismo narrando las circunstancias en que Van Gogh decide cortar su oreja, en que Matamoros se acuclilla al lado de su esposa Mercedes Cuevas, para estrenar íntimamente Reclamo místico.

No puedo desprenderme de los poemas que le escuché decir a Alicia Fernán en Radio Progreso. Tímbrica, mágica, estirando cada frase a su antojo, aquilatando el peso de cada verbo, de cada sustantivo. Tanto, que cuando escuché esos mismos poemas en otras voces, cambié el dial, porque todavía la  escuchaba.

A lo largo de toda Cuba, hay voces sin las cuales no concebimos algunos espacios, toda una casa radial. Tal es el caso de Juanita Quintana, la carismática dama de Radio Baraguá en Palma Soriano, la villa del Cauto. La recuerdo de los Festivales de la Charanga, dueña de la plaza, dueña del micrófono, capaz de enlazarte con una palabra, con una sonrisa.

Hay dos caballeros del centro a lo que la radio cubana debe loor: Juan Carlos Castellón (Sancti Spíritus) y Samuel Urquía (Villa Clara). Capaces de bordar propuestas de los más diversos tipos, con igual éxito, con similar brillo. Ellos marcan cada programa. Ellos son voces de la tierra.

Uno de  los grandes momentos que he vivido en un estudio radial, fue la invitación que me extendió Rosalía Arnáez  a su programa de tango en la selecta Habana Radio. Que una defensora, que una conocedora del género rioplatense reparara en mí, me hizo recorrer todos mis encuentros casuales o buscados con el bandoneón.

A su lado, le conté mis asombros en las peñas del tango de la calle Heredia, mi profunda admiración con Piazzola, el de “Adiós Nonino”, y por un Goyeneche sumergido en  “Balada para un loco”. Confesé incluso mis cantos escondidos, queriendo aprehender el espíritu de un tema como “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo.

Esas voces no se van, no hay manera de que eso suceda. Son un escudo contra el tiempo, una red que atrapa el recuerdo para siempre.

Autor

  • Reinaldo Cedeño Pineda

    (Santiago de Cuba, 1968) Licenciado en Periodismo (1991) y Máster en Comunicación Social por la Universidad de Oriente (2004). Recibió la Distinción por la Cultura Nacional y el Premio Nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro (2021) por la obra de la vida. Alcanzó el premio de los concursos nacionales de poesía Hermanos Loynaz (2011) y Regino Pedroso (2014). Premio Latinoamericano de Crónicas (Portal Nodal Cultura, 2016). Entre sus libros: A capa y espada, la aventura de la pantalla (2011), Poemas del lente (2013), La noche más larga. Memorias del huracán Sandy (2014), Ser periodista, ser Quijote (Ediciones La Luz, 2019) y Las pequeñas palabras (2019). Miembro de la UPEC y de la UNEAC. Actualmente es realizador de la emisora Radio Siboney.

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