― Me quiero tomar una foto, porque eres valiente.
Nos fuimos hasta un banco del Parque Céspedes, frente a la casa más antigua de Cuba. Le pasé el brazo a su cuerpo enjuto. Acomodó sus hebras, su blusa de tirantes, su bolso de Penélope, y plantó su mejor sonrisa… No me conformé con la imagen, no. Quería conocer su leyenda.
―¿Te atreves a venir conmigo? Siempre con respeto, con mucho respeto.
Respeto era su palabra, la repitió mil veces, la siguió diciendo mucho tiempo después. Le había faltado tanto, que se había convertido en su estandarte. Me puse a su lado. Hubo saludos, hubo sorpresas. Entramos por un largo pasillo interior.
Cuando me presentó a la dueña de la casa, la señora me descarnó de arriba abajo, de abajo arriba. Hizo un mohín a modo de saludo y le indicó qué hacer. La dejé frente a una palangana llena de ropas, no sin antes fijar nuestro próximo encuentro.
II
Patricia me fue contando su historia a trazos: cómo tuvo que correr un día perseguida por la rabia, cómo la bajaron de un árbol a pedradas, cómo cuidó ganado. Y cómo más de uno tocaba a su puerta, bajo el anonimato de las tinieblas, bajo el sigilo más férreo.
No todo el mundo tenía (tiene) el coraje de Patricia: ser Patricia las veinticuatro horas. Una tarde me confesó su nombre de inscripción, el reservado a los papeles, José Daniel Roibal Granados. No era él, claro. No calaba a su piel. Y me abrió su álbum.
―Esto no lo hago con todo el mundo…
María Félix con sus ojazos, María Félix con sus ademanes de reina, recortada de aquí, de allá. Era su ídolo. Y algunas fotos pequeñas, fotos con historias que interrumpía para apretar los hojas. Hubo una en especial, una: Roibal frente al espejo vestida de Patricia, la Patricia juncal, Patricia para siempre. Interrogándose, interrogándonos.
La obtuve para mí, la convencí milagrosamente. Me esperó cerca, con desesperación, cuando me vio partir con su tesoro rumbo al escáner. Y me abrazó a la vuelta, cuando la devolví a sus manos. No es la primera vez que escribo de esa imagen. Es la primera vez que la muestro.
No la vi más. No supe de su muerte.
III
Cuando el 17 de mayo de 2011, comenté la celebración en Santiago de Cuba del Día Internacional contra la Homofobia, Patricia estuvo en mis memorias, en mis reportes. Le hubiera gustado ver como marcharon juntas por estas calles, la bandera multicolor y la bandera de la estrella solitaria. La radio tiene mucho que aportar en la construcción de una sociedad más inclusiva, más contemporánea.
Cuando el Café teatro Macubá ―con la maestra Fátima Patterson al frente― acogió Piel Adentro, recordamos a Patricia. La primera velada de aquel proyecto contra todas la discriminaciones, rindió homenaje a un ser humano auténtico, a su tenaz manera de buscar la felicidad, a su lección de vida. Sus vecinos nos acompañaron, y Katiuska Ramos, mi colega, mi infatigable partenaire.
Alguien dijo que era un persona noble, sí; pero con “un defecto”. Amorosamente le corregimos: el amor no tiene defectos.
¿Dónde estarán aquellos dos casetes que grabé con nuestras conversaciones? ¿Dónde quedó el documental sonoro que rumié, bordé, tracé en el aire? No desisto. Todavía recuerdo nuestras últimas palabras.
―¿Y usted qué va a decir de mí?
―No lo sé todavía, Patricia… pero no me voy a callar.
- ESCUCHA la versión radial. Patricia, no me voy a callar (Texto y voz: Reinaldo Cedeño. Edición y musicalización: Jailer Cañizares)