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Haydée apareció en mi vida en los albores profesionales, cuando hacía de malabarista con el bolígrafo, arriba-abajo; cuando corría de Santiago a Guantánamo, de Guantánamo a Santiago, cuando rojo de hambre, rojo de ansias, rojo de letras, rojo de sexo… exploraba la aldea de Boti, la ciudad del Guaso.
¿Qué hubiera sido de aquel muchacho que se iniciaba en el periódico Venceremos, en pleno período especial, en el inicio de los noventa, si no me hubiera encontrado con aquella dama llamada Martha Cabrales Arias y con aquella chispa llamada Haydée León Moya?
Tal vez, ya no recuerde que rumbo a la casa del río, que delante de mi madre, cuando ya encabezaba el periódico, me pidió ser el segundo, el subdirector, estar al lado suyo. ¡Qué confianza para mis hombros de muchacho! No lo acepté, no podía; pero hice cuanto pude por merecer su estima.
Haydée era de verdad. Lo es. Apasionada y lista para salir allí donde sea menester. Te empujaba, pero jamás te dejaba solo. Ella es para mí el símbolo de aquellos años difíciles, fundadores, definitivos.
Casi cuatro décadas en el periodismo, apostando por la verdad, en la Cuba profunda, en reportajes emblemáticos, en seguir la noticia, en tocar a la gente… es para rendirle una Oda. Y en cuidar a su madre cuasi centenaria, a sus hijos, a su parquecito de enfrente, a su ciudad, a su país.
Me premió cuando me invitó a prologar su libro Sobrevivientes: Historias sin tapabocas (Roque Libros, 2021), una exploración deliciosa, a camisa quitada, por los días terribles de la Covid-19 en la más oriental de las provincias cubanas, con ella misma hospitalizada.
Su firma ha marcado Venceremos, Granma, Juventud Rebelde. Y Venceremos de regreso con su sección “Historias al pie”. Esta chica de la prensa escrita, que he visualizado tantas veces en la radio. Las ondas radiofónicas la necesitan, los micrófonos la invitan. Es hora.
¡Voy al Reparto Caribe. Voy a ella. Y cuando la abrazo, abrazo a Cuba!.
