Un comunicador tiene que estremecer el mármol, que exhumar las esencialidades, para que los héroes puedan hablarnos, para que nos acompañen en estos días procelosos. Sin simplismo alguno, sin desgajar sus citas, sin espurias reticencias.
En semejante propósito, la radio cubana suma aciertos ―¿cómo no recordar a ese martiano gigante, el maestro Julio Batista?―; pero subsiste en demasía, la croniquilla de ocasión, el lugar común.
Se impone trascender las fechas y adentrarse en las vidas.
Tal vez no haya mayor recurrencia mediática que a José Martí, como cima de tantas aspiraciones, como espejo de la cubanía. Esa excepcional estatura suya, capaz de encarnar a toda una nación, no puede hurtarnos, sin embargo, al Martí hombre, “con las apetencias propias de un varón pleno”. Así lo retrata Luis Toledo Sande en Cesto de llamas, su biografía de El Maestro.
José Martí se refiere a los afectos (y a los efectos) que genera el amor en su producción literaria, en su intimidad epistolar. Escojamos unas letras, apenas unos pasajes de aquel hombre que, en el verso final de “Dolora griega”, sentencia lapidariamente: “Amor cuerdo no es amor”.
Su esposa, Carmen Zayas-Bazán, que representaba “el fragante señorío de las mujeres del Camagüey” (anota Jorge Mañach), le roba a Martí frases intensas que develan a un hombre enamorado, por encima de cualquier diferencia. Cuando tras una larga separación, ve llegar a Carmen a Nueva York, a principio de 1880, cae rendido a sus encantos:
“Tiene el color blanco anacarado, los labios de un punzó natural, con suavidad de terciopelo, los ojos pardos rasgados, con mirada angelical y el cabello de ese color castaño dorado, como lo pintaba Tiziano”.
Otras impresiones las había dejado en su poema “Carmen”, publicado el 23 de mayo de 1876 en el periódico mexicano El Eco de Ambos Mundos, estrofas que han sido musicalizadas con fortuna por Amaury Pérez Vidal:
“Es tan bella mi Carmen, es tan bella,/ Que si el cielo la atmósfera vacía / Dejase de su luz, dice una estrella / Que en el alma de Carmen la hallaría.
El amor sensual no escapa de la pluma del genio de Paula ―¿cómo podría?― y al reflexionar sobre él, retiembla el moralismo de etiqueta, salta un siglo: “Lo que se tiene por lujuria no es más muchas veces que el horror a la soledad, la necesidad de la belleza”.
En modo alguno podrá pasarse por alto, la forma en que repara en nuestra insoslayable materialidad, la metáfora con que alude, en su “Cuaderno de Apuntes”, a los deseos masculinos: “¡Y tantas cosas nobles como pudieran hacerse en la vida! Pero tenemos estómago. Y ese otro estómago que cuelga: y que suele tener hambres terribles”.
Hay muchos asombros. Mucho que explorar en la infinitud martiana.
José Martí es patrimonio de todos los cubanos, en primer lugar, de quienes lo amaron, de quienes lo amamos. La “condición arcangélica” que Gabriela Mistral le advirtiese, solo se completa cuando hurgamos en su existencia real. Martí es nuestro contacto más preciso, más precioso con la futuridad.
- Escucha la versión radial: “MARTÍ, un varón pleno” (Texto y voz: Reinaldo Cedeño. Musicalización y edición: Jailer Cañizares)