Pero no, me resisto a escribir así de Georgina, porque allí, sentada en esa sala en mi rol profesional de periodista, no puedo más que evocar desde la emoción lo que me produce esta mujer a quien hoy concibo como una reina afrocubana.
Georgina no llegó a mi vida, más bien fui yo quien un día me aparecí en la suya, presentada por una amiga en común. En aquel entonces me salía profesionalmente de la psicología para dedicarme, de algún modo, a lo que hago hoy en día: la edición y el periodismo digitales.
En aquel entonces, Georgina era para mí la de la radio, la autora de la versión memorable de La última mujer y el último combate de Cofiño. Aún no era en ese momento la mujer con quien años después me emocioné hasta el insomnio al leer la historia de su vida, contada a cuatro manos junto a la también escritora Daysi Rubiera.
Con Georgina Herrera compartí en más de una actividad del grupo SERES, la aplaudí cuando supe de su participación en MAGIN y adoré su sinceridad al reconocerse, una década atrás, profunda desconocedora del género y temas afines. En ese tiempo hacía de la inequidad de las mujeres el penúltimo sueño de mi vida, con ella aprendí a colorear a mi duermevela, las negras serían mi inspiración y destino.
La Yoya es una mujer sabia y también bruja. Ella sabe hacer letra y hechizo a la vez. Su voz rotunda y verosímil se impone ante tanto Eros. Ella también canta al amor, el de sus ancestros, hermanas, compañeros de viaje, hijas, mujeres y niños.
Esta es mi Yoya.
Para ella mi piel.